martes, marzo 08, 2011

Una gota

Tenía 12 años y estaba pasando el jueves en lo de mis abuelos Nani y Nono cuando me indispuse por primera vez. En la tele estaban pasando “Hombre de Mar” con Gabriel Corrado. Me encantaba su barba, su pinta de indigente y esa onda portuaria que tenía el programa.

Todas las tardes que dormía en su casa, mi abuela me daba de merendar dos sándwiches de tomate con mayonesa en pan francés, pero con la cáscara quitada a cuchillo, por lo cual lo que terminaba merendando eran dos pedazos de miga mágicamente embebidos en mayonesa y jugo de tomate fresco. Pensé que el dolor de panza era una incipiente necesidad de hacer lugar para la cena, pero rápidamente descubrí que la molestia era más abajo del pupo, más a la derecha. Me hice bolita para intentar eyectar al apéndice, pero pronto me encontré en el baño.

Estaba color amarilla, tenía ojeras y me sentía como una bolsa de agua caliente. Me senté en el inodoro y trabé con llave desde adentro. De pronto una contracción y di a luz a la primera gota de mi indisposición original. Ahora puedo diferenciar esa gota de una hemorragia y establecer un paralelismo entre los más de cien meses siguientes, pero en ese instante me espanté e hice un chequeo sobre mis últimas comidas: ¿Qué podría estar detonando el sangramiento interno? No había Google para buscar los síntomas y determinar la causa.

Encontré una bolsa de algodón, saqué un sustancial pedazo y lo puse sobre la bombacha. Aterrorizada, bajé las escaleras que me separaban de mi Nani, lista para cenar por última vez. Entonces sonó el teléfono, era mi madre que llamaba a ver cómo estaba. Nunca imaginó que en su breve ausencia, la nena sangraría como una sopa de remolacha. “Mel, te hiciste señorita”, dijo mamá frente a mi llanto. Mi Nani festejó y me abrazó. A mí me seguía doliendo considerablemente la panza.

Pocos segundos pasaron hasta que mi abuelo dejó de verme como una adorable criatura para comentar qué tanto me crecerían las tetas ahora que ya era mujercita. Los juguetes fueron reemplazados por una bolsa de protectores con alas. Al principio se las cortaba hasta que una mancha en el pantalón me hizo revalorizarlas. Mi Nani me dijo que el dolor se pasaría si me abrigaba. Esa noche de octubre dormí con pijama, doble bombacha y frazada. El viernes fui al colegio en equipo de gimnasia azul, no fuera cosa de terminar manchando el banquito ante el desconocimiento de los demás doceañeros no menstruantes.

Desde ese año comencé a usar delineador y me depilé las cejas por primera vez. Muté de bombacha a tanga y me regalaron mi primera bikini. Empecé a tardar más de 8 minutos en prepararme para salir, eliminé la camiseta de Boca del podio de prenda obligatoria bajo cualquier vestuario, lloré con letras de los Backstreet Boys y fui feliz con mi primer vestido. No tengo más que agradecerle a esa bendita gota por haber ayudado a la definición de mi género. Feliz día para todas. Revaloricemos el sangrado.