martes, octubre 30, 2007

El sobre

Mi padre pasó a buscarme con su Fiat 1 polarizado a las 10 de la mañana. Compramos facturas y, con DNI en mano, fuimos a la escuela Nº 21 de Bernal. Como aún no cambié de domicilio, me merezco votar en el culo del mundo. Ni el calor, ni el importante chupón que mi propio padre portaba en el cuello, como marcas de vampiro gediento, vicioso, podían quitarme los nervios que meter ese papelucho en el sobre me producían.
Ya en la puerta del colegio me dieron ganas de cagar. Pero no esas ganas livianas, que permiten al ojete meter el sorullo para adentro como quien chupa un naranjú. No. Ganas de cagar brea dura, consistente y marrón, con fuerza y empeño hasta sentirme vacía. Volvimos entonces a casa, cagué, leí la VIVA y sus maravillosos artículos sobre cerveza negra y a Valeria Mazza opinando sobre cómo lavarse las pestañas con leche de Matías Martin puede mejorar la circulación de flujo vaginal.
Corté frutillas para el postre y noté que no había crema, entonces, como comer frutillas sin crema es una falta de respeto al campo que las parió, salimos nuevamente con mi progenitor al supermercado y de pasada, a votar, total, ya la gente está comiendo y seguro tardamos un minuto.
Las filas estaban al sol. Eran más personas juntas que en la celebración del Día de la Raza en la casa de Hitler, revalsaban los gordos, el suelo retumbaba al paso de las diez mil embarazadas, cosa que aún no entiendo, ¿cómo puede una mujer llenarse de un pendejo sabiendo que va a venir pronto el verano y va a tener que portar toda esa circunferencia pateante con 90 grados centígrados?
La escuela tenía una particularidad: Con cada ráfaga de viento, un olor a bostade caballocomeperromuertodelavilla 31 amenizaba la hilera. El patio apestaba a tal punto que la gente andaba con barbijos y los organizadores caminaban repartiendo sillas porque la gente se descomponía. Era como estar estancado para siempre en el culo diarreico de la Tota Santillán.
Después de 2 horas y 15 minutos, llegó mi turno. Adelante mío había pasado una mujer bastante pelotuda que llevaba en la cartera un peine de dientes anchos para darle forma a su flequillo en todo momento, lo cual, más allá de parecerme algo femenino, me despertó unas ganas de cortarle los dientes al peine y usarlos para penetrarle las bolas oculares una a una hasta matarla desangrada. Su meticulosidad enfermaba hasta a los más sanos kirchneristas.
Entré al cuarto luminoso y habían (como mucho) veinte boletas en TOTAL. Carrió: Presente. Lavagna: Presente. Cristina: Presente Presente Presente. El resto de los candidatos no existían. Las boletas para intendente no estaban, solo se divisaba la opción de la señora K. Tomé una boleta de la gorda y noté lo pequeño que era el sobre. Tan chico era que ni doblada en 5 podía hacerla entrar a la pobre boleta. Era como una virgen emperrada, como un travesti bloqueado. Imposible. La metí igual, hecha un bollo. Tardé escasos 15 segundos, deposité el abultado sobre en la urna y, por un momento, tuve esperanzas, esa sensación de cambio, de oxígeno buceando en Mar de Ajó, de papelitos en Plaza de Mayo. Esperanza que ya no tengo, que murió, que duerme entre los ojos chuecos del presidente y la morocha cabellera de su sucesora.

Feliz votación para todos, he vuelto.

viernes, octubre 26, 2007

Argentina Decide



2º C, Turno Noche, TEA: Ha parido

Queridos amigos y eventuales:

Les dejo a continuación el link de página de cobertura de Elecciones Presidenciales 2007 que hemos hecho sudando la gota gorda con mis compañeros de la facultad, más colaboradores de 1º.
Si bien aún no están subidas todas las secciones por culpa de la inoperancia, me asegura la Virgen de los Tomates que para esta medianoche debería estar todo felizmente arriba...
Si todavía no saben a quién votar, naveguen por ésta: "Argentina Decide"
Si les gusta, recomiendéndenlo, sino... guarden silencio.

jueves, octubre 25, 2007

Vamos al circo...

(Pido de antemano perdón por este descargo, pero necesitaba hacerlo)

Antes de ayer volví de la facultad unos minutos antes de lo habitual y me encontré con Mario Pergolini acompañado de un Eduardo de la Puente barbudo y un Juan Di Natale igual que siempre, que apelaban a nosotros de una manera diferente, ya sin vivezas, sin ironías, sino simplemente desde la desesperación, desde el manotazo de ahogado que toda la gente que tiene la bendita suerte de llegar a tanta cantidad de escuchas/televidentes, debería ejercer.
Pergolini pedía a todos los ciudadanos que votaran. Que no dejaran todo echado a la suerte, que la suerte está en manos nuestras. Que no vayamos a votar sin saber absolutamente nada. Que elijamos, porque podemos elegir. Podemos nosotros tener la posta, aún cuando se nos dice que ya está todo dicho, todo definido y que la señora K ya tiene el trono bajo la concha. Todavía no votamos.
Sinceramente no sé ni yo por qué estoy más preocupada con estas elecciones que con otras en las que he participado. No cabe en mi mente por qué estoy usando el blog para hacer este descargo, pero hay algo que me lo pide adentro.
El domingo las fichas, la banca, la ruleta, todo lo tenemos nosotros. Vamos a elegir algo diferente, abramos los ojos, veamos las cosas que están pasando con esta gestión: las empresas argentinas están desapareciendo, pero nos venden que somos “más exportadores que nunca”, no hubo en 4 años una conferencia de prensa, los casos de corrupción alevosa se pasean delante de nuestras tetas y parecemos zombis, resignados, desintersados como si fuera el país de otro.
Sinceramente, a mí la política me chupa un huevo. Realmente. No entiendo nada, no es lo mío, pero sí me afecta elegir a la persona de la que van a depender las decisiones más importantes del país en los próximos años, porque también es mi país y honestamente, me rompe las bolas que nos garchen y nos desgarren el orto con cada mandato. Son como los músicos del Titanic nuestros políticos, solo que no se hunden cuando el barco naufraga. Los que nos hundimos somos nosotros.
Elijamos el domingo con conciencia, con respeto por nosotros mismos. Hacerle pecho a este día de mierda, es una buena manera de ejercer nuestro derecho y demostrar que aún NADA, pero NADA, está dicho hasta que NOSOTROS no hablemos.

viernes, octubre 12, 2007

La puta y el salame

Me levanté en esta Buenos Aires garuante, puse dos porciones de pizza de provolone y albaca sobrante en un plato pequeño y luego en una bolsa, cualquier cosa que pudiera evitar tener que lavar el mal llamado táper. Tomé un alfajor, lo tiré en el bolsillo de la mochila y salí a enfrentar a la urbe a lo largo de las 5 cuadras que me separan del subte.
Hacía días que ni Pamela David masturbándose en mi baño, ni Guido Suller a los gritos con una zunga de gato siamés llegaban a causar una sensación en mí. Sentí por varios días que mi alma se había disecado, que mi cerebro estaba preso de la política obligada por los parciales y que las orcas pueden servir de colgantes. De pronto hoy me subí al subte y me senté en esos sillones de 3 que están siempre al final del vagón, que están enfrentados a otro grupo de 3, de igual tamaño y forma. Es interesante notar cómo esos asientos rinden de acuerdo al tamaño de ojete que se le siente encima. En el caso de mi asiento, entrábamos 3, en el de en frente también. Eran 3 mejicanos. Un gordo que desafiaba las leyes de la gordura establecidas por la Politi, un hombre que hubiera facilitado las cenas de los chicos de VIVEN y cuyas manos morcilleras parecían asfixiarse entre los anillos celulitosos que los circulaban. A su lado, su mujer. La dama corajuda, con ovarios de plata que se lo garchó y se lo garchó, jugando a encontrar al pitulín en medio de las olas de rollos hasta que llegó a concebir al pequeño mejicanito, el tercero en la fila de sentados, de unos 4 años, peinado con gomina y casi cayendo al suelo por la presión que el culo de su madre, empujado por el de su padre, hacía contra sus pequeñas patitas. La madre tenía como motivación de su vida sacarle el moco duro al nene de la geta, algo que toda madre hizo con cada uno de nosotros, pobres pendejos, que vemos venir esa uña filosa apuntando a nuestro moquito duro, pegado, que nosotros mismos no sacamos por el dolor que le causaría a la napia hacerlo. Perseverante, la mejicana le daba y le daba hasta que papá gordo gritó: ¡Déjalo mujer que es solo un moquito y ni se veeee!”. En ese momento, llegaron a la estación Bulnes y fueron reemplazados por un grupo especial.
Una chica, gorda también, se sentó en una de las puntas y los dos espacios restantes fueron el granizado en el sambayón: Ella, de pelo largo y enroscado, de volados y un pedo negro, se tambaleaba atemorizando a los pasajeros que pensaban que el vómito con trocitos de semen disecado de la noche anterior era inminente. La muchacha, de más de 35 años, era prostituta. Se ganaba la vida desde hacía años y recomendaba a las otras chicas que, según contaba, recién arrancaban, que hicieran la posición perrito, en 4, para evitar el dolor cuando las garompas se alineen para entrarles por el orto. Entre consejo y consejo, la puta (cariñosamente) lloraba y le recriminaba al salame que la acompañaba que la había dejado sola en el subte a la madrugada cuando volvía de hacer el amor por dinero con un viejo sudado.
El salame no tenía orejas. Asombrosamente horrendo, sus lóbulos estaban pegados a su cabeza, haciendo más bien huecos en la sien, más similares a anitos de conejillos de india que a orejas en sí. El tipo aprovechaba cada reclamo de la emborrachada trola para engramparle un beso de lengua, baboso, chorreante, lleno de enfermedades de transmisión babal para canalizar el llanto y evitar el vómito que nunca llegaba, pero todos seguíamos esperando. La gorda de al lado de ambos los miraba, todos los mirábamos, pero la mujer de nada se percataba. El salame le tocaba las tetas y todo era graciosísimo, el salame le contaba cómo sería la cama donde se la cojería hasta por el pupo y todo era perfecto… todo era eróticamente banal y perfecto. Ella arremetía sobre él, le chupaba el lóbulo inexistente, le tocaba la tetilla y se calentaba cual monja sin vocación. Ella se sentía querida.
Bajé en Juramento y el subte se los llevó. Ella todavía lloraba y él se había puesto anteojos de sol naranjas, quizás para no ser reconocido, quizás para tapar las ojeras de una noche de pasión o quizás… simplemente, porque no podía evitar ser un pobre salame que a las 9 de la mañana, todavía se paseaba erecto con una puta borracha del brazo.