Los días siguieron su curso natural y la cantidad de mierda de Mickis aumentaba considerablemente con el paso de las noches. Los triangulitos verdes de veneno sabor a muerte ya estaban secos y nunca supimos cómo poner la trampera.
Acudí a la ferretería, esta vez al borde del llanto. Estaba dispuesta a gastar lo que fuera necesario, requería lo más letal que hubiera en las góndolas. Me ofrecieron un veneno color rosa, una bolsita llena de pelotitas tiernas que dicen despertar el instinto sexual de la laucha, para hacerla comer hasta cagar por los ojos y luego morir seca en su madriguera. Lo adquirí y esa misma tarde esparcí puñaditos de 10 venenitos por diversos lugares de la cocina.
Al otro día, parte del veneno había desaparecido, pero la impresión mayor se dio cuando, la noche subsiguiente, hasta el polvo restante había sido chupado por este animal del infierno. Fue entonces cuando temimos lo peor: Micki tiene hermanitos e hijos. En ese instante tomé una decisión: “Voy a cerrar la puerta de la cocina, entonces no va a poder entrar”. Algo tan simple como aislarla del cuarto cocinador iba a determinar mi triunfo, después de haber agotado casi todos los recursos.
El día después, el horror atacó mis pupilas: no solo la puerta de la cocina seguía cerrada, sino que la muy hija de una rata famélica había elaborado un túnel a través de la pared, que conectaba el cuarto donde pasa sus días, con mi cocina. Al ver destruida la pared y los escombros apilados prolijamente uno al lado del otro, me sentí estafada. Humillada por un pequeño roedor al que ahora quería asesinar con un arpón hecho de tenedores. Imaginé una brochote de Mickis a las brasas y hasta confieso que me despertó un singular hambre.
Mi padre recomendó que siguiera vertiendo veneno en los lugares que lo había hecho la primera vez. Decidí no darle más chances de vivir y en lugar de 10 venenitos, coloqué puñados de 50, esperando confiada que los cuerpos fritos de esos animales estuvieran en las próximas horas decorando los zócalos de todo el hogar. Al otro día, el desastre se hizo presente: todo el veneno, las más de 250 bolitas rosas, habían sido chupadas del suelo, absorbidas como flujo menstrual en tampón XL, como shot de vino para un alcohólico en el medio del desierto de Uganda.
Llamé a un fumigador y, tras explicar hondamente la situación, fue terminante: “Las ratas vienen de afuera, probablemente de un inodoro que tenés en desuso. Tenés que tapar esa tubería con cemento”. Luego remató: “Estás intentando exterminar a todas las ratas de Once, es imposible”.
Esa misma noche, acudí a la cocina a buscar un postre, un simple Danette de chocolate aburrido y congelado. Al abrir la puerta, pedí a mi caballero alado que prendiera la luz para verificar la sanidad del área. “Está todo bien”, dijo. Al apoyar un pie, 3 lauchas pasaron corriendo desde atrás de la heladera y hacia el túnel. Una de ellas se escondió en el horno y al día de hoy sigue cagando mis asaderas.
Ayer, nuevamente fui a la cocina, el lugar que se ha convertido en el menos transitado del edificio. Tenía que hornear una pizza yo sola. Mientras colocaba la muzzarella con cuidado de que ningún pedazo cayera al suelo y alimentara a los bisnietos de Micki, oí un ruido. Miré hacia el lava platos. La cortina se movía, pero debía seguir cocinando. Fui por mis botas altas. El silencio predecía lo peor. De pronto, un culo gordo y negro con una colita adosada apareció al costado del horno, quedando trabado entre la pared metálica y la de yeso. La rata del mal no podía llegar a su túnel, estaba desesperada, obesa y asustada hasta las tripas. Me quedé mirándola un largo rato. Ella seguía luchando. Sentí que por un instante ella también me observaba como reconociéndome. Entonces, aunque intenté, no pude pensar otra cosa: “Cómo creció mi mascota”.
* En la actualidad se desconoce el número de Mickis viviendo en la cocina.
* Los intentos de extermino han fallado y los roedores siguen visitándonos asiduamente.
* En consecuencia, la Administración ha determinado: Adopción total de las lauchas y sus respectivas/os sucesores y el aislamiento parcial de la cocina y su pasillo aledaño.
miércoles, abril 01, 2009
La Intrusa II
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9 comentarios:
Perdiste!
Ahora tenes que pensar mas nombres...Y anotarlos en la libreta de matrimonio.
NO TE LO PUEDO CREERRRRRRR!!!
Claro, las ratas se reproducen por decenas en muy poco tiempo, la verdad no se que aportar, me imagino que a estas alturas ya habrás averiguado todas las maneras de exterminarlas y al parecer no te dieron resultado.
Vas a tener que hacer algo urgente, las muy hdp transmiten muchas enfermedades y muerden mientras dormis, sorry que no te traiga tranquilidad, pero una cosa son 1 ó 2 pero una comunidad entera...
SUERTE en la cacería.
en la ferreteria????????
que lemmmda
Buenísimo. Siempre uno piensa que estúpidamente que " Hay una rata", porque no vio una fila. Pero en realidad, es menester que haya más de una, y que trajinen mientras uno está durmiendo la siesta o viendo una película de amor.
Narrás perfecto
Hija de puta! Estuvimos en tu casa custodiados por ratas y no avisaste?
Voy a proponer cambiar el lugar de encuentro.
por qué no consigues un gato?
No probaste cerrando la puerta que da al 'pulmón' del edificio??
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