jueves, mayo 21, 2009

Mi Pajero Incondicional

Tener admiradores callejeros fijos es, más allá de lo incómodo y desagradable, bastante interesante. Una sin premeditarlo comienza a preparar su vestimenta motivada por el calor que despierta al andar por determinadas cuadras del trayecto diario. También se va mirando por los vidrios de los negocios para verificar que la cabellera está donde debe y que el delineador no se haya corrido del lugar en donde lo aplicó esta mañana antes de salir a enfrentar a la plebe.
Mi admirador desde hace unos cuantos meses es un guardia de seguridad que habita desde la mañana y hasta alrededor del mediodía en una garita del barrio de Martínez. El hombre, de más de 50 años, tiene esa facha de militar retirado que cometió alguna indecencia: un pequeño robo, una pequeña violación, un pequeño asesinato múltiple. Su garita, su pequeño hogar-oficina de 1 metro cuadrado, apesta a olor a pedo. Pasar por la puerta entreabierta de este cubículo techado deja oler en todo su esplendor al compilado de pedorreadas mañaneras que este fiel cristiano desplegó durante las primeras horas del día, producto de algún café con leche instantáneo o, por qué no, de algún mate cocido con bizcochos de grasa. Algún resabio de limpieza debe hospedar en sus genes, ya que suele ventilar el espacio al tiempo que sacude la alfombra donde apoya sus piecitos y lava su mate en el agua que corre por el cordón de la vereda.
La primera vez que el ex militar canoso y algo negrito decidió comentar acerca de mi subjetiva belleza, lo hizo de la manera más tosca que podía. Asomó su cabeza entre mis tetas y gritó: “Buen día mi amor”. Yo, con la vergüenza elevada al cubo, miré hacia el costado y me focalicé en un grupo de palomas que se procreaban sobre un chalet. Durante esa semana, la emoción de ver a alguien con tetas tan temprano en la mañana logró que mi fan gaseoso no perdiera la atención: además del buen día mi amor pegado a mis auriculares blancos, el hombre comenzó a limpiar el cordón por el que yo transitaba. Ubicaba un trapito y me miraba mientras pasaba por encima. Al pasar por sobre la tela, comentaba en voz alta: “Sí, pisámelo todo”.
La situación comenzó a descontrolarse cuando además de él, un amigo recolector de residuos se sentaba a esperar que yo atravesara la esquina. Ambos, a coro, gritaban ante mi paso: “Buen día mi amor. Te cojo toda.” Las miradas lujuriosas, el olor a mate desprendido de cada piropo, la masturbación que imaginaba dentro del cubículo a minutos de mi paso, el charco de leche colgando de la pared, pegoteando las hojas del calendario… la recreación que se adueñaba de mi mente era nauseabunda.
Descubrí que no importaba cuán lejos de su garita yo pudiera pasar, mi admirador caliente siempre se ubicaría en el lugar preciso para verme pasar, saludarme y mirarme las tetas. Noté que su interés decaía con el invierno. A más ropa, menos ganas de pelar la garompa en plena cuadra. A más ropa, menos escote visible, más campera, igual a escena no erótica. Aunque todavía hacía calor, comencé a usar pañuelos que disimularan las formas. El efecto duró una semana hasta que los comentarios cachondos volvieron. “Buen día mi amor, ¿no me vas a saludar?”, preguntaba ansioso cada vez. De tanto esquivarlo con la mirada, comencé a realmente interesarme por las palomas del chalet. Eran blancas y grises, una de ellas grande como un pollo. Me pregunté si comería carne o a otras palomas, o a murciélagos. Descubrí su nido, sus crías. Llevaba una cuenta mental de cuántos pichones habitaban el techo, de cuántos charcos de mierda habían en la pared de ladrillos y pude ver una mañana cómo un exterminador de palomas colocaba una trampa asesina para aniquilar a los bichos, para que quedaran clavados al techo, impidiéndoles cagar, reproducirse y vivir.
Hace 4 días opté por un camino alternativo al trabajo para evitar cruzarme al gediento amigo cincuentón. Una cuadra antes de su esquina, doblo a la derecha y camino 4 cuadras al pedo para llegar a destino. Sus piropos ya no me hacen feliz. Su saludo mañanero ya no levanta mi autoestima. He perdido la motivación para el vestuario, para el cabello y el maquillaje, pero hoy, por primera vez en 6 meses, el miedo a ser violada repetidas veces dentro de una garita con olor a pedo desapareció de mi mente.

viernes, mayo 01, 2009

Prejuiciosa, prejuiciosa yo

Circulando por el barrio de La Boca
un muchacho detuvo el bondi:
tenía la piel negrita y zapatillas gigantes,
unos rulos despeinados
y medias blancas, pero grises
Prejuiciosa, prejuiciosa yo…

Se sentó a mi lado en el último asiento del colectivo
(el resto del lugar estaba vacío)
Yo llevaba un bolso transparente
él una campera cubriéndole un brazo entero;
la campera era de corderito
y repito: le cubría un brazo entero.
Prejuiciosa, prejuiciosa yo…

Que me roba que me roba que me roba
Que me va a robar
Que tarde o temprano me va a robar
Mejor me guardo el documento en el bolsillo
Y la tarjeta
Y la llave también
Prejuiciosa, prejuiciosa yo…

Que se para y me arranca el bolso
Que se para y me lo va a arrancar
Mejor lo abrazo bien fuerte y lo escondo.
Prejuiciosa, prejuiciosa yo…

Mejor me cambio de asiento
o me bajo ya mismo, acá
“pero si me bajo ya mismo me violan, me violan acá
y encima me van a robar”
Prejuiciosa, prejuiciosa yo…

Upa algo está pasando: se bajó y no me robó.
Devolví mis cosas al bolso,
todavía me tiembla un pulmón
Prejuiciosa, ¿prejuiciosa yo?

(Posteo viejo, pero siempre vigente. Publicado por primera vez en http://pobresyanonimos.blogspot.com)