sábado, octubre 07, 2006

Blanco como la inocencia

Usted sabe lo que es subirse al 159, el blanquito, el que pasa por Bernal, allá por la zona sur y llega al Correo Central en un tiempo estimado de 45 minutos. El mismo colectivo que pasa cada 15 minutos, que parecen eternos cuando llegás a la parada y lo ves irse justito y te cuestionás para tus adentros por qué justo se te ocurrió cagar un minuto antes de irte, si te hubieras tragado el sorete ahora estarías en el bondi. O por qué abrazaste a tu abuela, al perro y al sodero... podrías haberle dado un simple beso de mejillas chocantes y ahora estarías en el blanquito... pero qué vas a hacerle, ya está. Te lo perdiste. Hay que esperar 15 minutos.
Mientras te ubicás cómodo pegadito al palo de la parada, azul y blanco, con miles de firmas hechas en monedas y colaborador de más de una pareja caliente, el palo de MOQSA, ves que una familia con una beba de 2 años se paran atrás en la fila. El problema más evidente es que si el bondi viene lleno, esta mujer madre con un crío va a tener más derecho a un asiento que vos (esto querían las mujeres al reclamar igualdad de géneros?... mmm). El segundo problema es esa bestia de 24 meses de vida, que ya perfila una hijaputez caracterísica de las mujeres complicadas e histéricas. Una nena que cuando te clava los ojos te hace sentir que va a hincharte las bolas cuanto pueda mientras pueda, que sabe que sus vírgenes pulmones pueden mucho, pero MUCHO.
Finalmente el colectivo de mierda llega a mi parada, a nuestra parada, pasados los 15 minutos desde que el anterior me había dejado corriendo como una pelotuda haciéndole gestos que jamás reconoció. Gracias al Dios del papel afiche, los asientos vacíos eran los de atrás de todo, por ende, me avalancé a uno de los 3 contenedores anales libres. Tanta fue mi desgracia, que justo me senté para ver llegar a la mujer y a la pequeña a los 2 asientos libres al lado mío.
Jebús Santo, tales eran los gritos de la marrana de mierda esa que tuve que interrumpir mi lectura de "A Sangre Fría" de Capote para mirarla con ojos asesinos de adolescente que podría matar a un bebé con una lapidera BIC y así intentar callarla. En vano fue mi esfuerzo. Cuando mis nervios supuraban bilis, los del colectivero hacían que agarrara todos los pozos del camino y los de los viejos los hacían ver más moribundos que de costumbre, la pendeja más gritaba.
Puente de la Boca, puedo jurar que la gente de la calle por la que transitábamos nos miraba con temor de que tuviéramos al mismo Lucifer violando pendejos arriba del colectivo con un alabre de púa. Los gritos eran graves, con carraspera y de pronto se ahogaban en la saliva de bebé, esa baba tan desagradable que tarda años en ser un vómito decente. Cuando avisté el correo central y ví que todo había terminado la miré a la nena, la nena me miró y supo, yo sé que supo, que le faltó poco para que la estrangulara y degollara con el filo de la página 297 de mi libro naranja.