jueves, diciembre 27, 2007

A punto de acabar

Listo. Papá Noel ya pasó por la chimenea, dejó cajas rotas, papeles violados y un moño desgarrado pegado con sus últimas fuerzas a la bolsa de residuo. Hoy ya nadie se acuerda del viejo gordo que lo entregó y la emoción del regalo pasó a una nueva fase: la del acostumbramiento.
Particularmente no esperaba nada de Santa por ser casi mayor, pero siempre me sorprende con algún camisón repetido de esos que jamás usaré, pero que extrañamente sigo acumulando en un ropero por si algún día llegara el momento en que alguien demande ver cómo me queda. El 5 de enero de todos modos es mi cumpleaños, espero correr con mejor suerte, sino tendré un mega colapso cerebran y quedaré como Tévez en sus momentos de lucidez. Jebús me ampare.
Con la llegada de esta semana en la que la gente está nostálgica o armando valijas, se tienden a hacer balances a nivel personal, grupal, parejal y por qué no, mundial. Los balances a mi entender son simples listas de supermercado clausurado: ítems e ítems que nunca se tildarán, que dormirán en una sombra de frustración hasta el diciembre próximo en que se junten con una nueva lista y propongan un suicidio colectivo ingiriendo capuchones de lapiceras BIC.
Si yo tuviera que hacer mi propio balance, podría decir que vomité color negro una vez, el resto fueron normales, pero gracias a esa oportunidad aprendí a no desayunar con Coca Cola. También fui adicta al Ibuprofeno, a tal punto que me hice inmune a su efecto y aprendí otros métodos para bajar la fiebre como por ejemplo mentalizarme de que nunca la tuve y que es solo paranoia.
También aprendí a superar los celos y toleré con total normalidad situaciones que el año pasado me cerraron el orto de la histeria: la fiesta de trabajo de mi novio, su recital y sus encuentros con su ex mujer. Digamos que soy un buen Pokemón evolucionador.
Algo que me enorgullece es haber aprendido a hacer un paty con quedo cheddar y no quemarlo. También probé un nuevo formato de arroz que ahora me produce placer comer y descubrí que las galletitas Okebón, Pamela David y yo podemos convivir en perfecta armonía en mi baño o en donde sea.
Si tuviera que elegir una sola acción para imprimir en una remera sería: “Aprendí a prender el calefón”. Antes esta situación me provocaba llanto, gotitas de pis nervioso y despertadas a mi caballero a horas de la madrugada por querer bañarme. Ahora, como buena ciudadana, aprendí que el Magiclick es realmente un buen invento y que no necesariamente debe explotar y asarme al espiedo con el primer chispeo.
Sí, este fue un buen año. Hasta puedo decir que me mantuve estable en áreas como educación y trabajo, espacios en los que suelo permaneces un máximo de 3 meses corridos. En el primero llevo 2 años completos y en el segundo voy por el bebé virtual.
Para ir cerrando aprovecho para agradecer a la constancia de los lectores, realmente admiro cómo el estómago les permite seguir ingresando a este portal. Me comprometo a mejorar el aspecto de esta página, comprometiendo así a mi pareja estable a ayudarme con el cometido.
Sin más para decir les auguro un feliz fin de año. Intenten no arrancarse los dedos con un chasquibum ni incendiar un rancho con los globos de los deseos, esos “fuegos de artificio” que tienen menos onda que esperar que los Reyes Magos hagan una porno heterosexual. Disfruten junto a sus seres queridos o quieran a un ser por un rato al menos, hagan la buena obra del año y eviten el balance, puede costarles sesiones de terapia o hasta la misma muerte.

lunes, diciembre 24, 2007

Navidad

Estamos aquí reunidos para celebrar la Navidad. Corre la abuela a buscar al Niñito Jesús que escondía bajo la cama, empolvado y sin ojos, corre la sobrina a cambiarse el protector diario de la bombacha rosa antes de que sea demasiado tarde para brindar, o coger o rezar y llega, finalmente llega, ese pan dulce horrible, con esas frutas barnizadas que los años increíblemente no permiten olvidar. Todo pasa, todo cambia, pero el pan dulce del horror se mantiene estable, igual que esa torta de turrón blanco que alguien alguna vez debe haber hecho y dicho luego: “Nadie va a comer esto, es el sobrante duro del sabor a nada”. Pero no. La Navidad no solo nos une a la gente sino que también nos reencuentra con la comida bizarra.
Los mensajes de texto festivos comenzaron prevenidos hace casi una semana. Esto solo hace que la Navidad nos invada, nos aceche como una puta hambreada. El celular se bloquea porque está harto de los mensajes pelotudos. Imagínense ustedes mismos siendo los emisores de deseos extraños como “no tomes mucho” o “Papá Noel te va a traer todo lo que quieras”… realmente es para colapsar y morir en una eterna arcada.
A partir de hoy comienza el otro fenómeno de la comunicación veloz: el email. En este formato se permite volar un poco más, ya con más chances de caracteres de dibujos de colores de fondo de Power Points que nadie abrirá porque dicen ni más ni menos que la misma cursilería hippie que todos los años anteriores. Uno se empalaga de tal forma que hasta le salen puntos negros en el orto con cuernos de reno. Definitivamente nos obligan a ser cristianos. Nos obligan a estar felices y a no arruinar un día como hoy, lleno de algarabía, nieve y pelotudos. Sobre todo eso, mucho forro dando vueltas: vas a la parada del colectivo y tenés un grupo de monjas con un gorro de Papá Noel. Vas a la verdulería y el bolivariano te da un pepino con un moño que solo pensás cómo metérselo en el orto sin quedar como un antipático, el chino (¡el chino¡) te grita “felí napitá” mientras te guarda un mantecol en la bolsa, hasta destornudar delante de un desconocido es un “salú felice fiesta”. Todos poseídos por el espíritu santo, ese que busca una segunda víctima, pura como María, pero con su misma capacidad de enfieste silencioso.
Uffffffffffff….
Hoy será Noche Buena. Mañana será Navidad. Hagamos lo mejor que podamos por salir de estos días con un mínimo de dignidad.


Otras Navidades en este blog:
24
Festejemos

miércoles, diciembre 12, 2007

Evolución

- Voy a tener una banda – me dijo feliz y campante.
- No. No estoy preparada para esto, no sirvo para ser la novia de un rockstar – respondí, mientras un hilito de mierda me desfilaba por la bombacha de la histeria.

La banda nació. De pronto me copaba los espacios de los martes a la noche y me regresaba a mi amante, a mi caballero de armas plenamente borracho a altas horas de la madrugada y yo solo pensaba una cosa: “me está cagando. La banda es solo una pantalla”.
Con el correr del tiempo comencé a pensar otra serie de cosas de igual categoría, pero diferentes en su esencia, como por ejemplo: “Ahora me va a dejar por una fan”, “ya no va a tener tiempo para mí”, “cuando le tome el gustito a la joda de nuevo me abandona, me tira como una berruga arrancada con los dientes bajo la luna llena” y demás frases que denotan en mí una obsesión creciente que tendía a exasperar hasta a mi propia conciencia, a mi propia alma desgarrada por la paranoia fulminante de una mente enferma.
Otra de mis preocupaciones era la influencia amistosa de los amigos de la banda a quienes no conocía. Yo solo registraba a dos: grandes personas, uno con una tendencia al descontrol lujurioso y endiablado y otro que toda mujer desea que sea amigo de su novio, que destila paz y buena fortuna. Los dos integrantes restantes eran una incógnita. El miedo me afloraba y solo pensaba en charlas en las que los desconocidos incitaban a mi propio novio al pecado, a la traición para con su novia adolescente.
El psicólogo Dr. Humberto no me daba turno y la concha de su madre. Necesitaba alguien en quien apoyarme para dejar correr la bola de la locura. Nadie me seguía la corriente y solo podía comerme los sentimientos y simular seguridad. Era imposible.
Con el paso de los meses me adapté rápidamente a la idea de la soledad de los martes, pero para mi pesar, ese fue el momento en el que otra etapa se iniciaba, ahora venía la era real: el primer concierto.
Ahora se venía el contacto personal con las yeguas roba macho, con las fanáticas enfermas, las que, según mi cerebro afectado, emputecen cualquier antro para destruir las relaciones estables. Mi caballero es cantante, las miradas estarían puestas en él indiscutiblemente. Mi alma estaba seca cual ojo de vieja lectora del diario La Nación.
Llegó el día, era domingo. Mi primer comentario fue: “Qué día de mierda para tocar eh, realmente, es para gente que no tiene un carajo que hacer”. Con esto, yo solo intentaba desmotivarlo, hacerle sacar esa idea maliciosa de su alma, desprenderla y enseñarle otras cosas como horticultura, panadería, limpieza de poros caninos o hasta a cortarle los cabitos a las chauchas, hermosa actividad para hacer en conjunto… pero no. Realmente él quería hacerlo y tuve que aceptarlo, aprovechando claro para conocer a los “otros” individuos que no conocía, pero que imaginaba como los demonios que cabalgan al lado del Tío Rico del Pato Donald.
Entré al recital como quien firma su acta de defunción, con la cara gacha, tarareando con lágrimas lagañosas los temas que ya conocía, esperando ver solo hombres o mujeres de la tribu del congo con sífilis, con hongos pululantes y piernas con escamas bordó.
De pronto, sin quererlo ni pensarlo el pánico desapareció al tiempo que crucé la puerta resguardada por un patovica negro y redondo, sudante, perfecto participante del sindicato de taxistas desempleados y sin agua. La paranoia se esfumó, tomé una cámara de fotos y me dediqué a retratar la oscuridad y las luces de neón, me senté delante del micrófono como quien reclama lo que es suyo, o más bien, lo da por hecho por primera vez en la vida, me sentí confiada, quizás por el push up que enaltecías las pochas o el flequillo que levanta la moral cuando está bien peinado, quién sabe.
Ahora, con todo lo que he sufrido, voy a hacer algo que quizás pueda generarme más trastornos. Es probable que con esto esté abriendo las puertas de todas las muchachas de tanga de chocolate comestible para que se acerquen al fotolog de la banda. Si es así, olvídenlo. La puerta tiene llave y la guardo entre las tetas.
Los dejo acompañados de The Plagios, ya sin miedo ni esquizofrenia, con la banda completa que resultó ser un grupo de buenos muchachos, o al menos, aparentan serlo.

Fotolog de The Plagios
My Space de The Plagios

sábado, diciembre 08, 2007

Operaciones peligrosas

Mercado Libre nos había llevado tras la pista de un volante de auto vibrador, esos con los que una mujer puede entretenerse por más de 7 minutos y hasta puede considerar darle una oportunidad a la Play Station 2, el juego del demonio, pero no, pronto se da cuenta esa sabia mujer de que aquello es una ilusión del maldito manubrio para tenernos apresadas bajo su pantalla de carrera de autos hermosos, disfrazada de una actividad romántica en conjunto, cuando no lo es y ni siquiera se le acerca.
En fin, estaba yendo a retirar de su dueño, el Sr. Mercado Libre, al volante que había adquirido.
Antes de aventurarnos, comimos en un lugar cuyas mesas son del tamaño de las que habitaban en la casa de los enanos de Blancanieves, esas pequeñas y bajitas en las que se garchaban a la princesa cuando caía inconciente después de las manzanas contaminadas, según contaba mi papá en sus cuentos distorsionados. Estaba rico, tomamos limonada con jengibre y creo que hasta el balance sol-nube era perfecto.
Quince minutos más tarde llegamos a la dirección de entrega y aún cuando ni siquiera habíamos terminado de confirmar que el cartel de la puerta nos estaba introduciendo al local indicado, ya la reja de paredes vidriadas se abría para dejarnos ver qué se escondía detrás de nuestro propio reflejo.
El local era un cuarto de unos 3 metros de ancho por 5 de largo. Había a un lado del espacio una vitrina con precios en dólares para cada producto de tecnología que se exhibía. Otra de las paredes la ocupaba una mujer joven, morocha, que hablaba con un micrófono, aún cuando lo que nos separaba eran 4 palitos de flota flota. Nos gritó cuál era el número de la reserva de mi volante que, bajo presión, le di mal, lo cual retrasó indiscutiblemente la operación.
La última pared era la más misteriosa. De ella salía una caja de metal en la que alguien alojado detrás de la pared había metido nuestro producto recién comprado. Nuestro trabajo consistía en velozmente abrir la caja, chequear el producto y abonar cautelosamente y sin mirar a la persona de la caja. Cuando nos disponíamos a sentarnos a esperar nuestra orden, entró un gordo morza que poseía una panza que brotaba desde abajo de su remera corta, inundando la cintura de su pantalón, asfixiando al botón del jean bajo una catarata de pelos y sudor ombligal.
Se sentó a mi lado, el banco se movió. El gordo tenía dólares. Cientos de ellos, venía a buscar algo que, como nosotros, había encontrado en Mercado Libre. Yo solo pensaba el correr y correr, alejarme del gordo, de la cajera invisible y de la recepcionista gritona. La caja metálica transportadora de bienes hizo un ruido que hizo gemir al candado de la entrada. Algo cayó fuerte en su interior, recé porque no fuera nuestro volante, la sola idea de volver por la garantía me daba ganas de comer langostinos de chino sin habilitación. Era el volante.
Nos paramos, fuimos hacia la caja y limpiamos la mugre almacenada en la tapa de la bendita metálica como si fuera un cofre del tesoro gratuito, cuando en realidad ya llevábamos invertidos 150 pesos. Levantamos la bolsa que estaba acostada en el interior de la caja transportadora, comenzamos a abrirla para chequear que era nuestro nuevo volante y no un rulero parapelosdelojete lo que nos estábamos llevando. Así era. Perfecto y redondo como un volante debe ser.
Hicimos dos pasos hacia la libertad y ocurrió la tensión. La bolsa se había roto dejando el juguete al descubierto y a la vista de los cientos de posibles hurtadores que habitan las calles de Palermo. Teníamos que volver a la mujer sin rostro y pedirle otra bolsa, arriesgándonos a que, pasado nuestro turno, no quisiera ni siquiera referirse a nosotros jamás.
Gritamos por acerca de 5 minutos para que alguien nos prestara otra bolsa, el gordo nos ayudó con golpes en la pared, le danzaba la barriga de la ansiedad. Sin palabras, la caja metálica nuevamente se movió. Algo latió en su interior. “Abraaaaannnnn”, ordenaron desde algún lugar. Abrimos el cofre metálico y encontramos nuestras dos bolsas blancas. Apenas las tomamos, el timbre de la puerta nos obligó a salir sin saludar, apurándonos, como si hubiéramos visto de más o como si quisieran quedarse a solas con el gordo. Lo miramos por última vez, estaba sudando y tenía un rizo negro recorriéndole las mejillas. El gordo nos meneó la mano esperando el rescate, pero él aún tenía su producto detrás de la cajera transparente. Tuvimos que dejarlo a su propia suerte, solo con su barriga, los dólares y una vitrina repleta.

miércoles, noviembre 28, 2007

Anti

Todavía hay purpurina volando por los aires de la Navidad pasada, pero ya las bolas de la temporada nueva nos ahorcan hasta en las vidrieras de la farmacia. Uno no termina de entender por qué todos quieren currar con las guirnaldas y el árbol de la muerte, pero hasta el odontólogo pone un stand que vende muelas con inscripciones navideñas que al mes ya te estás metiendo en el orto lo más acomodadito que puedas para evitar ensuciarte la ropa.
De pronto comienza la semana en la que se presentan las fiestas de la empresa de la cual uno es parte. Ahí se presenta el dilema entre ir y pasarla como el ojete o no ir y ser tildado como el antisocial-antifiesta-antidiversión, todo porque uno no quiere compartir más tiempo que el necesario junto a la gente con la que uno trabaja, y con quien no tiene ánimos ni tema para hablar, salvo que sea de reportes, chismes del programa de anoche o empleados ineficientes.
Las fiestas de la empresa son algo que aborrezco, sinceramente. Me molesta en primer lugar que sean un día de la semana. Todo eso para hacerse los cool porque al otro día los “fiesteros” entran tarde, mientras los antifiesta a la misma hora de siempre, con la nube negra meándole las cejas, como siempre.
Es cool hacer un pizza party. Mucho más cool es hace fiestas separadas para jefes y empleaduchos. No sea cosa que los empleaduchos terminen comiendo más que los jefes, sería inaceptable.
Generalmente estas ocasiones terminan desvirtuándose al tiempo que la secretaria se garcha al de seguridad sobre la mesa de las pizzas, la que limpia se encara al jefe de área soñando que es Talía Piel Morena, de pronto y sin darte cuenta terminás solo en una esquina mientras el sexo a tu alrededor es cada vez más impactante, te adherís a los gemidos que terminan siendo un símil ringtone y le pedís al Jebús Men in Black que traiga ese puto aparatejo que te hace olvidar lo vivido con una lucecita de mierda.
La mala noticia es que el futuro no podrá evitarse. Días, meses, años después de la fiesta seguirán recordando las andanzas no laborales con efusividad, alegría y emoción, sentimientos que uno, si fue, solo desea que dejen de recordárselos, y si no fue, se siente más pelotudo que al inicio, cuando se debatía entre aparecer o fugarse del mundo hasta que todo termine… si termina.

Recemos:

Jebús de las alturas
Jebús de las bajezas
Jebús del medio… adentro
Que pase diciembre rápido
Que se corte la luz del mundo
Que Chávez censure las fiestas
Que las fiestas me ignoren a mí
Que la invitación la trague el correo
Y que cumplan muy feliz

Amén

miércoles, noviembre 21, 2007

Asqueada

El almuerzo en el trabajo me había dejado una inigualable sensación desagradable en el estómago. Después de recalentar el filet y las papas bañadas en una salsa verde biónica, supe en lo profundo de mi ser que nunca debería haber ingerido un bocado.
Apenas llegó la hora de irme, salí disparada de la oficina pensando en llegar al hogar y descansar plácidamente boca arriba con un balde cerca para lanzar con velocidad los pedazos sin digerir de esa papa del demonio.
Me subí al subte después de licuarme parada en el 60. Me senté en uno de los vagones del fondo, la mochila abierta sobre las rodillas por si acaso sentía anticipadas ganas de escupir filet aún estando en viaje, y la mirada fija en la ventana, para evitar así la paranoia.
A los pocos minutos noté que un ciudadano de Bolivia me miraba las tetas desde la altura. No estaba cerca de mí, sino más bien a una o dos personas de distancia, pero era clara la desviación de su mirada a mis pezones recubiertos. El escote que presentaba mi remera era mínimo, aunque escandaloso a su entender. Lentamente su jean comenzó a elevarse a la altura de la entrepierna demostrando los dotes del muchacho que, en ese momento, debía estar imaginando mis pochas embadurnadas con crema arriba de una mesa de luz de vidrio.
Me setí alagada un momento, pero cuando la elevación se comenzó a transformar en una parada de pija descomunal, me dio vergüenza ajena hasta convertirse finalmente en temor y asco.
Como el subte estaba bastante lleno, me paré en la estación Pueyrredón para ya estar cerca de la puerta cuando llegara Facultad de Medicina. Me quedé agarrada del palo, fomentando más la imaginación podrida y parada de mi amigo pajero, hasta que de pronto todo se fue de las manos….
El ciudadano se acercó a mi pierna derecha y usaba el vaivén del subte para refregarme ese miembro independiente de modo que la estimulación ahora corriera por cuenta mía. Ante la situación, decidí primero esperar a ver si realmente alguien podía ser tan villero como para hacer esto en pleno subte sin siquiera inmutarse, chivando con la vena dura y las pupilas dilatadas en forma de clítoris.
Prontamente, el juego se profundizó: Su codo, su antebrazo y su muñeca me rozaban una teta al tiempo que mi pierna seguía siendo abusada. Era como sexo entre palitos de la selva, solo que uno de los palitos estaba realmente al palo.
Por primera vez en mi vida, sentí que mi lengua estaba paralizada, el estómago estaba a cada minuto más revuelto y si hubiera podido, le hubiera dado sus bolas en una bandeja a un monje tibetano para que las feteara y comiera con pimentón.
No podía desprendérmelo, me seguía a cada momento y lo único que me distanciaba de bajarme eran 2 minutos entre estaciones, eternos, desesperados. Rogué porque acabara de una vez, terminando entonces mi suplicio, pero nunca sucedió.
Llegó Facultad de Medicina. Bajé del subte. Me bajó la presión. Llegué a mi casa, gateando, odiando, con la impotencia de quien no puede defenderse, de quien se paraliza del miedo, del asombro, vaya uno a saber de qué mierda. Vomité el filet, las papas y las puteadas atragantadas en el fondo de mi garganta. Si Jebús desea que vuelva a cruzármelo, que le resguarde la poronga.
Viva la vida.

jueves, noviembre 15, 2007

De otro palo

Era una semana como todas en Cuidad Gótica, estaba trabajando, quitándome de la espalda las pulgas que saltan adictas de la alfombra de la empresa, rascándome con fuerza la espalda, el recién estrenado tatuaje y la concha por el aburrimiento incesante que me azota cual lático de puta viciosa día tras día, tarde tras tarde.
Respondí varios saludos, cargué mi vaso con agua y esperé paciente a que la tarde terminara. Una charla con una rubia simpática aceleró los tiempos, hasta me puse feliz dado que suelo ser bastante poco sociable en entornos laborales en los que no me gesté desde un inicio, al punto de llegar a lograr no cruzar un diálogo de más que un buen día con todos mis compañeros, salvo que llueva y ahí sí, me escucharán quejarme, sola, en mi cubículo, como una oveja infeliz, esquilada a mano con tijera y triste.
La rubia me hablaba de un modo en el que hasta puedo decir que me causaba ternura. Decía cosas lindas acerca del mismo jean que uso desde que entré a la empresa. Habló bien de mis zapatillas rojas y hasta de mi sweater de calaveras demacradas. Yo estaba sucia, me sentía incómoda con mi pelo, pero la rubia lo tocaba, me rizaba los rulitos con amor de abuela no senil y me convidaba bizcochos Jorgito, los mejores y más grasosos de la faz de la tierra argentina.
Repentinamente las rubias eran 2, ambas paradas a los lados de mi cubículo. A los pocos minutos, se sumó una morocha, petiza, de pelo corto, bastante híbrida, quien bajo sus tremendas tetas podía esconder la garcha más gigantesca del Festival Erótico de Buenos Aires como la concha menos depilada de África Central.
Me dije a mí misma: “Qué bueno. Tengo amigas”, hasta que de pronto escuché risas a mis espaldas. No comprendía bien a qué se debían. No había chances de estar manchada de sangre menstrual porque no estaba menstruando, tampoco podía haberme cagado ya que conozco bien el sistema de mis pedos, y sé que por más calientes que sean, nunca toman cuerpo y forma. Algo estaba mal y sucedía en mi cubículo.
Las rubias y la morocha iban a ir a almorzar, pero yo no tenía dinero, suelo salir con lo justo y necesario para canalizar el ataque de hambre y quizás, si el calor lo motiva, comprar una de esas ensaladas de fruta que el supermercado crea a base de agua, nervios de naranja y durazno de lata. Las chicas se fueron, yo me quedé.
En ese instante, las risas cesaron y varios de los desconocidos se acercaron a mí con miradas cómplices y molestas. Esas que la gente usa cuando sabe algo que uno desconoce, pero no solo se conforman con mirarte, sino que intentan que uno les ruegue por ese dato que ellos saben, pero uno desconoce, rebajándose, reptando bajo la alfombra pulgosa, todo por ese dato, ese datito que ellos tienen, ese pedazo de información que siempre me había sido intrascendente hasta el momento en que dejé de desconocer su existencia.

-No sabía que eras de ese palo…
-¿Qué es ser de un palo?
-Dale, contame, todo bien
-¿Qué te cuente qué?
-Y… contame desde cuándo sos torta
-.........
-Por tus amiguitas, digo

Mis amiguitas, las muchachas del cubículo, las rubias y la morocha, resulta que comen tortilla sin huevo. Resulta que sopapean diariamente sus cachuflas en el baño de cualquier Mc Donald’s. Resulta que cuando me invitaban a “almorzar”, querían decirme “a comerla toda”. Resulta que tuve miedo. Me sentí observada, intimidada, acorralada en una pileta lésbica con rejas verdes y sin patio. Resulta que mis amigas, no envidiaban mi corpiño, sino que deseaban mis pezones.
Hoy, cuando vengan a saludarme, las seguiré queriendo, pero ya sin portar escote, sin tocada de rulitos ni chances de almuerzo.
Acepto el lesbianismo si tú aceptas mi heterosexualidad. Hoy más que nunca rectifico mi amor incondicional al pito sagrado que Dios sacó de su costilla, se ve que era pequeño, pero siempre elemental.

martes, octubre 30, 2007

El sobre

Mi padre pasó a buscarme con su Fiat 1 polarizado a las 10 de la mañana. Compramos facturas y, con DNI en mano, fuimos a la escuela Nº 21 de Bernal. Como aún no cambié de domicilio, me merezco votar en el culo del mundo. Ni el calor, ni el importante chupón que mi propio padre portaba en el cuello, como marcas de vampiro gediento, vicioso, podían quitarme los nervios que meter ese papelucho en el sobre me producían.
Ya en la puerta del colegio me dieron ganas de cagar. Pero no esas ganas livianas, que permiten al ojete meter el sorullo para adentro como quien chupa un naranjú. No. Ganas de cagar brea dura, consistente y marrón, con fuerza y empeño hasta sentirme vacía. Volvimos entonces a casa, cagué, leí la VIVA y sus maravillosos artículos sobre cerveza negra y a Valeria Mazza opinando sobre cómo lavarse las pestañas con leche de Matías Martin puede mejorar la circulación de flujo vaginal.
Corté frutillas para el postre y noté que no había crema, entonces, como comer frutillas sin crema es una falta de respeto al campo que las parió, salimos nuevamente con mi progenitor al supermercado y de pasada, a votar, total, ya la gente está comiendo y seguro tardamos un minuto.
Las filas estaban al sol. Eran más personas juntas que en la celebración del Día de la Raza en la casa de Hitler, revalsaban los gordos, el suelo retumbaba al paso de las diez mil embarazadas, cosa que aún no entiendo, ¿cómo puede una mujer llenarse de un pendejo sabiendo que va a venir pronto el verano y va a tener que portar toda esa circunferencia pateante con 90 grados centígrados?
La escuela tenía una particularidad: Con cada ráfaga de viento, un olor a bostade caballocomeperromuertodelavilla 31 amenizaba la hilera. El patio apestaba a tal punto que la gente andaba con barbijos y los organizadores caminaban repartiendo sillas porque la gente se descomponía. Era como estar estancado para siempre en el culo diarreico de la Tota Santillán.
Después de 2 horas y 15 minutos, llegó mi turno. Adelante mío había pasado una mujer bastante pelotuda que llevaba en la cartera un peine de dientes anchos para darle forma a su flequillo en todo momento, lo cual, más allá de parecerme algo femenino, me despertó unas ganas de cortarle los dientes al peine y usarlos para penetrarle las bolas oculares una a una hasta matarla desangrada. Su meticulosidad enfermaba hasta a los más sanos kirchneristas.
Entré al cuarto luminoso y habían (como mucho) veinte boletas en TOTAL. Carrió: Presente. Lavagna: Presente. Cristina: Presente Presente Presente. El resto de los candidatos no existían. Las boletas para intendente no estaban, solo se divisaba la opción de la señora K. Tomé una boleta de la gorda y noté lo pequeño que era el sobre. Tan chico era que ni doblada en 5 podía hacerla entrar a la pobre boleta. Era como una virgen emperrada, como un travesti bloqueado. Imposible. La metí igual, hecha un bollo. Tardé escasos 15 segundos, deposité el abultado sobre en la urna y, por un momento, tuve esperanzas, esa sensación de cambio, de oxígeno buceando en Mar de Ajó, de papelitos en Plaza de Mayo. Esperanza que ya no tengo, que murió, que duerme entre los ojos chuecos del presidente y la morocha cabellera de su sucesora.

Feliz votación para todos, he vuelto.

viernes, octubre 26, 2007

Argentina Decide



2º C, Turno Noche, TEA: Ha parido

Queridos amigos y eventuales:

Les dejo a continuación el link de página de cobertura de Elecciones Presidenciales 2007 que hemos hecho sudando la gota gorda con mis compañeros de la facultad, más colaboradores de 1º.
Si bien aún no están subidas todas las secciones por culpa de la inoperancia, me asegura la Virgen de los Tomates que para esta medianoche debería estar todo felizmente arriba...
Si todavía no saben a quién votar, naveguen por ésta: "Argentina Decide"
Si les gusta, recomiendéndenlo, sino... guarden silencio.

jueves, octubre 25, 2007

Vamos al circo...

(Pido de antemano perdón por este descargo, pero necesitaba hacerlo)

Antes de ayer volví de la facultad unos minutos antes de lo habitual y me encontré con Mario Pergolini acompañado de un Eduardo de la Puente barbudo y un Juan Di Natale igual que siempre, que apelaban a nosotros de una manera diferente, ya sin vivezas, sin ironías, sino simplemente desde la desesperación, desde el manotazo de ahogado que toda la gente que tiene la bendita suerte de llegar a tanta cantidad de escuchas/televidentes, debería ejercer.
Pergolini pedía a todos los ciudadanos que votaran. Que no dejaran todo echado a la suerte, que la suerte está en manos nuestras. Que no vayamos a votar sin saber absolutamente nada. Que elijamos, porque podemos elegir. Podemos nosotros tener la posta, aún cuando se nos dice que ya está todo dicho, todo definido y que la señora K ya tiene el trono bajo la concha. Todavía no votamos.
Sinceramente no sé ni yo por qué estoy más preocupada con estas elecciones que con otras en las que he participado. No cabe en mi mente por qué estoy usando el blog para hacer este descargo, pero hay algo que me lo pide adentro.
El domingo las fichas, la banca, la ruleta, todo lo tenemos nosotros. Vamos a elegir algo diferente, abramos los ojos, veamos las cosas que están pasando con esta gestión: las empresas argentinas están desapareciendo, pero nos venden que somos “más exportadores que nunca”, no hubo en 4 años una conferencia de prensa, los casos de corrupción alevosa se pasean delante de nuestras tetas y parecemos zombis, resignados, desintersados como si fuera el país de otro.
Sinceramente, a mí la política me chupa un huevo. Realmente. No entiendo nada, no es lo mío, pero sí me afecta elegir a la persona de la que van a depender las decisiones más importantes del país en los próximos años, porque también es mi país y honestamente, me rompe las bolas que nos garchen y nos desgarren el orto con cada mandato. Son como los músicos del Titanic nuestros políticos, solo que no se hunden cuando el barco naufraga. Los que nos hundimos somos nosotros.
Elijamos el domingo con conciencia, con respeto por nosotros mismos. Hacerle pecho a este día de mierda, es una buena manera de ejercer nuestro derecho y demostrar que aún NADA, pero NADA, está dicho hasta que NOSOTROS no hablemos.

viernes, octubre 12, 2007

La puta y el salame

Me levanté en esta Buenos Aires garuante, puse dos porciones de pizza de provolone y albaca sobrante en un plato pequeño y luego en una bolsa, cualquier cosa que pudiera evitar tener que lavar el mal llamado táper. Tomé un alfajor, lo tiré en el bolsillo de la mochila y salí a enfrentar a la urbe a lo largo de las 5 cuadras que me separan del subte.
Hacía días que ni Pamela David masturbándose en mi baño, ni Guido Suller a los gritos con una zunga de gato siamés llegaban a causar una sensación en mí. Sentí por varios días que mi alma se había disecado, que mi cerebro estaba preso de la política obligada por los parciales y que las orcas pueden servir de colgantes. De pronto hoy me subí al subte y me senté en esos sillones de 3 que están siempre al final del vagón, que están enfrentados a otro grupo de 3, de igual tamaño y forma. Es interesante notar cómo esos asientos rinden de acuerdo al tamaño de ojete que se le siente encima. En el caso de mi asiento, entrábamos 3, en el de en frente también. Eran 3 mejicanos. Un gordo que desafiaba las leyes de la gordura establecidas por la Politi, un hombre que hubiera facilitado las cenas de los chicos de VIVEN y cuyas manos morcilleras parecían asfixiarse entre los anillos celulitosos que los circulaban. A su lado, su mujer. La dama corajuda, con ovarios de plata que se lo garchó y se lo garchó, jugando a encontrar al pitulín en medio de las olas de rollos hasta que llegó a concebir al pequeño mejicanito, el tercero en la fila de sentados, de unos 4 años, peinado con gomina y casi cayendo al suelo por la presión que el culo de su madre, empujado por el de su padre, hacía contra sus pequeñas patitas. La madre tenía como motivación de su vida sacarle el moco duro al nene de la geta, algo que toda madre hizo con cada uno de nosotros, pobres pendejos, que vemos venir esa uña filosa apuntando a nuestro moquito duro, pegado, que nosotros mismos no sacamos por el dolor que le causaría a la napia hacerlo. Perseverante, la mejicana le daba y le daba hasta que papá gordo gritó: ¡Déjalo mujer que es solo un moquito y ni se veeee!”. En ese momento, llegaron a la estación Bulnes y fueron reemplazados por un grupo especial.
Una chica, gorda también, se sentó en una de las puntas y los dos espacios restantes fueron el granizado en el sambayón: Ella, de pelo largo y enroscado, de volados y un pedo negro, se tambaleaba atemorizando a los pasajeros que pensaban que el vómito con trocitos de semen disecado de la noche anterior era inminente. La muchacha, de más de 35 años, era prostituta. Se ganaba la vida desde hacía años y recomendaba a las otras chicas que, según contaba, recién arrancaban, que hicieran la posición perrito, en 4, para evitar el dolor cuando las garompas se alineen para entrarles por el orto. Entre consejo y consejo, la puta (cariñosamente) lloraba y le recriminaba al salame que la acompañaba que la había dejado sola en el subte a la madrugada cuando volvía de hacer el amor por dinero con un viejo sudado.
El salame no tenía orejas. Asombrosamente horrendo, sus lóbulos estaban pegados a su cabeza, haciendo más bien huecos en la sien, más similares a anitos de conejillos de india que a orejas en sí. El tipo aprovechaba cada reclamo de la emborrachada trola para engramparle un beso de lengua, baboso, chorreante, lleno de enfermedades de transmisión babal para canalizar el llanto y evitar el vómito que nunca llegaba, pero todos seguíamos esperando. La gorda de al lado de ambos los miraba, todos los mirábamos, pero la mujer de nada se percataba. El salame le tocaba las tetas y todo era graciosísimo, el salame le contaba cómo sería la cama donde se la cojería hasta por el pupo y todo era perfecto… todo era eróticamente banal y perfecto. Ella arremetía sobre él, le chupaba el lóbulo inexistente, le tocaba la tetilla y se calentaba cual monja sin vocación. Ella se sentía querida.
Bajé en Juramento y el subte se los llevó. Ella todavía lloraba y él se había puesto anteojos de sol naranjas, quizás para no ser reconocido, quizás para tapar las ojeras de una noche de pasión o quizás… simplemente, porque no podía evitar ser un pobre salame que a las 9 de la mañana, todavía se paseaba erecto con una puta borracha del brazo.

martes, septiembre 25, 2007

Casi...

La salida del trabajo parecía lo mejor que me había pasado en el día. Caminé las 6 cuadras hasta la estacón por la que pasa mi 60 como con un pijazo de 25 centímetros incrustado en las pantorrillas. Estaba harta, cansada de los que te piden que les mandes un mail, hinchada los huevos de la facultad, ya no toleraba ni siquiera al pobre portero que día a día me provee las monedas que me mantienen con vida.
Me aguardaba una noche de facultad, esas que duran lo que una diarrea en hogar ajeno, pero lo soportaba porque “ya falta poco”, como dicen los que intentan consolarte, es casi Navidad. “Qué bueno”, pienso entonces yo. Navidad, otra fiesta que me da náuseas y ganas de matar patos y comerlos con ají molido y en pelotas.
Me subí al 60 y no había asientos. Ni uno. Aún cuando yo salí antes del trabajo para cazar al que viene vacío, estaba lleno. No importa. Es solo un viaje. Me paré cerca de la puerta y noté que, sentado en frente mío había una cruza entre boliviano e irlandés que tenía las manos tatuadas al estilo tumbero. Me dediqué a mirarle la mano, a diferenciar los tatuajes. No tengo nada contra aquellos que felizmente no escaparon de una condena penitenciaria, de hecho me caen bien, fui la primera en votar a Diego Leonardi y en colgar de mi pared su cara triunfadora después del segundo reality.
De pronto un cosquilleo. ¿Me habré cagado? Era imposible. El cosquilleo venía del bolsillo donde guardo mi celular y mi tarjeta del subte que, entre paréntesis, para su funcionamiento mañana, hecho que termina de completar mi infelicidad repentina.
Miré el bolsillo y el celular brillaba por su ausencia. Había desaparecido en lo más profundo de la concha de la madre de Hijitus y nada tenía sentido porque hacía menos de un minuto, había chequeado que la hora era 18:19. Alguien era el culpable y aún estaba cerca de mí, lo que me generaba un semi orgasmo mezcla con ira y pedocaca.
A mi lado había un muchacho con un piercing en la boca, de color mate y mirada de gato siamés castrado. Lo supe. Lo miré. Coloqué mis ojos de tal forma sobre ese hombre, de arriba abajo cumplía con los requisitos que mamá y papá siempre me dijeron que cumple un ratero del 60: la campera sobre el brazo y las uñas largas.
Los segundos en los que nuestras miradas se cruzaron no habrán sido más de 10. Mi respiración gritaba ME ROBARON y su cara confesaba “Sí, fui yo y ahora no viene una maldita parada para que huya”.
Extendió su mano y me devolvió el celular. Mi cara se puso verde. Mis ojos se inyectaron de sangre y un pie me temblaba histéricamente, sentí que iba a explotar.
Por un minuto creí que todo había sido un deja vú, esa expresión pelotuda que uno usa para no decir que está medio del culo y confunde lo que sueña con la vida misma, pero no… Me devolvió el celular sin haber cruzado palabras y se quedó a mi lado, como si hubiese sido una práctica sencilla de cómo afanarle a minas boludas en medio de un colectivo lleno. Se quedó parado a mi lado un ratito. Me miraba las tetas. Yo seguía en shock hasta que de pronto estornudé. Sí. Estornudé y luego le toqué el codo a la gorda que se paraba a mi derecha y leía cosas que no sé ni me interesan:

- Vos viste lo que acaba de pasar?
- No, qué?
- Uh si te tengo que contar me hincho las bolas…
- Contame!

En ese momento dos muchachos se sacaron los auriculares y yo, que realmente no quería hablar, me senté en un asiento desocupado con la sorpresa de que quien me lo estaba ofreciendo en un acto de humildad era mi casi chorro.

- Bajate porque me pongo a gritar acá mismo que me quisiste robar (le digo enojadísima)
- Ah, era eso? (me pregunta la gorda)
- Sí, era eso.
- Ah.. a mí también recién me tironeó la cartera.

Y sí… Buenos Aires es genial.

viernes, septiembre 21, 2007

Están entre nosotros

La mañana era normal, como cualquier otra, salvo por el hecho de las flores, los colores, la pelotudez, las ganas de coger de la mayoría de los seres humanos, la sensación de que SE DEBE coger antes de (mínimo) las 17, porque aún hay solcito, aún es LA primavera, esa fiesta súper feliz que no hace más que opacar al Día del Estudiante, que para esta altura es lo mismo ya que son ellos los que ensucian hasta el culo de la estatua de la rotonda de Plaza Italia en su necesidad de hacernos saber a la humanidad toda que hoy es primavera y hay que estar rebozante de alegría, algarabía, boludez.
Me senté en mi oficina vestida con una remera amarillo flúo y zapatillas rojas, todo porque un comunicado informaba que solo aquellos que pudieran ridiculizarse lo suficiente recibirían helado. Me gusta el helado. Hago lo que sea.
Me regalaron una flor amarilla, qué justo. Ahora puedo combinar la flor semi muerta con mi torso vestido. Todos tienen flores. Una chica sopla un palito, haciendo entrever sus dotes putales en todos los ángulos y de ella salen de a decenas, de a centenas, de a miles y miles de burbujas brillantes y gordas. Hasta pensé en abrir la boca y probar alguna, pero ya alguien compró facturas, claro, por el día de la primavera y realmente no da mezclar sabores.
Tomé café y noté presencias extrañas en la sala de recreos. La primera de ellas era de pelo rubio, muy alta, un cuerpo imponente y terribles tetas. La segunda presencia de Lucifer era morocha y tenía un tatuaje en la cara interna del brazo, sentí respeto… hasta que noté que sus curvas anales eran superiores a las de toda la Tierra. La tercera tenía una cicatriz extraña en la cara, pero ni siquiera eso la afeaba, al contrario, daba ganas de suturarla con la lengua usando hilo sisal de la túnica de la Virgen de los Tomates Perita.
Las tres tenían remeras iguales, pero de diferentes colores. Eran tan altas, tan. Me sentí una lesbiana envidiosa a punto de cometer un asesinato, mi violencia aumentó al saber que la morocha tenía una hija y pese a eso, se veía como recién bajada del asiento de la derecha de Jebús Todopoderoso.
Pensé en cerrarles la puerta de la sala, dejarlas ahí para siempre para que nadie pudiera verlas, para que nadie oliera sus perfumes dulces ni su pelo con spray. Me sentí un Fitito. Un Fitito quemado, sucio, sin asientos, con mierda de paloma en el vidrio y con una calcomanía de Los Parchís, estacionado al lado de un Land Rover, cualquiera de ellos, imponente, limpio, perfecto.
Minutos pasaron hasta que salieron de esa sala, cruzaron la puerta y entraron al espacio de trabajo. Los hombres aullaban, se tocaban, se erectaban al ritmo de los temas de Pablito Ruiz y se daban vuelta a admirarlas. El fin de sus paseos era repartir unos caramelos y algunas cosas ricas. Solo para eso, la moral femenina de la empresa se sintió ultrajada, estafada, ignorada y fea. Sobre todo fea.
Las chicas hermosas siguieron la fila de personas que, sentadas, esperaban babeantes por un caramelito hasta que llegaron a mí. Mi mirada clavada en el escote, con ganas de desinflárselo de una mordida, mi paso por los ojos verdes de la rubia maldita, por su pelo no quemado, por su cintura de mujer que le cabe jugar con el aro desde tercer grado en gimnasia. La observé y pensé un discurso moralista con el que sorprenderla para que llorara, se afeara y yo triunfara en la primavera nueva que hoy se inicia. Nada me salió. Me dio dos caramelos. Me los comí. Al rato volví a saludarla en la sala de recreos y le serví un vaso de agua a la que le puso un juguito Light para saborizar, claro, porque es primavera, hay que mantenerse en forma.


Feliz Primavera para todos.
Ojalá que llueva, que venga el Cucumelo.

miércoles, septiembre 12, 2007

El vestido III: Producto Terminado

Dormí toda la noche pensando cómo solucionaría mi falta de zapatos y cospiño, pero lo que más me preocupaba era el tema del maquillaje y el peinado.
Desde épocas ancestrales, mi único maquillaje ha sido el delineador. Salir a la calle sin él en la mochila y bordeando mis ojos es prácticamente imposible, siento que no soy mujer, que soy una tortuga, vieja, seca, dormida, siento que solo soy una nariz que deambula por la vida con pestañas a la vista.
Otro maquillaje que suelo usar es la sombra. Tengo una que compré por dos pesos en Farmacity, se me trituró y ahora la mezcla de los colores constituye el color único que poseen mis ojos. Maravilloso.
Por mucho que me asesoraron, la idea de tener que pensar que el tapa ojeras va después de la base, que la base debe ser del mismo color que mi piel, que el color de mi piel debe llegar hasta el cuello, que el rush va con brillo si mis ojos tienen mucho color y van de color rojo furioso cuando mis ojos no tienen color y la recalcada concha de la primer mujer que hizo de salir todo este sacrificio, todo eso era demasiado para mí, ya suficiente trabajo tendría la selección de corpiño.
Lo primero que hice fue ir a buscar un porta tetas estilo Thalía, como dos conos que le dan a las lolas la misma forma que un puño, las hace ver artificiales como cuando nos poníamos una media en bollito para simular pechos redondos, o cuando nos frotábamos con la almohada para sentir que estábamos con un hombre… eso ya es otra historia. La cuestión es que en el mismo momento en el que me estaba sentando en el probador, poniéndome en tetas y probando el corpiño, entró la vendedora solamente para gritarme en la cara: NO SE PRUEBA DESNUDAAAAAAAAA. No entiendo cómo desean que uno sepa cómo se ven sus tetas en una funda, sin ponerlas jamás en la funda…
Los zapatos fueron un trámite fácil también. Un morocho que me insinuaba cosas como “cuántos años tenés”, “podría decirte que sos bastante linda” y groncheses similares me trajo varios modelos de lo que yo llamo zapatossinmuchotaconegrosdepuntaredonda y uno de ellos, brillantes, negros, de Cruella de Vil de Isat a las once de la noche, me quedaron perfectos.
Salí entonces a la calle a comprar mis maquillajes cuando decidí que mucho mejor sería ir a la peluquería y pagar para que me maquillaran y peinaran. Fui a una escuela de peluqueros manejada por armenios. Entre ellos hablan un idioma extraño, son serios y se gritan, pero a los clientes los tratan con dulzura, en un castellano villeril mezcla de colombiano con australiano binladenenesco y mirándote a los ojos. Yo había ido lista para el maquillaje y había salido por primera vez en 1 año y medio sin una gota de delineador. El último episodio similar había ocurrido en la costa cuando se me acabó el lapicito mágico y la farmacia estaba muy lejos, una crisis de nervios me detuvo por minutos, pero finalmente logré salir aún viéndome como el cuco indispuesto.
El armenio me miraba mientras me hacía uno a uno los bucles y un colombiano me decía cuánto le gustaba la Argentina. Las revistas del año 96 estaban apiladas, muertas, una sobre otra pidiédome por favor que las salve del suplicio de ser toqueteadas una y otra vez por viejas chotas o una travesti rubia que acababa de entrar. No las agarré. El armenio me hacía cosas, me metía clips, los clavaba con fuerza en lugares extraños y volvía a buclear. Me hacía jopos, les tiraba brillantina y volvía a buclear. Todo tardaba demasiado. Una hora después, mi pelo estaba bellísimo, pero yo seguía sin delineador y faltaba una hora para el casamiento.
Me senté en la silla para que me maquillaran. De pronto llegó con una cajita de madera dibujada, sucia, una señora con cara de mujer del orto, de sufrida, de no soy feliz para nada y voy a odiar maquillarte. Comenzó por lavarme la geta con una cosa que picaba. Cada vez que me acercaba el delineador, mis ojos convulsionaban, lloraban, se abrían y cerraban manchando todo lo que estuviera a su alcance. La señora me odiaba realmente.
Polvos de colores, pastas naranjas, rush sabor cítrico, delineador con olor, una cosa azul que aún ahora me pregunto para qué poronga a usó. Me miré en el espejo… estaba bronceada. Naranja. Color coral y ya era la hora del casamiento.
Escuché un golpe en la puerta del local, miré, era mi caballero amado, que en su ansiedad, me gritaba desde la puerta indignado en lugar de profesarme su amor por el producto terminado.
Me arrancó casi a los tirones de la peluquería, me metió en casa, me dijo “te ves bien” “en serio? No me veo bronceada?” “nono, estás bien Mel”, me tiró el vestido por la cabeza sin desarmarme un solo bucle, me calzó los zapatos y… salí a la calle, bronceada y de azul eléctrico. El casorio estaba en puerta y yo estaba completa. Al ver las fotos, Lucas hizo un comentario:

- jaja, es cierto Mel… parecías bronceada.



FIN DE LA TRILOGÍA, festejá Dami.

miércoles, septiembre 05, 2007

El Vestido II

Y salí, sin chistar. El casamiento era mañana. Pedí ayuda a una segunda mirada femenina que me asesorara en las escasas 3 horas que distanciaban hasta las 22, momento en el que el shopping cerraría sus puertas y yo, sin vestido lloraría sobre un linyera en plena calle Corrientes.
A las 19.30 salimos rumbo al Abasto, con la tarjeta de débito suspendida en un orgasmo dentro de mi bolsillo.
Los locales varios llenos de hembras con pelo alaciado me esperaban con cara de porquevenisahoraqueestamoscerrando y yo, sin importarme, avanzaba entre los percheros comiendo vestidos cual polilla adicta y una vez tras otra, me desilusionaba, lloraba y volvía a avanzar, galopante, chivada, sin delineador.
Llegamos de pronto a Zara, un local de señoras bien que cumple todos los requisitos de fiesta: vende zapatos, vende abrigos y vende vestidos. Comencé a seleccionar y a arrojar en un guardarropa con espejo y luz amarilla, esa que hace ver mejor los bigotes y las estrías, ni hablar de la celulitis, Jebús nos libre.
Mis opciones iniciales de Zara fueron: un vestido de mangas anchas, escote, algo corto y negro. Otro vestido de iguales características, pero con muchos colores tornasolados que por alguna extraña razón dejaba ver mis cachetes culísticos con cada paso acelerado y otro vestido, naranja, de verano que daba ganas de frotarme los pezones con una valerina seca.
Volví a salir, triste por no haber encontrado esa opción que me volviera loca. Las mujeres sabrán que para ir vestida a medio pelo, no voy vestida, voy en tanga y causo sensación, vómitos y otras cosas. Sinceramente, quería moverle el piso a la novia, quería ser más que ella, pese a pertenecer ahora a la misma familia que yo.
De todos los locales del Abasto, tan solo 2 no ofrecían vestidos con mostacillas, pelotitas de colores pegadas sin sentido a lo largo y a lo ancho, lentejuelas o alguna combinación de texturas tipo felpa y gabardina que era chocante al tacto, a la vista y al buen gusto.
Encontré un local más que tenía mucho color rosa. Nos atendió una dama que parecía vivir en el Planeta de las Vendedoras Infelices, en donde tu trabajo apesta tanto que no tenés ni siquiera reparo de insultar a tu jefa mientras ella está a tu lado: “Lo pueden creer, me quise ir un fin de semana a Bariloche, a esquiar, a comer pingüinos y no pude salir porque ACA NO ME DEJARON”, levantó la voz. A toda esta cháchara, yo estaba en tetas, intentando ponerme un vestido color CORAL de tiras cruzadas que pusiera como lo pusiera, siempre me dejaba una pocha afuera. Creo que no lo compré por el miedo que me daba no poder ponérmelo el día del casorio.
Siendo ya las 21 y 45, tenía que decidirme. Me senté con Sam en el medio del Abasto, en un banco de madera. Noté cuánto me dolían las piernas. Evaluamos las opciones y Sam recordó que uno de los vestidos de Zara, el negro, ella lo había visto en el cuerpo de otra perra, pero en color azul eléctrico. “Qué bien me queda ese azul”, pensé. Tenía que tenerlo. Entramos a Zara nuevamente, ya pensaban que teníamos problemas de adicción al local de viejas, entré al probador buscando a la yegua o al vestido colgado solo en el perchero de los probadores. No estaba. Lloré en tetas y en soledad hasta que de pronto: “Mel, lo tengo”, dijo Sam. Me lo probé y fue amor a primera vista. Era mi vestido.
Lo que faltaba ahora eran detalles: los zapatos, el corpiño, el abrigo, el pelo y el maquillaje, pero el vestido ya estaba. Qué alivio.


Continuará…

miércoles, agosto 29, 2007

El vestido

La tarjeta del casamiento descansaba sucia atrás de un mueble hacía más de un mes. Me advertí a mí misma no dejar para el último instante la adquisición del vestido, me previne, ahorré y hasta consulté mi guardarropas para finalmente darme cuenta que la compra sería inevitable. Lo que quedó del período post cumpleaños de quince de todo el secundario era simplemente un vestido color lavanda que, lejos de mostrar mis tetas como blandas, elimina mi cintura y hace de mi cadera una tarta poceada de moras verdes. Vestidos así deberían ser mandados a la horca de lavandina.
Si hay algo negativo en las compras de este estilo es que siempre son gastos estilo Cenicienta: un vestido para una noche, con zapatos para esa noche y ese vestido y un abrigo para esos zapatos ese vestido y esa noche. Por ende, son plenamente indignantes para el bolsillo. Deben hacerse borrachos o inconcientes.
De repente me vi acorralada por la última semana antes de la fiesta, me vi aún entonces sin vestido, sin zapatos, sin nada, solo la tarjeta y el dinero ahorrado. Conocí por Internet a una muchacha que hace maravillas baratas con su máquina de coser y le encargué el vestido más lindo del mundo. Era negro, con la falda voladora, el escote pronunciado y un moñito rojo entre las tetas. No era elegante, estamos de acuerdo, pero proyectado con unos zapatos de taco rojos y un abrigo de pelos rojo era el sueño de la noche porteña, del sexo post fiesta. Fui feliz. Lo encargué desde el trabajo y aquí se presentó el primer inconveniente: tenía que tomarme las medias con carácter de urgencia, recordemos que mi diseñadora contaba con solo 4 días para hacer su arte. Era la 1 del mediodía y necesitaba un centímetro.
Sin mercerías ni viejas a quien robarles un medidor de curvas, procedí a usar mi conocimiento adquirido de Mc Giver a los 11 años mientras merendaba Lincolns con café con leche. Tomé una hoja A4 que mide 297 milímetros. Le pedí a la señora que limpia la oficina que me facilitara una soga, robé un fibrón verde e hice lo siguiente: Entré al baño ante la mirada de las yeguas que cagaban, me levanté la remera y comencé por las tetas. Las rodeé con la soga, marqué con el fibrón hasta dónde llegaba y luego usé los 297 mm de la hoja A4 como referencia. De ese modo saqué mis 3 medidas y me sentí tan ingeniosa como Wanda Nara agarrando las bolas con ambas manos para que ninguna se escape. Volví a mi computadora y le mandé a la muchacha los números resultantes. Todo era perfecto. El viernes a las 17.30 estaría mi vestido en Facultad de Medicina esperándome embolsado. Debía estar bien ya que el casamiento sería el día después.
Rápidamente se hizo viernes. Aún restaba comprar abrigo y zapatos, pero primero pasaría por mi casa a probarme mi reciente adquisición.
Llegué casi corriendo, con una gota de sudor a punto de resbalarse de mi nariz porosa, saqué con velocidad el vestido de la bolsa papel madera, era hermoso. Lo olí. Olía a nuevo. Lo toqué. Era suavemente duro. Pensé en depilarme antes de probármelo, los pelos destruirían la elegancia… pero el tiempo escaseaba, ya era casi de noche. Bajé el cierre, me saqué el corpiño. El frío endureció pezones y el flujo que quedó en la bombacha por la corrida anterior. Me saqué las zapatillas. Coloqué una pierna, luego otra. Subí la tela negra y sucedió lo que iba a suceder porque el elefante miador jamás abandona los pagos de Once: ME QUEDÓ GRANDE. ENORME. Era como una bolsa de brócoli con concha pelada y las tetas caídas. Desastre. Me sentí una boa cambiando el pelaje, una gorda adelgazada sin dinero para cortar la flaccidez, como una lombriz dentro de un súper pancho, un pitocortoenconchadeputa. Me sentí mal. El casorio era al día siguiente, tenía que salir a comprar… desde cero.


Continuará…

lunes, agosto 20, 2007

Traición

La lavandería me había devuelto mis bolsas de ropa cagada. Eran pasadas las siete de la tarde y mi pareja estable demandaba que fuera al supermercado a comprar una gaseosa. Fuimos entonces del chino de la ropa, al chino del súper. Entre chinos vivimos en Buenos Aires, pronto cobrarán peajes en las esquinas y se harán cargo de las verdulerías de los bolivianos. Pronto todo será amarillo, como la bandera papal.
Al supermercado iba a entrar sola. Mi caballero se quedaría en la puerta fumando un cigarrillo durante los escasos 2 minutos que me tomaría entrar, agarrar una botella de Sprite, que me la cobrara la cajera amiga y salir a su encuentro nuevamente.
Metí un pie dentro del supermercado, hice 5 pasos y me di vuelta a consultar un detalle de la adquisición cuando me encontré con el espanto en cámara lenta, la imagen que jamás podré olvidar, borrar de mi mente, ni siquiera con ácido, con plastilina, con nada. Ahí estaba él, dándose vuelta como si un imán estuviera pegado con flujo en su frente, para mirarle el culo a un corcho con sombrero que entraba a comprar sus víveres de la noche. Mi propio novio, mi propio hombre, mi macho, mi todo, mirando un culo desconocido con un rostro caliente, asquerosamente lleno de infidelidad visual, de deslealtad.
Me llené de odio, de rencor. Me imaginé chistándolo desde la distancia a la que me encontraba, estallar en llanto y clavarle una banana en el orto. Le miré el culo a la extraña, era realmente un culo de mierda, lo cual más indignó mi cerebro inflamado de ira. Tragué saliva y avancé sin hacer gesto. Podía ver aún sus ojos clavados en esos cantos de pantalón negro, pantalón de corderoy, ese material que “no le gusta”, pero que en culo ajeno puede lograr que se de vuelta, baboso, asqueroso a mirar sin pudor.
Finalmente tuve que salir, enfrentar sus ojos pecadores y arrojar:

- Tranquilo eh, mirale el culo cuando quieras
- Jajajja ehh… bueno, si sabía que estabas no lo hacía
- ESTABA UN PASO MÁS ADELANTEEEEEEE, encima era un orto horrible
- Sí, pero qué se yo. Siempre hay que mirar por las dudas.

“Por las dudas” habría que castrar a los machos argentinos, extirparles las bolas con un sacasarro de dentista y cocinarlas con cebolla de verdeo. “Por las dudas” habría que mirar bultos por la calle y evaluar su tamaño y forma con quien quiera escuchar, “por las dudas” no contrate mucamas jóvenes, “por las dudas” los novios deberían tener ojos desmontables en ausencia de mujer responsable.
Para no sufrir, cómprese un pez o… cásese con un chino.

miércoles, agosto 15, 2007

Perdí la fe

La tarde laboral estaba por acabarse. La temperatura tibia hacía que mis cantos se sintieran libres de fruncimiento, aunque un tanto chivados. El reloj parecía estar atado a los pechos carnosos de Flor de la V, estático, inamovible en las 16 y 24.
Muchas acciones comenzaron de pronto a tener lugar a mis espaldas, pero no me percaté hasta el momento en que unos carteles plásticos fueron colgados a medio metro de mi codo, lo cual causaba una sombra en mi monitor que me irritaba un pezón, lo frotaba y lo paspaba. Me di vuelta entonces para ver el motivo de tremendo quilombo y ahí, en ese preciso instante, supe que nunca debería haber girado mi nariz:

- Ponete esta remera, dale mamita, rápido.
- ……….. Qué?
- Dale dale dale dale dale dale
- Bancá que no me peiné el flequillo, no me depilé el bigote, tengo olor y me voy en… minutos
- Te vas cuando terminamos
- … (laconchadelatíadeRuckauf)

Me puse la remera que, como siempre suele suceder cuando alguien te hace usar algo y no sos modelo, ni trola de paraguas en carreras, la remera me quedaba de camisón, pero no un camisón buena onda, sino una especie de bata gorda que cuadradizaba mi cintura, le daba forma de pera madura a mi culo y hacía mis piernas cortas, grasosas y más peludas.
Me ordenaron que me sentara, con mi remera puesta, y simulara tomar donaciones para una importante campaña de recaudación de dinero: Un sol para los chicos, de UNICEF.
Me senté, me puse los auriculares, abrí Internet y escuché una voz. Una voz que había teñido mis tardes de café con Lincoln en Quilmes, un sonido que recuerdo en cassete, en CD, en mi vida, en mi micro del colegio. Me recuerdo cantando como ella, simulando ser ella, una negrita, morocha, petacona, culona, pero bondadosa, amiga de Mariano Martínez, ex de Nicolás cabré y actual de Gastón Pauls, pese a su incipiente pelada que copará pronto toda su superficie bochal. Estoy hablando, ni más ni menos, que de Agustina Cherri.
Contuve el gargajo y tragué el vómito con alfajor que me causaba la situación, le puse las tetas al show y esperé más órdenes. Será que por no haber comido mucho estaba con cara de tortilla de Constitución o será que efectivamente, se me notaba el bigote, vaya uno a saber por qué, pero Agustina se me paró al lado. No tenía olor, lo cual me sorprendió. Me la imaginaba con fragancia a pino o a cachufla con crestita, en fin.
Ella empezó a hablar, a repetir la misma frase y me dijo que hacía calor, lo cual efectivamente era cierto. Muy observadora. Su discurso incluía números y cifras recaudadas en la campaña en vivo que no salían de lo normal salvo por el hecho de que esto se estaba grabando dos semanas antes del show en el Luna Park, lo cual significa, a mi corto, pobre, precario entender, que la recaudación de UNICEF, el único ente al cual le tenía confianza porque está Ginóbili, también está comido por las águilas come bolas de muerto que impregna el sistema argentino.
Las 5 de la tarde llegaron prontamente. Agustina seguía repitiendo recaudaciones, cada vez más altas al tiempo que aumentaban las tomas. Ella transpiraba y los chicos le sacaban fotos, esperando que pelara escote en algún momento y los deslumbrara con pezones negros y abundantes, pero no. Nada nunca pasó. A las 5 y un minuto, me saqué la remera, se la pasé a otro voluntario y marché rumbo a mi casa. Ya no creo en UNICEF, pero si repitieran Chiquititas I, sería su fan nuevamente sin dudarlo.
Que viva la pepa.

martes, agosto 07, 2007

Suave como las bellotas

Lo prometido es deuda: La carta de amor


Mi amor,

Esto de empezar las cartas como quien no sabe muy bien para qué la está escribiendo, medio desentendiéndose del objetivo real y divagando entre "Holas" y " Quetales" no es algo en lo que me desempeñe con facilidad, así que no voy a andar con vueltas.
Desde el día en que te conocí en el trabajo, no tuve más nada en la cabeza que invitarte a casa y hacer la cosa chancha. Intenté reprimirme, reprimirte, pero finalmente trajiste el vino, me tiraste sobre un mueble y nuestros cuerpos calientes tomaron forma de pan trenzado con sésamo.
Junto a vos conocí partes mías que jamás hubiera imaginado. Aprendimos juntos, crecimos juntos. Yo descubrí un modo de tirarme los pedos más estruendosos sin hacer el más mínimo ruido, abriéndome los cantos con una delicadeza que día a día nos sorprende. Y vos, vos aprendiste a separar el eructo para primero tirar al aire el ruido y luego escupir con ternura el olor hacia otro lado, lejos de mi importante nariz.
Desde el primer momento supe que este amor no tenía límites ni fronteras. Fuimos en tren a Martínez, a Mar de Ajó en un micro lechero que nos mostró desde San Clemente hasta los bigotes de la tonina madre de Las Toninas. Luego arribamos a Mar del Plata para comer caracoles vivos de patio en la ciudad que nos hizo helar las papadas y volar los tampones al ritmo de una viaje compartido marca garófalo.
Sos todo para mí. Cuando me levanto y te miro dormir, roncar como una obra en construcción arriba de la casa, tirar manotazos al aire y patadas en mis tobillos mientras tenés alguna pesadillita, me sirve para darme cuenta que las ganas de quemarte los pezones con una pistolita de goma al ver el tatuaje de tu ex mujer en tu muñeca son solo temporales y que pese a eso, sos el amor de mi vida. Sí, el amor de mi vida, aunque dejes acumular la basura en el pasillo, aunque seas adicto a la Pepsi caliente y necesites comer sal en el medio de la noche.
Todavía recuerdo el momento en que me presentaste a tu hijo. Pobre, lo primero que vio fue mi tabique. Sin entender la pobre criatura de dónde salía tal anomalía, simplemente esbozó: "Está roto". Qué tierno.
Te agradezco tanto por todo el amor que me das, por estar siempre. Estás ahí para comerte una empanada de carne picante que me ayude a vomitar en plena borrachera, sos el que me regaló a mis mascotas de peluche y simuló quererlas como propias.
Sin vos, mi corazón se marchitaría como las flores de nuestro balcón, mi alma vagaría perdida golpeándose contra los palos de luz, acumulando chichones al ritmo de algún tango triste. Los días serían largos como los domingos sin fútbol y las noches no dejarían avistar la luna, ni las estrellas, ni la llamada a Batman desde Ciudad Gótica.
Quiero que nos amemos para siempre, quiero que hagas el trámite de divorcio, que desaparezcan todas tus ex y las competencias desleales. Quiero que juntos recolectemos bellotas en los pastos de la ciudad y si no las encontramos, como así no encontramos a ningún bicho bolita, igual nos tendremos uno al otro como siempre, con o sin bellotas, con o son bichos bolitas.
En síntesis, te amo mi amor.

viernes, agosto 03, 2007

Anuncio importante

Paseando por Buenos Aires ha logrado un éxito histórico:

¡¡¡¡¡¡3 derrotas en 3 concursos en 6 meses!!!!!!

Podría decirse que tengo un 100% de efectividad en perder y humillarme públicamente, de lo cual estoy más que orgullosa.

Llevamos acumuladas:
1 derrota en La Feria del Libro
1 derrota en el concurso de cartas de amor de Metrovías (era un poco guarra, solo un poco)
1 derrota en el Concurso de Blogs de Intel (pero OJO, llegamos a ser finalistas ehhh)
¡Y vamos por más!

Gracias a los que votaron al pedo, menos mal nadie les cobraba sino hoy tenía a 40 monchos esperándome para tirarme de los pelos del orto. Un placer participar y perder.

Saludos, Paseantes.

jueves, agosto 02, 2007

Dame dolor

Las semanas avanzaron con urgencia y el gran día llegó: tenía que ir a tatuarme. Mis desvirgaciones en el campo de éste arte eterno comenzaron hace ya varios años haciéndome tatuajes hippies que hoy perduran en mi cuello (una dama en pelotas) y en la base de mi espalda (un gato negro confundido erroneamente con el maldito gato de Árbol, diseño que mi padre asocia con prostitutas amigas), con orgullo, con firmeza. Más tarde, mi caballero de armas desarrolló su habilidad tatuadora y me presté para su práctica, temiendo lo peor, pero logrando excelentes resultados en mis hombros raquíticos y deformes.
Lo bueno de tatuarse con personas conocidas, personas cercanas, es que uno puede sencillamente mariconear. Ésto implicará llorar, pellizcar, gritar como un chancho orgásmico, gemir, no molestarse si la bombacha sale por sobre el pantalón o mucho menos si la rayita inocente del ano cagado asoma como febo por arriba del jean.
En éste caso, mi nuevo tatuaje sería con un hombre alto, desconocido, de pelo largo, tal como uno podría imaginar a Jebús si tuviera onda, tatuajes y buen olor.
Sonó la alarma, se me frunció entero el ojete. Desde el ojo titilante hasta el fondo de la tripa más sucia de mi intestino, todo se cagó en las patas. Los augurios de la noche anterior no habían sido alentadores: "Te vas a desmayar Mel, no te la vas a bancar, no vayas a hacer papelones, para eso no vayas", lo cual agregaba aún más presión sobre mí.
Tenía que desayunar, pero no me pasaba ni una pastilla de Nerds por la garganta. El café solo me hacía pensar que, de tomarlo, me agarrarían ganas de cagar en el medio de la sesión y no tendría más alternativa que tragarme el sorete con ansias hasta la hora de salida y eliminarlo en el Mc Donalds de al lado.
Salí a la calle, llegué al local. Me senté y el sudor frío ya recorría feliz el sendero entre mis tetas. Me dejé puestos los guantes para tener algo que morder sin necesidad de acribillar masivamente a todas mis uñas. Me acosté en la camilla y de a poco las flores fueron tomando forma.
No grité ni me desmayé, no lloré ni me cagué, tan solo me mordí los brazos con la misma potencia que Sofovich ejerce sobre su pierna irreal y me dejé moretones del tamaño de ostras de Mar Chiquita que aún hoy subsisten amarillos e inflamados.
Una vez finalizadas las 3 horas de martirio que los tatuadores llaman "la gracia del tatuaje", hecho que no comprendo después del primero: NO SERÍA MEJOR PARA TODOS SI DOLIERA UNA VEZ Y DESPUES EXISTIERA LA CURA DEFINITIVA? La pastilla que todo lo cura? La anestesia que todo lo olvida?. No. Para ellos el dolor es "la gracia". En fin, una vez pasadas 3 horas tenía que levantarme para irme. Me miré, me gustó, pero me olvidé de observar el estado de mi cara. Salí, me tomé el subte y al llegar a mi hogar, medio moribunda, con la presión baja, pero la felicidad de encontrar a Rial en la tele, me miré en el espejo y mi reflejo mostraba un maquillaje corrido hasta la pera, ojos carentes de delineador, sombra rosa desparramada por los cachetes, los dientes llenos de pelusas de los guantes rojos que me encontré en la bolsa del laverrap, la boca seca como el culo de Mirtha y las hebillas desarmadas, formando una especie de pija sobre mi frente que hacía un efecto Oaky de los suburbios.
Viva el dolor que te sigue hasta la tumba, viva las mujeres horribles que "no buscan ser perfectas" y toman H2O!, viva el desarreglo, la vergûenza ajena y los calditos Knorr. Ya tengo tatuaje nuevo, todo lo demás no importa.

martes, julio 31, 2007

Juguemos

Un gran juego para gente especial:

Reglas:

1. Cada jugador cuenta 8 confesiones de sí mismo
2. Además de las 8 cosas, tiene que escribir en su blog las reglas.
3. Por último tiene que seleccionar a otras (8) personas y escribir sus nombres/blog.
4. Por supuesto, no hay que olvidar dejarles un comentario - que han sido seleccionadas para este juego

Mis confesiones:

1-Después de mi primer cago de la mañana, el baño del laburo queda deshabilitado
2-Me cabe sacarme los mocos, hacerlos bolita y frotármelos por el cuerpo
3-Era de Boca hasta que me vendí por un novio y ahora soy de River
4-Firmo como “Porteña”, pero aún tengo ciudadanía quilmeña
5-Soy adicta a los tests de www.minutouno.com, el horóscopo, la astrología y cualquier cosa que me diga algo bonito con palabras inspiradoras
6-Soy fanática de Antonio Birabent
7-Mi cara aparece en un video de Kapanga llamado “Cecator el Borracho”
8-La Playboy de Pamela, sigue en mi baño

Le paso la pelota del alpedismo a:

Los Isleros
Huecos Arriba
Crónicas del Planeta Argentino

lunes, julio 30, 2007

Oda a las vacaciones

Pululan como el pus más verde de las ampollas más dolorosas
giran y corren sin rumbo como la mierda en el inodoro
(Blanda, olorosa, pegajosa, con pedazos de choclo)
Ensucian, comen, demandan
… se aburren.
El cine es como una eterna concha de quintillizos,
el shopping un caldo sabor a pañal,
a chivo,
a caspa,
a Mc donald´s vomitado,
a Sugus de limón.
Las plazas ya no exhiben sexo:
Ellos están,
ellos se van y (de nuevo)
… Se aburren
Los padres se inventan hobbies
Las madres tienen huevos venosos, sangrantes
La paciencia se agota, desagota,
(“acogotar pendejos es sano”, grita un viejo que se corta las venas)
Las opciones se esfuman,
se consumen,
la pobreza invade,
los disfraces se chivan y la purpurina me llena las bolas.
Ellos… se aburren
Malditas las vacaciones y maldito el invierno.
¿Cómo se reproducen
si ni siquiera pueden menstruar?
No deletrean la palabra tampón,
Menos conocen una erección…
A Buenos Aires le sobran pendejos,
La culpa la tiene la Salomón
(por puta)

miércoles, julio 25, 2007

La bolsa perdida

Entré al subte y busqué un lugar. No había mucho espacio entre un Papá Noel que leía el diario con anteojos rayados y una vieja concheta que parecía maquillarse con algo parecido a un polvo rosado que la hacía verse muy similar a la concha rejuvenecida de la Pradón.
Me senté sin apoyar la espalda para no molestar a los viejos inmutables y porque realmente no me entraba el ojete en el mini espacio que ellos se encargaban de dejarme. Miré de reojo alguna noticia del hombre de la barba blanca y la panza redonda y me percaté de la cantidad de bolsos, carteras y huevadas que llevaba. Todas tenían un hilo que las rodeaba, todas menos el maletín que Santa llevaba en la mano. Era viejo, estaba descascarado y se le olía la naftalina hasta por el agujero de la axila. Adentro del maletín tenía más bolsas, (hecho que aún no comprendo) y una billetera. Quizás pensó que al robarle le pedirían que abra el maletín en lugar de entregarlo completo. En fin.
El viejo tardó poco en aburrirme visualmente y reparé inmediatamente en una bolsa que estaba debajo de su culo pesado y grande. Abajo del asiento, en el piso. Blanca, como con facturas adentro envueltas en papel. Las posibilidades comenzaron a abundar: podía ser una bomba ubicada estratégicamente por alguien que odia la línea D, o el culo del viejo, o a mí. Me imaginé volando por Cabildo sin la tarjeta de MAPFRE que nunca recuperé después del último robo…
La cuestión es que el viejo se bajó de pronto y dejó la bolsa abajo del asiento. Comencé a mirarla, a tratar de desenmascarar su interior sin agarrarla y explotar en el intento. La vieja ubicada a mi derecha también la miraba con detenimiento. Me molestaba su interés en mi bolsa, me enervaban sus ojos girando alrededor del paquete blanco al igual que los míos, odiaba a esa mujer, la quería fuera, hasta que comenzó a molestarme a otro nivel, un peor nivel.
Dueña de un pelo producto de algún producto, ésta bella señora notó que en las mangas de su tapado había pelusas, tiernos y delicados guascasos de polvo blanco en bolitas que se pegoteaban de una manga a la otra sin pedir permiso. Ante la situación, la dama de muchos años comenzó a sacudirse compulsivamente como si tuviera sífilis de muñecas o peor, sarna contagiosa, sangrante y pusulenta. Las pelusas se desprendían al aire y el viento las llevaba, una tras otra, una tras otra, a mí, que evitaba tragármelas para no morir ahogada en el subte, qué papelón dios mío, babeando y gediendo con una pelusa de mierda en la garganta, qué muerte más absurda. Una de ellas se coló en mi pelo, me desarmó un rulo y desalineó el flequillo. Estaba a punto de entrar en ebullición cuando la dama muy puta se paró y me golpeó con la bufanda en el medio de la cara, como una trompa de elefante inoperante o un brazo muerto de Scioli, casi como si yo no existiera en su asiento contiguo, como si fuera un fantasma.
El odio y la violencia volvieron a hospedarse en mi entrepierna, calentitos y arropados. La ira abasallante miró a la vieja desde las alturas, estática, maquillada, con bufanda y sin pelusas. Sus ojos me encontraron y nos miramos unos instantes. Su parada y mi parada eran la misma. Nuestros caminos estarían unidos hasta salir de la escalera mecánica, pero aún no emergíamos del subte y ella parecía poseída, con la mirada frenética, esa que caracteriza a una competencia desleal que está por desenlazarse, las manos histéricas, las piernas inquietas... todo por una bolsa solitaria y abandonada.
Cuando se paró en medio del vagón, temí lo peor. Instantáneamente me paré, ella caminó unos pasos haciéndose la distraída, la que nada le importaba, ni la pelusa, ni la agresión bufandal, nada. Sorpresivamente, al abrirse las puertas del subte en Juramento, me dejó pasar antes que ella, por un momento la quise, te tomé afecto, la miré con amor y queriendo que sea mi abuela, mi abuelita llena de polvo, pelusas tiernas y tapados caros…, Pero de repente la tricionera viejecita se acercó al asiento del viejo, se agachó con dolor y dejando ver un semipañal en su orto, tomó con las dos manos a la bolsa blanca, la de la posible bomba o la de las facturas, salió corriendo y me sonrió. En la escalera mecánica nunca me sentí tan insultada.

PD: Éste posteo es el número 100. Festejemos con té de frutilla.

jueves, julio 19, 2007

A domicilio

Sin pensarlo, sin quererlo realmente, sin necesidad de hacerlo y mucho menos de mantenerlo, me encontré con mi cara cubierta de un flequillo extrañamente adorable.
Durante meses, años, mi vida había circulado con la frente en alto y libre de todo bello, hasta que un viaje en crisis a la casa de mi madre, sumado al turno a domicilio que ella tenía con la peluquera, hicieron de mi tarde algo espléndido.

-Che, apelo a tu consejo profesional: ¿Me quedará bien el flequillo?
-Y, lo mejor sería probar.

Tomó un secador, un cepillo y comenzó a hurgar entre caspa y mugre arropada entre mi cuero cabelludo. De pronto ZAS!. La tijera cortó y ahí estaba yo, ya sintiéndome diferente, más expuesta, menos alta, más raya al medio, más… más menos yo, pero a la vez mejor, más perra, más caballa, más atún por favor.
Tener flequillo, he descubierto, es una cosa terrible. No solo porque uno empieza a estar más grasoso, sino porque TODA esa grasa frental ahora va a ser parte del flequillo. Ahora sí que cuando haga calor se va a notar en la cara, ahora sí que voy a toquetearme esas mechas parejas para encontrarles la forma en una lucha de por vida que nunca terminará. Odio la grasitud.
Si las consecuencias de un nuevo corte de cabello afectaran solo con grasa, creo que podría soportarlo, pero no. He desarrollado en los últimos días un nuevo tick nervioso. Ahora no solo me como los dedos, las uñas y me paso la lengua fuerte por los dientes de abajo, sino que también muevo la cabeza como en un NO compulsivo, haciéndole más simple al puto fleco ubicarse en una posición cómoda y sin engrasarlo. Claro que ahora se engrasa y encima muevo la cabeza. Si me vieran por la calle queridos paseantes creerían que soy un ente salido del útero de Silvia Suller en fusión con el mago Black. Dios. Qué injusticia.
La revolución post fleco afectó hasta a mis mañanas. Ahora debo levantarme 10 minutos antes para cepillarme con una pija de chancho, esperar el tiempo prudencial para prender la planchita y pasármela sin quemarme la frente, el pelo ni los muebles donde la apoyo. Cada noche ahora debo bañarme porque sino la grasa de esas mechas reviradas por un remolino sería más visible que si saliera en tetas a caminar por Retiro.
Todo cambia, todo se transforma. Los cambios son necesarios. Prendámosle una vela al perro muerto de Susana.

martes, julio 17, 2007

Viajemos por los amigos


Cuando uno pasea por Buenos Aires y encuentra algo fácil, básico y motivante, tiene que contarlo. Al hacerlo cabe la posibilidad de que la competencia aumente, pero la bondad interna me abasalla, me completa y me hace vomitarles lo siguiente:
Por el Día del Amigo, GOL armó un concurso para fabricar un avión. Yo ya me veía armando piezas como una pelotuda, comprando revistas por años hasta tener almado un bicho de plástico inservible, pero NO. El concurso "Un avión GOL de Amigos" te invita a crear un avioncete virtual, ponerle gente amiga arriba en un par de clicks y participar para que todos se vayan de joda plena a Río di Janeiro a broncearse y llenarse el calzón de arena para pasparse bien las bolas.
En fin, solo hay que registrarse y esperar a ganar.
Les dejo el link: "Un avión GOL de amigos"
Viva la Internesss.

lunes, julio 16, 2007

Sábado para el olvido

El sábado no estaba siendo un buen día. Mi último paso por la bañadera había sido el jueves, por lo que podía observarse una capa grasosa y brillante sobre mi habitual jopo. La semana premenstrual estaba en su máximo esplendor y lo mejor que se me ocurrió fue pedirle a mi caballero romántico que me pusiera a llenar la bañadera. Me la llenó hasta el tope y le puso espumita blanca que rebalsaba por encima de los bordes y se desprendía al piso.
Puse un pie, puse otro pie, puse el culo y se apagó el calefón, así sin más. Sin preguntar, sin siquiera darme la chance de juntar un puto vasito con agua tibia para desenjabonarme las tetas. Quedé ahí, desesperada y sensible, me puse a llorar, los gritos me invadieron y los ojos sin delineador se me desorbitaron haciendome parecer a Anabel Cherubito pariendo un oso polar con joroba.
Tomé una toalla, grité dentro de ella. El sonido desapareció con la espuma, la tarde recién comenzaba y necesitaba cambiar de aire.
Decidí visitar a la familia, bajé al subte, me senté en un banco y noté la presencia de un gordito de pelo rubio y enterito rojo que tenía muchas bolsas y me miraba por alguna razón que pronto él mismo me develaría:
- Flaca (me dijo con los ojos enrojecidos y la voz quebrada como la pija de Carlitos Nair) Tengo que decirte algo... si no te lo digo me voy a sentir muy mal.
- (Yo, que estaba leyendo fotocopias sobre Turquía, la inmigración y la conchadelfinaldelcuatrimestre, lo miré asustada, esperando que pelara la pija y me dijera: Ella quiere que te cases con sus bolas, pero no) - Decime, ¿qué pasó?
- Hay... una chica... flaquita, morochita... es de tu facultad: Ella quiere hacerte daño. Si ves un coche, correte!!!! -
Luego de eso, mi rubio psiquico, mi hombre de la bolsa del futuro, mi héroe enmascarado, el hombre que me hizo tener el día más garomposo del mundo, se levantó, sonrió liviano, esbozó un "cuidate" y se fue.
Hoy, siendo lunes, la paranoia por los autos no me abandona y la imagen del enterito me persigue en mis peores sueños.

viernes, julio 13, 2007

Novedades

Estimados Paseantes,

Gracias a ustedes, a aquellos que llegan al blog luego de tipear alguna frase pornográfica que sin éxito los lleva a esta página donde quedan sin paja, pero con una sonrisa caliente y babosa en el rostro, a los que siguieron órdenes de mails pedorros o cadenas reenviadas del reenviado reenvío de un mail enviado, a la vieja hija de puta que me crucé en el banco hoy, a Cristina K y a Cris Morena... Gracias a todos ellos estamos hoy entre los 40 finalistas del Concurso de Blogs de Intel, acomodados con la cachufla plácida entre los Mejores 10 de la categoría "Música y Entretenimientos".
Gracias por sus clicks. Ahora falta eliminar a la competencia.

Mel

http://www.corelifeblog.com/?p=125

jueves, julio 12, 2007

Enemigo cercano

Mis días comienzan muy temprano. Generalmente puedo darme el lujo de retozar cual vaca recién ordeñada hasta las 6 y 22 de la mañana, momento en el que mi celular grita una canción similar a "pam parabarabapam pam" y la repite incansablemente agregando sonidos estruendosos para que el somnoliento cerebro los capte instantáneamente y se levante con destino al baño para largar la primer meada del día, la olorosa, la amarilla y limpiarme después las paletas de olor a noche.
Desde el domingo hay algo que entorpece este proceso rutinario, lo arruina por completo originando un inevitable DIA DE MIERDA del que no podré escapar ni usando el culo de Nazarena Vélez como transporte público: un vecino de mierda.
Solo sé que a las 5:40 comienza un frenético TANTANTANTANTANTANTANTANTAN desprendido de su alarma despertadora que atraviesa su ventana, el aire, el edificio, mi ventana y llega a mis sensibles oídos presos de la furia.
El problema no solo es que el muy hijo de mujeres sin concha no apaga su despertador, sino que llega un punto en el que yo ya no puedo pensar más en ovejas que saltan y escucho incansablemente los sonidos TANtaneantes como si salieran de mi cerebro, de mi apéndice, del centro de mi ombligo manchado de pus que ya para esta altura baila el compás de la alarma como si fuera parte de su vida.
Esta mañana la violencia hizo nido en mi estómago. Sentí ganas de clavarle una sombrilla de Quilmes en la frente y untarle el agujerito del ano con ají putaparió. Quise descubrir su identidad en la oscura mañana y extirparle las pelotas, pero en lugar de todo eso, me levanté, hice mi primer pis de la mañana y llegué al trabajo una hora y media antes de lo que debía.
Gracias vecino, ojalá nunca te encuentre.

martes, julio 10, 2007

Pura y Santa

Por primera vez en mucho tiempo, hoy supe en carne propia lo que sufrieron los de VIVEN. Realmente qué molesto es sentir los pies entumecidos, sentir que el café no sirve de nada, ni la sopa, ni el chocolate. Qué feo es el momento en que las colchas ya no abrigan, solo pesan haciendo de tus tobillos una masa intangible de articulaciones sin uso. Feo el minuto en el que tenés que responder un mensaje de texto mientras caminás a la intemperie y las uñas parecen desprenderse del dedo, el dedo parece desprenderse de la mano y la mano podría ser comida por una jauría de travestis sin necesidad alguna de mostrar dolor.
Ayer nevó después de 89 años. La gente feliz se olvidó del frío, los linyeras armaban muñecos deformes, madres e hijos miraban por la ventana esperando ver a Papá Noel llegar antes, comerse un budín de pan y festejar con el notero de Telenoche que parecía la persona más alegre y sensibilizada de todas a la hora de mostrar el barro blanco.
Hasta Jorge Rial cubrió la lluvia de semen en la Argentina con cámaras estratégicas en las alturas de la pálida Genral Paz.
Yo intenté sentir algarabía, cosquilleo de romanticismo y ganas de salir a juguetear cual chihuahua borracho, pero no. Nada pasó. Me pellizqué, me dije a mi misma que "era nieve! iupi! iupi!!", pero nada. Ni un milímetro de mi ser se mostró cálido a la novedad. Sentí por un momento que no merecía ser parte del fenómeno, debía recluírme sin más en mi habitación y demostrar lo poco que me importaba la nevada mirando programas de playa y mar, calor y Baywatch. Lo hice, pero algo muy adentro no pudo evitarlo y me paré cada dos horas a mirar por el balcón a contemplar cómo el agua nieve (la palabra nueva del mes), se derretía penosa antes de llegar al piso, amagando a los caminantes a los que solo les faltaba corear "Oooleeeeee" con cada copo del demonio que desaparecía.
Gente juntando nieve de los autos, de las rejas, de las veredas escupidas, vomitadas y cagadas tras el feriado dicharachero. Hemos visto cantantes corear temas del mundial bajo la helada lluvia, hombres y mujeres vestidos para la ocasión con gorros rusos, tapados ridículos y cubeteras listas para la acción. Hemos visto de todo.
Es nieve señora, tírele azúcar y cómala con helado y si usted, señor, niño, bebé al que llevan sin consultarle qué carajo le importa cagarse de frío para sacarse una foto para la posteridad, si a todos ustedes les importa tan poco la novedosanieve como saber cuántas veces fue rejuvenecida la concha de la Pradón, únase a mi grupo selecto de gente mala onda, comandado indiscutiblemente por el PELOTUDO del Chavo Fux.
Amén.

miércoles, julio 04, 2007

Parecidos que matan

Paseando por Buenos Aires con mi MP4 y mi sweater de calaveritas llegué al Correo central, me paré en sus paradas plagadas de palomas gordas y morrudas como si practicaran jockey sobre mierda desde su nacimiento, y aguardé a que llegara el aclamado transporte quilmeño, el 159: 1x Mitre.
Era la primera en la fila, por lo cual me auguraba indefectiblemente un lugar copado en el bondi. Uno siempre que piensa eso, termina sentado en esos asientos sobre la rueda, o del lado que pega el sol en pleno verano o debajo de una ventanilla de esas que se abren a medida que el bondi anda. Esas que se abren de a poquito y vos cerrás. Vuelve a abrirse y volvés a cerrar. Pero ya, a la tercera vez, se te caga todo el colectivo de risa, te resignás y disfrutás la vida, el frío y la concha de la gorda que se sentó en el asiento que ahora deseás.
En fin, me subí al colectivo. Me senté en un buen lugar, al fondo, al lado de la ventana. Claro está que ese es el lugar elegido por los nodadoresdeasientosaviejasniembarazadas. Escuchaba temas felices, llenos de algarabía y movimiento para despertarme luego de una noche agitada hasta que de pronto un grupo de chicas subió.
Primero se quedaron paradas agarrando el palo del timbre que no funcionaba, lo que consistió en el primer tema de charla entre las adolescentes. Jugaban a mirar al colectivero por el espejo, amagando necesitar bajar para que el conductor cayera, todos perdiéramos tiempo y ellas disfrutaran de los surcos en sus entrepiernas mientras seguían rascándose sus respectivas cuchufletas plagadas de tiempo libre.
Por más que recé, imploré al popular San Expedito y a Chicle Gelblum, un lugar se liberó a mi izquierda y una de las chicuelas se sentó a mi lado. Era gorda, de piel tostada, tostadísima, que contrastaba con unas manchas extrañas con cara de herpes que se le hacían en los cachetes redondos.
Noté que ella tenía el pelo sucio. Se olía algo mezclado entre aceite usado más de 3 veces y palitos de la selva. Tenía una mochila sin cierre, lo cual no comprendí y me demostró que ya no estoy a la onda. Decenas de miles de pins de My Chemycal Romance decoraban su cuerpo, sus remeras, su mochila y hasta su campera negra.
De pronto ví algo en su pelo. Algo plástico que se asomaba tímidamente por entre la grasa acumulada: un sticker. Un sticker de Fiona, la novia de Shreck.
El parecido físico entre ambas era sorprendente. Entre en un shock por Shreck, su novia, la chica y un dilema interno me avasalló: ¿Debía decirle a la gorda que tenía un sticker en el pelo o debía dejar que el mundo de curiosos y observadores notara el parecido y sonriera cómplice?
Los minutos pasaron y dos damas maquilladas a niveles extremos aparecieron en escena. No parecían amigas de Fiona, pero le hablaban y ella era feliz como nunca. Yo disfrutaba de verlas gesticular hasta que sucedió lo inesperado. Un complot de amigas, una unión de superhéroes, una jugada maestra: Una a una comenzaron a sacarse las camperas y remeras y muy lentamente se fue viendo una camisa blanca, una manga larga, otra manga larga, mucha blancura digna de auspicio de jabón en polvo y el logo tan esperado: Fiona era boy scout. Y lo más importante: Iba a un campamento.
Su parada llegó. Fiona y sus amigas bajaron. El sticker la siguió implacable y escondido con una misión clara: que el parecido no muriera con el pegamento.

jueves, junio 28, 2007

Hacia el futuro

El medio aguinaldo se manifestó con la fuerza del Dios de las Vírgenes Peladas y esparció felicidad al estilo Hare Krishna por cada rincón de la ciudad. Hay quienes dicen que las vacaciones tienen el mismo impacto, pero yo difiero completamente con ellos: al mes siguiente, las vacaciones se descuentan mientras el medio aguinaldo es un regalo a los cuerpos cansados, frío y muertos que ya en Junio solo piden a la vida un descanso, algo por lo que seguir latiendo sin necesidad de matar canarios para satisfacerse.
De cualquier modo, nunca es completa la felicidad. En mi mente perturbada flotaba la idea de un aguinaldo millonario, rebalsado de billetes de cualquier color, con el que iba a cambiar mi vida, comprarme ropa decente, un corpiño que no ceda con el peso tetal, un pullover de calaveritas que ya luzco felizmente mientras los que me ven pasar dudan ahora si la muerte existe o soy solo una ilusión y, además de todo lo mencionado, compraría un MP3 para alivianar, aunque sea un poco, los viajes matinales, las tardes de 60 o los viajes a Quilmes a visitar a la familia (una tiene un lado sensible, vieron).
Como siempre, Mercado Libre me ofreció la mayor cantidad de variedades existentes en la categoría tecnológica que buscaba y hasta me llevó un paso hacia adelante, hacia la evolución: el MP4. En el tiempo que tardé en percatarme de la diferencia que residía entre en 3 y el 4 podría haber visto Arma Mortal 1, 2, 3 y 4 de atrás para adelante y buscado mensajes satánicos en "El Capo" del mediodía. Finalmente comprendí: el MP4 tiene videos.
El precio suculento me llevó a comprar impulsivamente, sin siquiera chequear el stock de colores. En el camino hacia el local pensé las opciones. Me imaginé portando un aparato verde, o amarillo o peor, rosado. Me ví luchando contra su maldito manual en la mirada de todos los pasajeros del subte, pegándole a la tecla de MENÜ de modo compulsivo en un ritual cavernícola que terminaría con la muerte solitaria y penosa de mi dedo índice.
Llegué al local a dos cuadras de mi casa. Bendita la cercanía. Subí una escalera dudosa y me recibieron unas diez personas con caras de miedo y gestos de "nosoypoliciayesperoquevostampoco". Unas muchachas rolingas educaban a cada cliente sobre cómo usar éstos delgados piringundines. Un viejo gritaba una frase sin respirar: "Dice noudiscnoudisc". La chicuela lo consolaba en su ignorancia y le explicaba cómo formatear de manera sencilla.
Recé para no ser yo la próxima en gritar. Quince minutos más tarde, me atendían a mí. Varios nenes molestos jugaban con autos y hacían ese ruido que los pendejos asocian con ruido de motores y los adultos no olvidamos jamás: rumruuuuuummmm rrrrrummmm. La violencia está a flor de piel.
Mi vendedora me ofreció todos los aparatos que tenía, intentó convencerme de que hablaban, contaban chistes como Matías Alé (el hombre a quien más aborrezco desde que Baby Etchecopar ya no es tan popular) y hasta que chupaban entrepiernas. Mi NO era rotundo, me convertí en su pesadilla, en una lucha personal por venderme algo más caro. No lo logró.
Me dio mi MP4 en color negro. Me pidió casi llorando que guardara bien la garantía escrita a mano y con un mail de hotmail como contacto, como toda empresa seria (...) y que no le quitara los plásticos transparentes a la pantalla. Arruinó la mejor sensación de una nueva compra: sacar ese plástico de mierda que huele tan bien. La odié con la misma energía que a Alé.
Esta mañana, luego de una tardenoche de absorver conocimientos sobre el aparato, me lo colgué al cuello, sintonicé la radio porque aún no le injerté temas grabados, me lo metí entre las tetas para dificultar su robo y caminé feliz hacia el subte. De más está decir que en el subte la radio no funcionó, pero el solo hecho de tener los auriculares blancos (para que se vea mejor la cerita desprendida) adornando mis hombros hizo de éste jueves un placer absoluto.

martes, junio 26, 2007

Circuito eterno

Mañana es el último día para que emitan sus votos a éste blog. Les recuerdo el procedimiento mis queridos: Un PUTO click en el cuadradito que está a la derecha de su pantalla, arriba y dice VOTAME!. Agradeceré su colaboración.
Ahora sí, lean. Es un posteo corto, como pito de sodero.


Quizás motivada por la reciente muerte del Doctor Sokolinsky o por el frío incesante, el viento sudoroso o el choque de Catherine Fullop en la Panamericana, me dispongo a volver, a retornar al sistema entre mocos, tos, parásitos anales y un dejo de olor a huevos que me persigue desde que un viejo extraño se sentó a mi lado en el subte.
Tras el robo de mi billetera, celular, llaves e inocencia de hace un par de semanas, debí cancelar mis tarjetas de débito y ésta semana era mi obligación moral con el Banco Standard pegarles un llamadete para ver la situación actual del trámite por mi nuevo plástico:

- Standard Bank, buenos días
- Hola... sí... llamaba para ver qué pasó con mi tarjeta... tenía que llamar a ver si ya estaba en el correo para arreglar la entrega en mi casa en un horario en que pueda estar...
- Qué tarjeta? (Esta frase denota que la muchacha se quedó a dos palabras de mi frase anterior, por lo que seguramente tendré que repetirme)
- La de débito
- Ok, ¿Qué es lo que debe chequear señora?
- Señorita. Tengo que ver si ya estaba en el correo para arreglar la entrega en mi casa en un horario en que pueda estar...
- Muy bien, la transfiero a denuncias.
- Standard Bank, buenos días
- Hola... sí... llamaba para ver qué pasó con mi tarjeta... tenía que llamar a ver si ya estaba en el correo para arreglar la entrega en mi casa en un horario en que pueda estar...
- ¿Usted recuerda su clave Banking Hola?
- Mi what? Qué carajo tiene que ver eso con la vida?
- .... tiene 4 dígitos.
- Ehh... No me acuerdo
- Segura?
- Sí, ¿necesitás que me lo tatúe en las tetas para que me creas?
- Ok, la transfiero al servicio Hola así cambia la dirección. Tiene que ingresar con su clave.
- (ansias de freirle el clítoris a temperatura máxima) No lo recuerdo
- Póngala mal 3 veces así sale un operador
- Dale, no hay problema, me gusta ser forro de alguien de vez en cuando.
- "Bienvenido al servicio HOLA"
- Clave mal 1
Clave mal 2
Clave mal 3
- cri cri.... cri cri.... cri cri....

Aún no tengo mi tarjeta.

miércoles, junio 13, 2007

Meame que me gusta

Pienso en la Virgen María, en su garche mental con el Espíritu Santo. Pienso cómo pudo no haberse dado cuenta de que Jebús estaba entrando poco a poco por cu cachufla, cómo José no notó que su mujer gozaba por primera vez en su matrimonio y cómo ningún vecino vió un halo de luz entrar a la casa pobre del carpintero para provocar sin más, el adulterio. Todos estos interrogantes no tenían respuesta… hasta hoy.
No sé ni cómo ni cuándo, ni dónde ni por qué, alguien se llevó mi billetera, mis llaves y mi celular horrible de pantalla azul. De pronto me encontré en Martínez, trabajando y sin un centavo en la mochila.
Es interesante remarcar que mi billetera no tenía ni siquiera polillas, mis llaves tenían un llavero bellísimo y mi celular, repito, era una garcha.
El odio irrefrenable hacia los punguistas, hacia esos hábiles violamochilas me tiene apresada, indignada y hasta premenstrual sin necesidad de estarlo.
Las tarjetas deben ser canceladas, la de débito debe ser eliminada con rapidez al mismo tiempo que la cabeza maquina y maquina “seguro ya compraron vibradores a mi nombre sin siquiera presentar el DNI que sabiamente no guardo en la billetera”.
El carnet de la obra social debe estar tirado por algún buzón, sucio y embarazado de delito. Es el único testigo… junto a la tarjeta de Coto, un bien altamente preciado cuando las bolsas pesan mucho para ser llevadas a mano.
Mi pase del subte descansaba en mi bolsillo, por ende no fue hurtado y me permite al menos completar la segunda mitad de mi viaje, pero no evitan la necesidad de poner cara de limosna y apretar los cantos del ojete para que los amigos laborales colaboren con el pasaje del 60. Qué colectivo de mierda. Si hoy fuera el día del Juicio Final, el momento en que las cuplas son saldadas, los pecados castigados y los premios otorgados, mi máximo placer sería incendiar la Terminal del 60. Más tarde, iría a Congreso de Tucumán y cagaría sobre la escalera mecánica luego de comer verdura. Finalmente, entraría al supermercado chino y me robaría un paté. En ese momento, precisamente en ese instante, volvería la felicidad a mis pechos.