lunes, julio 20, 2009

Feliz Día

Hace unos cuantos años alguien me dijo algo que mucho más tarde tuvo sentido: “No podemos arrastrar en una bolsa a toda la gente que conocemos en la vida, el tiempo nos hace ir cortando sogas y arrastrando solo las más fuertes”.
A Sam la conocí en el jardín de infantes, en sala verde. Estaba yo en la trepadora de colores colgada de mis brazos eternos cuando la señorita Myriam me la acercó a la cara y pronunció su nombre por primera vez: “Melisa, ella es Samanta”. Le dije “hola, Sami” y sellamos el comienzo de mi amistad más antigua. De todas las cosas que me acuerdo de ella, es imposible sacarme de la mente la tarde que su ovejero alemán me mordió el brazo cuando yo tenía solo 10 años. O menos quizá. Era un perro enorme. Habíamos estado jugando toda la tarde entre el patio y el cuarto de Sami. Ella tenía un teléfono público, de esos antiguos, podíamos estar cien mil años simulando las conversaciones que de más adultas salieron sin premeditarlas. Sami también tenía un peluche que era un gato que ronroneaba. Siempre te lo envidié, amiga. Quiero que lo sepas.
Volviendo al perro, me acuerdo que me corrió por el patio, hizo que me subiera a una pared presa del pánico y me arrebató el brazo. No pude esconderlo. La abuela de Sami me tiraba alcohol sobre la herida. Fue mi primer shock de la infancia.
Dani conformaba una sociedad secreta con Peque. El día que empezó a hablarme yo ya tenía tetas y aparentaba ser un marimacho agresivo. Todavía no conocía los beneficios del corpiño con aro o de la crema para peinar. Con Daniela confesé toda mi vida mientras inflábamos un colchón para dormir en el living. Un dato curioso que ella no conoce es que cada vez que me quedaba en su departamento a pasar la noche, siempre con alguna peli de por medio, yo tenía ataques de pedos. Era algo fijo. Mi teoría personal es que el abuso de la Coca Cola me jugaba en contra. Como mi madre no la compraba, cada vez que tenía la chance me la inyectaba cual suero comatoso.
Con Juli nos hicimos un lugar en la vida cuando ya éramos adolescentes. Siempre pensé que mi nombre no ocupaba un puesto en sus amigos más cercanos del corazón, pero el tiempo me demostró lo equivocada que estaba. Julieta es la que más veces me ha escuchado llorar en una línea telefónica. Una noche de boliche decidí acostarme en su casa. Armamos la cama, pusimos las sábanas y me prestó una almohada. Antes de cerrar los ojos ella creyó que era el mejor momento para contarme que en su hogar, justo en la puerta de su cuarto, frente a un espejo, su hermana había visto un fantasma. Desde ese momento, preferí cagarme encima y limpiarme con las medias antes de levantarme a medianoche en la casa de Julieta.
El futuro me sorprendió con amistades perseverantes. Conocí a Anita, a Nati, a Pupi, a Marivi, a Gise, a Diego, a Chelo, Horace, Hugo, Ser... Es raro como, pese a advertirles de mis malos atributos como amiga, ellos siempre están. Curiosa es la forma de la amistad. Algunas amigas son como el pulso. A veces saltan hasta el techo y a veces no se ven, otras tantas se mantienen estables, pero forman parte de una vida inconstante llena de idas y pocos regresos.
Otros tantos colegas devenidos a amigos me regaló la facultad, cuando la coraza de hielo más a flor de piel se arrastraba. Ellos vieron lo mejor y lo peor, la envidia y la felicitación, la frustración y la moral inflada. Leo, Fede, Martín, María. Sin palabras.
Los amigos de la vida no necesitan mantenimiento. Su presencia se huele en los momentos trascendentes, en los contados instantes que uno elige compartir sin preguntarse si es el mejor momento para hacerlo.
Hoy es un día que detesto, pero que, como mala amiga que soy, me sirve para vomitar todas las cosas que en soledad le escribí al diario íntimo durante tantos años. Sami, de vos aprendí la valentía cuando fuimos pebetas. Me enseñaste a superar un divorcio de mierda, solo viendo cómo vos habías salido airosa y galopante. Dani, hoy sos el pulso inestable de mi corazón, pero lo que te quiero no tiene un nivel máximo. Sos la armonía, el equilibrio. Juli, Juli. Qué decirte. Me enseñaste que perdonar de corazón es posible. Gise, vos cada día que pasa me mostrás un mundo sin prejuicios y que realmente una mujer puede tener más cojones que cualquier mogólico en anabólicos.
También hoy es un día para agradecerle a la persona que más allá de llenarme el corazón como una bolsa de agua caliente, me acompaña en esta ruta llena de baches y alambres de púa. Mi novio, mi amigo, mi compañero en el asiento de adelante. Te amo Lu.
A todos los que nombré y a todos los que nombro en mi cabeza, a los amigos de la noche y a los que perdí en algún momento, cuando el lastre de pasado se me tornó demasiado pesado. Al fin y al cabo, como esa vez me dijeron, sobrevivieron los más fuertes.