Apenas llegué al mundo, mi familia todavía no tenía hogar propio, entonces vivíamos con mis abuelos maternos. Ellos ocupaban el primer piso y nosotros tres (mamá, papá y yo), el segundo. La casa tenía una especie de balcón que bordeaba el segundo piso, parecía un pasillo largo techado, pero que daba a un patio sin pasto.
Yo debía tener 1 año en el momento que me regalaron mi mascota de la infancia. Era un conejo gordo con pintitas negras. No me interesaba demasiado entrar en contacto con el animal, simplemente me dedicaba a observarlo correr a lo largo del pasillo. En esos tiempos yo medía algo así como 45 centímetros de alto, no había demasiada diferencia con el conejo. Me daba miedo, no me resultaba adorable. No entendía por qué razón tenía que quererlo. De hecho no recuerdo su muerte, así que jamás debo haber sentido amor por el pobre orejudo.
Sin embargo un día de verano mi madre me sentó en ese balcón-pasillo a jugar con la naturaleza, y yo pude descubrir algo magnífico que estaba sobre el suelo, en forma de hilera. Eran decenas de confites de chocolate, perfectos, brillantes y tentadores. Nada podía ser más gratificante en mi vida. En el instante en que mi madre se alejó de mi persona comencé la ardua tarea de comerlos uno a uno, todos. Los ponía en la boca y los mascaba rápido para llegar a ingerirlos completamente antes de que llegara cualquier familiar a censurar mi glotonería.
La verdad es que no sentía ese gusto a chocolate intenso que tenían los alfajores, pero seguí comiendo los confites hasta que no hubo ni uno solo en el suelo.
Pasaron varios días en los que repetí el mismo menú: mi madre me llevaba al balcón-pasillo a jugar con mi conejo, ella se alejaba y yo comía el chocolate que sorpresivamente siempre estaba en el piso. Mi mente joven asociaba al dulce gratuito con Papá Noel, los Reyes Magos, mi futuro cumpleaños y hasta con mi abuela, a quien yo creía capaz de desafiar las leyes de mi madre y a quien imaginaba arrojando chocolates para que yo los encontrara en mis cortos momentos de libertad.
Una tarde mi madre y mi abuela se reunieron en mi lugar de postre y tomaron dulcemente al conejo en sus manos. Yo recuerdo mirarlas desde abajo, a escasos metros de donde estaban paradas. El diálogo que tuvieron fue algo similar al siguiente:
- ¿Qué pasa con vos conejo?- preguntó mi progenitora
- Es imposible… - se quejaba mi abuela – no puede ser normal…
- Si este animal sigue sin cagar vamos a tener que llevarlo al veterinario- dictaminó mamá.
La tentación fue más fuerte que las ganas de entender la charla que tenían las dos señoras. En un segundo en que creí que ambas estaban distraídas, tomé un nuevo confite de chocolate y lo llevé a la boca: “Mmmm… qué iiiiicoooo”, exclamé en voz alta, sin medir mi tono festivo.
Mi madre miró a mi abuela. Mi abuela miró al cielo. Los 4 ojos y Dios me observaban con asco y ninguna se acercaba a detenerme ni a alentarme. Entonces tomé otro confite y repetí la acción hasta que una de las dos mujeres me preguntó:
- Melisita, ¿vos estás comiendo la caca del conejo, linda?-
Segundos después entendí por qué los confites no tenían ese gusto a chocolate intenso que tenían los alfajores. Después de esa tarde de verano, del conejo no se supo más nada.
15 comentarios:
Jajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajaja
Sos un asco repito!
Leer esto dolió físicamente.
La tranquilidad de tus familiares para tratar el asunto fue admirable.
me revolviste el estómago, gracias por convertir mi sobremesa en una latente gastroenteritis.
no,no,no,no no te puedo creer que te hayas alimentado de mierda de conejo!!! a new low for you dear...
buenisimo como siempre nena...
beso.-..
Aaaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh
Ahora empiezo a entender un par de cosas!!
desvest: Gracias.
demian: A mí realmente me gustaban...
chulian: De nada! Ojalá tengas Reliveran en casa.
los isleros: Creelo. Y era lo mejor de mi día.
el iluso careta: Se agradece el cumplido.
monsieur: Repito, usted sabe demasiado ya, jaja.
noooooo te zarpas boloooo!!!
te imagino en mini mel haciendo eso, creo q es lo peor del asunto jaja
dicen que sobre gustos..............
te amo
adoro leerte!
bsotes bella mia!
pd: tu abuela es la mejor del mundo!
Wow... comer mierda... dicen que se aprende mucho de eso! Como siempre... vo' so' lo ma'!! Becho!!
Lástima que el insulto "comé mierda" ya no se usa... Podrías dar cátedra
ok. voy a vomitar y vuelvo.
reliveran plissssss..
salute.
ajajajajajaaaaa, ahora me cierra todo: tu estado actual, tu forma de ver la vida y por supuesto tu apodo...chapa. Lo bueno es que tambien tenes algo a que hecharle la culpa:-sabes que comi mierda de conejo durante un tiempo cuando era chica? jajajajaja
Te adoro!
patito: Sí, es la mejor.
maría: Aprendí que nadie te regala chocolate en esta vida.
Leo: Sería un mundo mucho más feliz si uno fuera groso solo por comer mierda de conejos. La popularidad no necesitaría a Gran Hermano.
lukarda: Ojalá no hayas vomitado pedacitos de carne, se ven feos.
Dami: Exacto. Todo es culpa de la caca de los conejos.
Que ascoooo!! por dios, menos mal que se dieron cuenta, sino quien sabe hasta cuando lo hubieras hecho.
Me pasó lo mismo con mierda de perro.
No me lo llegue a comer porque en ese mismo momente recibí un correctivo en mi nuca, creo que ahora le dicen psicología.
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