Me sentía como el culo. No sabía si era fiebre, si eran anginas, si era gripe, incubación, bronquilitis o dengue. Me latía la frente desde la mañana como si por dentro hubiera una maratón de liendres estallando descontroladamente en piojos.
En frente de casa tengo una farmacia que no pertenece a ninguna cadena, salvo a la de sus dueños, 4 sujetos fácilmente identificables: un viejo pelado de cara deprimente y ojeras blanditas, otro viejo de iguales condiciones, pero más avejentadas y dos mujeres mayores, claramente madre e hija. Ambas rubionas de pelo corto, una de ellas no entiende muy bien lo que la realidad le ofrece día a día y la otra la lleva un poco mejor. Todos los dueños podrían tranquilamente morir hoy y nadie diría que se fueron muy jóvenes.
En fin. Entré a la farmacia a comprar ibuprofeno 600 y un termómetro. El último me explotó cuando lo reboté contra la mesa mientras intentaba bajarle la temperatura. Tuve bolitas de metal hasta en el orto durante casi una semana. Cuando estaba en plena transacción entró un muchacho de pelo melenita morocho, vestido con ropa deportiva y una mochila. Volvía de laburar como cualquier cristiano. Se acercó al más joven de los viejos pelados de caras deprimentes y ojeras blanditas y le susurró en idioma argentino bajo:
- ¿Tené algo paá acá bajo? - señalándose la zona pélvica – poque me salió como un sarpullido, pero blanco y arrugado y etá por toda partes.
El farmacéutico tuvo su emoción del día. Si bien le dio pudor mirar el pindongo del caballerito, no pudo evitar bajar la cabeza cuando se le indicó por dónde venía la mano. Ahora era medio homosexual y toda su familia lo sabía o suponía.
En seguida, ante la evidente tensión, me alejé más hacia el sector de la caja, donde las dos viejas me miraban casi congeladas, o muertas, aún hoy es difícil distinguir la diferencia. Mi termómetro llegó desde el fondo de la farmacia y lo último que escuché fue que el farmacéutico preguntó:
- Y… ¿Te pica?
- Mucho – respondió el cliente, dando a entender con sus ojos que ni siquiera bañándose en una pelopincho llena con Caladril puro lograría detener el ardor.
El farmacéutico entonces corrió a otro sector privado del lugar, escarbó entre los estantes y sacó un frasco amarillento y unas pastillas. “A la mañana y a la tarde”, dijo cómplice, imaginando mientras los herpes purulentos saliendo de la maraña peluda de la entrepierna del pibe. Tampoco podía olvidar que había por allí una prostituta solitaria y abandonada, también portadora de tremendos adornos contagiados.
Yo le pagué a la señora más vieja de las viejas un segundo después que el muchacho y caminé hasta la puerta. Me topé con la balanza gratuita, esas viejas que te hacen sentir batata cuando te pesás y en las que siempre, una vez abajo, decís “igual sin las zapatillas son dos kilos menos”. Quedé conforme con lo que indicaba la flecha. Ahora realmente no me sentía tan mal.
La última vez que lo busqué con la mirada, el flaco ya estaba cruzando Corrientes con la bolsita del remedio bailando enroscada en su muñeca. Estaba feliz. Y ahora yo podía tomarme la fiebre.
7 comentarios:
Pobre muchachito, tuvo los huevos (picosos) de ir a pedir algo para su pelvis (picosa) en presencia de una maldita como vos.
Yo lo banco, aunque no me pique.
siempre con el post tan agradable
espero uno que haga honores a las mujeres carachoo
estoy mas femina descontrolada feminista q nunca jajaja
y te extraño
besos
Cuando cumplí 18, mi abuelo, que supuso que mis amigos me iban a llevar a "festejar" tal evento a un piringundin, me recomendó que tuviera cuidado no solo del sida, sino también, y por sobre todo, de las ladillas.
jaj hdp
me dio asquito.
acabo de soñar q me dirigia a tu casa de lamadrid con sol vk y q en el camino comprabamos facturas con miel, en un almacen bien de barrio, atendido por una vieja y un viejo re copados.
beso
Muy buen post , sos la mina mas escatologica que vi en mi vida me haces cagar de risa.
y al final que tenia el pibe alla abajo????
pobre...
puajjjjj!!!!
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