jueves, diciembre 30, 2010

Salú!

En febrero me mudé sola por segunda vez. La primera a los 18, a San Telmo. Después una convivencia de casi 5 años en Once que terminó con unos meses de ahorro en la casa de una tía abuela para finalmente pasar a Olivos a la soledad absoluta. Confieso que fui muy feliz en febrero, se sintió bien la independencia y la certeza que era un logro mío, solo mío esta nueva mudanza.

En abril llegó el gato que me perturba la existencia. Hoy, a 9 meses de ser su madre, no imagino una realidad sin incluirlo. Las mordidas de pie, los arañazos marcados en rodillas y ante brazos, los gritos cuando me voy, el recuerdo de que tengo que castrarlo… se hizo querer este naranja de botitas blancas.

En Julio te llevaste a una de las mujeres más importantes de mi vida y en diciembre al tipo que menos tendría que haberse ido de todos. Como te dije alguna vez entre berrinches, espero que hayas tenido tus motivos y los estés haciendo laburar de guardianes celestes en donde sea que estén. Todavía, si cierro los ojos, los siento acá alrededor mío, más te vale cuidarlos mucho y quererlos como acá todavía lo hacemos.

La gente que siempre estuvo siguió estando. Algunos lazos se intensificaron y otros terminaron de desintegrarse… lógica pura. Me sorprendí frente a mi propio corazón abriéndose de nuevo, latiendo en doble corchea y dándose otra vez la chance de querer. De nuevo la secuencia inalterable de mariposas en la panza, miedo absoluto y entrega.

El Mundial que no fue, la desilusión más grande de todas. ¡Cómo hubiera salvado el año esa bendita Copa! Igual te quiero, Diego, pero me vendiste más humo que los pastizales quemados de la ruta.

Y entre "mariposas y huracanes" como cantan los amigos de MUSE, promediamos estos 12 meses. Un ancla de cosas tristes que de a poco va soltando el fondo del océano y va aprendiendo a flotar, arrastrada por un buque que cada día se pone un poco más fuerte. De a ratos se le ahogan los motores, pero cuenta con remadores de alta calidad que lo ayudan a moverse sin aire.

Este 1 de enero levanto mi copa por todos los que remaron conmigo, por los que ya están acostumbrados a hacerlo y por los que recién se suben al barco. Brindo por todo lo bueno y por no olvidarme de nada. Lo mejor que tiene esta vida es el almacén de recuerdos que llevamos encima todo el tiempo, a disposición de uso exclusivamente nuestra.

Apuesto a un 2011 de cosas que nos llenen, menos remado, más disfrutado. Gracias por pasar por este rincón de lectura. Ha sido un placer compartir desgracias y festejos con todos ustedes del otro lado del monitor.

Feliz fin de año para todos, empédense sin cuidado, no usen pirotecnia porque enloquece a los animalitos y le da laburo a los pobres médicos de guardia que se quedan por las dudas, por si quedan pelotudos prendiendo petardos frente a sus narices. Sabemos que pelotudos sobran, pero al menos ahórrenle laburo y nervios a los que intentan prevenirlos. Sin más para decir… salú’, señoras y señores.

domingo, diciembre 19, 2010

Ups, perdí las llaves

Estaba a una cuadra y media de mi departamento, domingo, 6 de la tarde, después de una noche y medio día lejos de casa cuando me di cuenta que había perdido las llaves. Son difíciles de explicar los pensamientos que se suceden en ese momento sabiendo que la única culpable de la situación fui yo misma. Llevaba una bolsa con los borcegos usados la noche anterior y un bolso de mano rojo a cuadritos, transparente, con un agujero en una de las esquinas inferiores.  Había cuidado no poner la llave cerca del agujerito, recuerdo muy sólidamente haber ubicado el manojo completo encima de un saquito blanco que oficiaba de cubre hueco… pero evidentemente algo salió mal.

El único duplicado que tengo de la llave de la puerta de abajo y la principal del departamento lo guarda mi querido amigo Rodrigo. Varias veces ha tenido que utilizarlas, por ejemplo para verificar que no estuviera muerta después de una tarde de fiebre galopante. Hace unas semanas que mi celular pierde señal en lugares donde normalmente siempre ha tenido. Esta tarde de domingo no iba a ser la excepción. “No hay servicio”, arrojaba un cartelito en la pantalla de mi Nokia 5300 cada vez que presionaba la tecla verde para llamar a mi socorro amistoso.

Caminé con mi bolsa y bolsito por avenida Maipú en busca de un locutorio, dada la inexistencia de teléfonos públicos. Ya eran las 18.15 y todo estaba cerrado. En ese instante comencé a pensar que un cerrajero de emergencia me gatillaría 300 mangos por cagarle la siesta y hacerle romper 2 puertas, después mis vecinos me patearían al gato por la inconveniencia de renovar todas las llaves del edificio de la puerta de abajo. Caminé varias cuadras sin rumbo, esperando que el celular agarrara señal o al menos me cruzara con algún ser vivo que pudiera facilitarme una línea telefónica. Una señora con un niño fueron los primeros. Me dijo que no tenía celular y tampoco conocía cerrajero. Un contacto absolutamente inútil dada las circunstancias. Seguí caminando y un nuevo humano apareció frente a mí. Era un señor pelado de unos 55 años, muy delgado y alto, que estaba a cargo de un estacionamiento. Tenía unos 6 dientes dispuestos a lo largo y ancho de su boca y le sangraba el labio inferior como si se lo hubiera mordido sacando una pielcita.

Repetí mi ritual y le consulté por un locutorio, con mi celular en la mano. Me recomendó un kiosco para cargar crédito, entonces le expliqué que había perdido las llaves, pero tenía un duplicado perdido por el mundo, pero que no tenía señal para llamar al custodio que me lo guardaba y que, considerando la hora y el día, estaba claramente meada por un container de Pinochos practicando pillar por primera vez. Me ofreció un teléfono, pero solo podía llamar a un número fijo. Solo tengo agendado un número no celular y porque su dueña me obligó a hacerlo después de pedírselo 78 veces en una semana. La llamé y le pedí que llamara a mi amigo para verificar que tuviera mi llave Plan B, así festejaba en su espera o comenzaba la búsqueda de un cerrajero oficial. Ante la atenta mirada del señor, corté y me dispuse a esperar la confirmación. “¿Venís de la pileta?”, me preguntó, confirmando que había notado que estaba usando un corpiño de malla debajo de un solerito naranja y blanco a rayitas. Le dije que no, que venía de Caballito, entonces cuestionó qué me había tomado para venir. La charla trivial me estaba fusionando el lóbulo de la oreja al cachete de tan fastidiosa que me ponía, pero le seguí el diálogo hasta que sonó el teléfono. “Atendé”, autorizó. Era Rodrigo. Me dijo que con ésta ya le debía unas cuantas, que creía tener la llave en el trabajo, que no me preocupara que en un ratito me traía el llaverito a la puerta de casa. Le dije que nunca lo había querido tanto (es la primera vez que pierdo la llave de esta casa). Corté y sonreí notoriamente. Le dije gracias al señor, que respondió asegurando que me había dejado usar el teléfono porque era yo “una persona de bien, sino no hubiera aceptado”. Volví a agradecerle, le juré que en la semana le acercaba una docena de facturas. Rodri vino 30 minutos más tarde y esto lo estoy escribiendo desde adentro de mi dos ambientes mientras Fran me chupa la mano. Misión cumplida.

jueves, diciembre 16, 2010

Que no abre, que no abre

“Estate a la 1 en la puerta del boliche, Mel”, me dijo Julieta cerca de las ocho de la noche: “Al final la previa se hace en Quilmes, así que nos vemos allá directo, si querés”. Me vi viajando de norte a sur, para luego desembocar en el Centro de nuevo y me desmotivé. Hago previa en casa, tengo Sprite, Martini y un gato naranja para acariciar si pinta el caso.

Eran las 12 de la casi madrugada y yo veía al gato color bordó, parte por el delirio del alcohol tempranero, parte por las ganas de convertirlo en almohadón y tirarme a babear en él. Pero no, es sábado de fiesta y toca Massacre junto a una banda dudosa, la cual espero llegar lo suficientemente tarde como para perderme (claramente llegamos temprano y me la fumé enterita).

Era la 1 y ahí estaba yo con mi vestidito medio negro, medio rosa con botones, mis borcegos y una puntualidad que de tan exacta es nauseabunda. Julieta llegó media hora más tarde con sus amigos y pareja estable. Entramos más rápido que los adolescentes porque teníamos la maravillosa entrada anticipada. Uno puede ser lo rebelde que quiera, pero comprar anticipadamente un ticket es garantía de evasión de fila.

La bebida venía en papelitos con inscripciones del estilo “Vale x 3”, por lo que el flujo etílico se mantuvo estable durante el paso de la noche. Cuestión de capacidad vejigal el tiempo demorado hasta el primer pis. Para ser exactos, habiendo entrado al bolichón alrededor de la 1:50, aguanté 1 hora 25 minutos y a las 3:15 le pedí a Juli que por el amor a la camiseta de la amistad me acompañara a deshabitar los mineros uterinos.

Fuimos al baño, estaba lleno. Julieta se dio cuenta que una puerta estaba trabada, pero que adentro no había nadie vivo ni muerto, el inodoro olía decente y el cubículo hasta tenía luz. Ella se quedó custodiando la entrada a mi meadero mientas yo pillaba parada, en realidad contrayendo las nalgas, semi agachada, embocando el chorro donde debe, sin apoyar nada en la tabla empapada de vaya una a saber qué sustancia salida de qué orificio. Saco una servilleta de la cartera, me siento adulta al haber recordado agarrar esos cuadraditos blancos antes de salir. Arrojo el desecho en el inodoro, me levanto, tiro la cadena y destrabo la puerta. No abre. La puerta no abre. “Se trabó. Julieta, se trabó la puerta”. Que no escucha. “Se atoró, no abre, no abre la puerta, no sé si entendés. ¿Por arriba? No da quebrarme una pierna saliendo por arriba de un baño de boliche, es muy cabeza”.

Fue entonces cuando el Infierno se apoderó de mi juicio. Primero orienté mi hombro hacia la puerta y le di un par de golpes de espalda chiquita. Sin resultado, apelé a las patadas secas. El baño rebotaba y yo imaginaba la congregación humana aguardando mi salida triunfal de un baño todo meado en el que todavía flotaba mi servilleta en el inodoro. Pero la puerta no abría.

Tuve un intento de pasar por debajo de la muy estancada, le heredé mi cartera a Julieta, me empecé a agachar y noté los pelos, lo mojado, lo sucio del piso. Aún hoy, afirmo absolutamente segura que prefiero morir en este cubículo iluminado, tolerar la llegada de un cerrajero en medio del boliche y salir impecable como princesa, antes que deslizarme por un suelo meado, salir empapada en rodillas, manos y antebrazos, ante la vista de las harpías que se aglomeran en el baño.

La desesperación me hizo parar sobre el inodoro nuevamente, colgarme de las paredes y patear cual ninja mutando a Tom Cruise sobre esa puerta roja hija de un trasbordador de prostitutas. Y la muy frígida no abría. Me puse a limpiar la tabla del baño. Me imaginé horas y horas ahí sentada viendo pasar la noche. Me vi abandonada por mi mejor amiga, a quien no podía impedir disfrutar de la velada. Iba a quedarme sola y encerrada en el meadero.

Cuando el llanto ya desbordaba al delineador, una voz distinta a Julieta resonó en mis oídos. Me paré de nuevo en el inodoro, miré por sobre la puerta y mi amiga estaba discutiendo con la encargada del baño. Juli, a quien minutos antes podía verse sosteniendo su cartera, mi cartera, una lata de cerveza en cada mano al grito de "pateá, Meeeel, pateaá", reforzaba mis dichos: “Que no abre, que no abre, que la patea y no abre”. La señora dijo “decile que trabe la puerta, que haga como que cierra”. Me indigné, yo queriendo salir y esta psicópata me dice que trabe la puerta. ¿Más la voy a trabar? ¿No querés que traiga una barricada de enanos en cemento para taparla más? “Mel, hacé como que trabás”; dijo Julieta. Resignada, hice como que trababa y… hola mundo, soy libre.

jueves, diciembre 02, 2010

Compañeros de lado

El 152 se ha convertido en mi colectivo favorito desde que vivo en Olivos. Por semana lo consumo entre 4 y 6 veces. Es maravilloso que un autobús pueda circular más de 90 cuadras como un subte terrestre que va de zona norte a pleno centro. Está haciendo mucho calor hasta para viajar. Entiendo que es diciembre, que ya es verano prácticamente, pero no es justo tener que padecer a esta altura la cosquilla de las gotas de transpiración que se suicidan desde la axila manchando el borde de la musculosa. Todavía merezco poder caminar sin pasparme las carnitas de la entrepierna. Más aún, todavía no es tiempo de tener que respirar profundo y aguantar el aire porque el señor entrado en carnes que tengo sentado al lado en el 152 se para del asiento largo del fondo donde estamos y su cola, mojada por la transpiración que causa el maldito motor que tenemos funcionando abajo del orto, arroja esa baranda a encierro, a carne pasada, que solo me recuerda ese olvidado objetivo a medio plazo que alguna vez tuve de comprarme un auto.


Ya para el momento en que el rechoncho se sentó a mi lado con su camisa de mangas largas me imaginé que no sería un bonito viaje. El vaivén del transporte me hacía frotar el hombro contra el suyo, todo mojado. Cada dos o tres minutos se pasaba el dedo índice por la frente cual limpia parabrisas chival y lo secaba en la panza, empapando especialmente esa zona de la camisa. Abrí la ventana lo más que pude para desviar mi atención, pero cuando se levantó, una ráfaga de día agitado inevitablemente paralizó mi lado derecho.


Fue entonces con ese asiento libre que la rubia deportista se acercó y se convirtió en mi nueva acompañante de al lado. Mientras se acercaba por el pasillo del colectivo ya era claro que iba a oler mejor que mi anterior amigo. Blonda tipo alemana, pelo lacio y atado firmemente por una gomita negra. Vestida para ir al gimnasio, calzas y musculosa negras, zapatillas blancas y una mini riñonerita en la mano. Los ojos celestes que contrastaban con el vestuario hacían más asombroso lo perfecto del contorno. Eran de muñeca prosti, como esas nuevas que no son Barby y tienen nombre exótico. Parecía haber salido de una mini mansión de Polly Pocket Bitch Sportiva. Con la blonda no había necesidad de rozarnos los hombros, cada una cabía en su espacio, así que me relajé a disfrutar de lo que quedara del viaje con la brisa en la cara, la ventana abiertísima y la noche empezando a aterrizar.


De pronto, en el reflejo de mi vidrio la veo, era indisimulable, estaba mirando fijamente mi bolso. Siempre evitando girar la cabeza hacia ella, intenté recordar si del bolsillo que estaba bajo sus ojos yo tenía dinero o algo que le despertara semejante interés. Comencé a incomodarme, era mucho. Por más detallista que fuera, uno no pasa tanto tiempo viendo un punto estático en el bolso de otra persona… Me armé de coraje y volteé la cabeza para justo ver a su mano alemana de uñas perfectas dirigiéndose al bolsillo cerrado, al cierre que colgaba de mi bolso… y se aferró a un pelo que estaba enganchado. Un pelo largo y ondeado, marrón, un hijo de mi cuero cabelludo. Y tiró y tiró del pobre y arrancó una partecita ante mi atenta mirada. Quedaba otro pedazo y no lograba sostenerlo con la firmeza necesaria para dar el tirón final... y notó que la estaba viendo. Le dije que era mío y lo agarré. Lo saqué de cuajo y lo tiré por la ventana. Volví a mirarla. “Me estaba volviendo loca verlo colgado ahí”, confesó. Nos reímos por unos segundos. Le respondí que a mí me pasaba lo mismo con los hilos que cuelgan de la ropa de la gente, pero no arrebataba a nadie para arrancarlos y saciarme. Mal por mí. Seguimos viaje, ella bajó antes que yo. No tuve más compañeros de costado esa noche.

sábado, octubre 30, 2010

La “Pre-Menstrualidad”: Un problema de todas


Por PRE-MENSTRUALIDAD entendemos a la semana anterior al inicio del ciclo menstrual. Puede extenderse a los 10 días previos a la caída de la primera gota sangrante, pero si usted, joven dama, toma pastillas anticonceptivas, le aseguro que exactamente 7 días antes de su ciclo comenzará a personificar las atrocidades mentales siguientes.

¿Cuáles son los síntomas?

Primero comenzará a notar cierta paranoia. Todo lo que antes le producía nulo efecto, será ahora el cimiento de una duda. Por ejemplo, si usted antes no recibía un mensaje de su pareja estable antes de dormir, usted dormía igual. Si, por el contrario, usted no recibe un mensaje de su pareja estable antes de ir a dormir durante el período premenstrual, su mente elucubrará que el muy sorete la está cagando con todas sus ex parejas. Usted dudará del amor, de las frases cariñosas. Paranoiqueará que todo el afecto que se le dé durante esa semana será porque “algo habrán hecho”. Llorará a escondidas por la muerte de la arañita de la pared a la que vio crecer las últimas dos semanas. Su sensibilidad estará permeable a pelotudeces de amplio espectro.

Durante la pre-menstrualidad usted se sentirá insegura. La ropa que siempre usó le quedará mal (en su mente). Dudará de su relación de pareja, de su reciente convivencia y hasta de la factura de teléfono, maquinando con que este mes seguro vino más cara porque el hijo de puta de su marido claramente llamó a su amante checoslovaca más de una vez por noche.

Se verá gorda y será un imán de películas románticas. Llorará hasta con la caída de las ojas en otoño, pobrecitas, no merecen morir por culpa de una estación. Se emocionará con la muerte de personalidades famosas internacionales caninas y quebrará en llantos intensos ante agravios hechos en sentido chistoso. Perderá la racionalidad para diferenciar las agresiones reales de los comentarios humorísticos.

El hambre será el medio por el cual usted intentará aplacar la ansiedad generada por todo este malestar. Experimentará el conocido “atracón culposo”: Si la balanza muestra un kilaje insatisfactorio, usted comerá papas fritas de la bronca. Si no la llaman en el horario prometido, usted atacará el estante de los mini Nougatón y, cuando los mismos se acaben, se freirá un filet de merluza, quedando aún con un hambre voraz e intenso. Durante esta semana su nutricionista será la persona más mal parida del universo.

Con el pasar de los días, los síntomas se intensificarán, dejándola a usted en un grado de persecución tan solo comparable al alcanzado cuando queda sola en su cuarto luego de ver una peli de terror.

¿Qué hacer ante estos síntomas?


Usted creerá que su castillo de naipes se desmorona a cada minuto, sin embargo hay una solución: Así como Dorothy en las tierras del Mago de Oz golpeaba sus zapatitos y aparecía en su hogar, feliz y fuera de todo peligro, usted tiene el poder de recordar que es esta semana, tan solo esta semana, en la que será tan desdichada. A cada momento de paranoia frénelo con la memoria. Dígase a sí misma: “Ya va a pasar, estoy siendo muy imbécil”.

Descrea de sus instintos estos 7 días. La solución está al alcance de sus manos. Y, como consejo final: tenga a mano el teléfono de una amiga. Su hombre no merece ser el catalizador de esta semana funesta, recuerde que una vez por mes hace un total de 12 (D O C E) semanas anuales en la que usted pude pasar de ser el amor de su vida a una infumable. Si necesita culpar a alguien, culpe a Dios. Él, después de todo, nos hizo ovárico-dependientes.

viernes, agosto 27, 2010

Solas de Shopping


La soltería es una constante salida de shopping con saldo libre en la VISA. Durante nuestra etapa de noviazgo, circulábamos por el paseo de compras a fin de mes, sin un centavo, mirando todo lo que nunca podríamos comprar. Una vez que las parejas estables caducan, ya no nos contentamos con ver la vidriera, sino que entramos a los locales, preguntamos precio y, en los casos de mayor satisfacción, nos probamos y compramos repetidas veces.
Jueves, día de trampa por excelencia,  un cumpleaños y la necesidad imperante de beber unas copas me orientaron a un after office en el hipódromo de San Isidro. Me clavé las botas, el escote, me depilé por las dudas y fui junto a mis dos amigas solteras a disfrutar de la velada, sin mayores expectativas. Sala llena, pizzetas a 25 pesos y picadas a 45 fueron los elementos sorpresivos de la noche. Antes de siquiera tomar la primera cerveza ya había gastado 60 mangos.
Predecible escenario: Los hombres sosteniendo su bebida con la mano derecha, de manera tal que el anillo de casamiento quedara lo más adentro del bolsillo posible. Las mujeres, de todas las edades y estratos sociales, en plena exposición cual vacas en cintas transportadoras esperando ser ordeñadas.
Junto a mis 2 damas de compañía comenzamos a circular de la barra al patio, del patio al baño, del baño al otro extremo del lugar. Una y otra… y otra vez. Fue entonces cuando Desconocido Número 1 (DN1) se acercó a mi oreja izquierda, me comentó que tenía casi 40 años, que estaba solo y agotando sus últimos cartuchos para encontrar una chica, por esa razón se animaba a hablarme. Interesante técnica de seducción la de DN1. Al hacerle notar que estaba haciéndome sentir su último recurso, huyó despavorido ante la falta de respuestas ocurrentes, excusando que era yo muy joven para él.
Gran parte de la noche la transité escapando de un señor canoso con hombreras, trajeado, a quien llamaremos Desconocido Número 2 (DN2), quien le atribuía al poder del universo y el destino el hecho de que nos cruzáramos en distintos lugares en repetidas ocasiones. Intentaba, por medio de este sistema, obviar el dato puntual de que estábamos compartiendo la misma locación y el mismo camino para ir al baño y tomar aire. Gediento como pocos, intentó arrebatarme un beso y no logró más que babearme un cachete y tocar frenéticamente mi panza.
Ya para las once de la noche, dos horas luego de haber dado el presente en el boliche de piratas, los que no habían conseguido pareja eventual era porque esperaban un horario razonable para ir a pernoctar. Una de mis dos compañeras solteras ya me había abandonado y la otra se había encontrado a su Polvo Fijo (PF) tomando un ron con cola (de las bebidas más desagradables que este milenio ha combinado) junto a un grupo de sus amigotes. Mi amiga soltera a quien llamaremos “La Sola”, no quería estar demasiado encima de su PF para que este no sintiera una intimidación, una intromisión a su salida de machos treintañeros. La Sola esquivaba machos encaradores a diestra y siniestra ya que, pese a lo no estable de su polvo presente, los códigos de respeto mutuo aplicaban al caso. No daba estar enroscándose con un caballero en presencia de este otro. Fue entonces cuando la escena de la catástrofe tuvo su hora de inicio…
Iba La Sola por el medio del boliche cuando, en medio de la multitud, Polvo Fijo, con sus dos metros de altura, pelo rizado y granos volcanosos se apareció ante sus ojos chapándose a una petiza petardo. La Sola, al grito de “los códigos, oh Dios mío, los códigos”, luego de mirar fijamente al traidor por unos segundos, se sentó a lamentarse en una escalera con vista a la pista de los caballitos. Oportuno momento eligió Desconocido Número 3 (DN3) para entrometerse en la escena. Este sujeto había intentado un acercamiento con La Sola minutos atrás, pero ella, reticente, escudada en el respeto a su Polvo Fijo, le había arrojado poco menos que Zelton extra fuerte en las pelotas. Al ver a DN3, La Sola exclamó: “Siempre tuviste razón, los códigos me los meto en el orto”.
La noche llegaba a su fin cuando La Sola, acompañada por Desconocido Número 3 me encontraron en la puerta del boliche de piratas. Ya era la madrugada del viernes cuando el caballero, canoso, millonario, recién separado y estafado por un familiar directo, nos subió a su camioneta blanca y, cual príncipe de fábula encantada, nos alcanzó a mi hogar burlando todos los controles de alcoholemia del paqueto barrio de Olivos. Alcanzado el destino y sentadas en mi living luego de haber eliminado a Polvo Fijo de MSN, Facebook y cualquier plataforma social existente en el planeta, La Sola y yo finalmente lo aceptamos: Ya no buscamos que los caballeros sumen. Simplemente… que no resten.   

martes, julio 27, 2010

Fran, no era necesario...

Yo confié en que vos tenías claro el tema de las condiciones de permanencia en este condominio. Claramente, cagarme la bañadera no era una de las cláusulas. Justo sobre la rejillita. Encima de la pequeña rejita plástica blanca, tu soretito marrón claro y oscuro, medio veteado, hecho un espiral perfecto.


Ai, felinito. Hay momentos en que te tomaría del lomito ese que se despega de atrás de tu cuello y te estamparía contra la pared. Te haría explotar. Como cuando me mordés los pies, las manos, los dedos cuando tipeo, te frenetiza ver mis dedos tipear... llegás a un momento adrenalínico tal, que a veces te dejo morderme porque recuerdo que te voy a castrar y tenés que empezar a ser plenamente feliz alcanzando pequeñas cosas.

Es de mi empeine desde donde mayormente logro arrojarte hacia algún sólido que te haga reflexionar. No es normal saborear la sangre del amo que queda en tus uñitas. No entiendo por qué querrías lastimarme a mi, que te doy de comer, que cambio bastante frecuentemente tus piedritas… Autoreflexiono: Podría yo hacerlo mejor con las piedritas. Es que el Glade rojo quita malos olores y como que no hay necesidad de renovarte el baño tan seguido. Sí, ya sé que lo de la bañadera fue una venganza, una manera de expresar tu disconformidad con mi sistema de limpieza actual. Pero, ¿sabés qué? Fumala. No, mejor dicho: Fumamelá.

En este momento me sangra un dedo porque intentaste arrebatarme la mitad de una milanesa de pollo y forcejeamos. Me quedaban dos batatas, necesitaba esa mitad de milanesa. Y me zarpaste una uña en el pellejo del dedo gordo de mi mano izquierda. Volaste contra el sillón. Después te dejé chupar la mayonesa y comer un pedacito de batata, aunque sé que hubieras querido un poco de ese pedazo de pollo empanado.

Pero no era necesario, Fran, para nada necesario, que cagaras la rejillita de la bañadera. Y de la forma en que la cagaste, ocultándola con pelo, pedacitos de servilletas de papel, boletos de colectivo... Igual te quiero, sí. Pero hoy no dormís con mantita.

jueves, julio 01, 2010

Bienvenidas, cortinas

Pasé 4 meses pensando que alguien podía estar masturbándose mientras yo me paseaba por mi living en pijama o haciéndome una tortilla de verdura. No tener cortinas en el ventanal que oficia de pared de mi living era un tema absolutamente evitable, ya que las mismas, color verde, regaladas por mi propia madre, descansaban dentro de un ropero, esperando que me animara a usar una aguejereadora prestada y las instalara.


Llegó el día. Abrí la caja de herramientas facilitada por un caballero amable, saqué la agujereadora, tomé la mecha más pequeña y fui a la ferretería. “Dame 3 tornillos que entren cuando yo haga este agujerito”, dije. El señor se rió. Al explicarle que debía agujerear la pared, colgar dos barrales y sus cortinas, me dijo: “Esa mecha es muy pequeña, llevate una de 6”. Lo primero que pensé fue cómo identificar a “la de 6” dentro de la caja de cuarenta y dos mil mechitas. Me dijo también que llevara 3 “tarugos”. Me salió una carcajada, nunca había visto un tarugo y tenía nombre chistoso. Nadie pareció entender mi gracia. Me dijo que todo eso salía 35 centavos. Yo había llevado 50 pesos para pagar. Entonces le pedí un destornillador, ya acumulo 3 en casa por motivos similares…

Volví al departamento con mi bolsita y, por alguna razón, comencé a atornillar los tornillos en los tarugos, hasta que un rapto de lucidez me arrebató una neurona activa y me dije: “¿Para qué, Mel?”. Los desatornillé y decidí hacer algo más útil, como poner la mecha en la agujereadora. Tardé unos 12 minutos en darme cuenta que debía ponerla dentro del piquito y luego hacer girar una rosquita para que quede ajustada. Lo hice y la enchufé. La levanté con las dos manos y me subí a la silla para hacer el primer agujero. Me sentía como una versión pobre de una Barbie guerrillera. Apreté el gatillo de esa máquina del infierno, apoyé la mecha en la pared, el humo comenzó a salir, el ruido era cada vez más intenso y no pude evitar gritar. Taquicardia. Nervios. Tengo que poder.

Volví a tomar la agujereadora. Me caía sudor por el cuello, por la espalda, sentía el bóxer pijama empapado. Nuevamente apoyé la máquina en la pared y decidí usar mi grito para aplacar el sonido perforador. Grité y grité, hasta el punto del vómito… y perforé por primera vez. De pronto me sentí capaz de matar un Bambi sin un ápice de culpa. Como una Laura Novoa con flequillo, pateé la silla y volví a perforar. Me faltaba el “Nene Carrizo” para terminar mejor la noche, nada más. Mi cara estaba cubierta de polvo de pared y mi ropa tenía trocitos de cemento, pero no me importaba. Al hacer el tercer agujero, todo mi interior se encontró revitalizado.

Tomé entonces los barrales, les puse las arandelas, les colgué las cortinas verdes y los ubiqué sobre el ventanal. Apreté la agujereadora varias veces más, ya sin gritar, confieso. Sentir que una puede penetrar una pared con tan solo la fuerza del dedo índice no tiene comparación.

Lo lamento por mi verdulero, por mis vecinos, por todos los que disfrutaron de mi 90 de busto con espalda chiquita mientras me secaba el cuerpo en el medio del living. Lo lamento en el alma. Prometo no presentar objeción si alguno me toca el timbre para recordar viejos tiempos. Mejor un polvo vivo que una masturbación anónima. Bienvenidas cortinas verdes. Siéntanse cómodas en su casa.

lunes, mayo 03, 2010

Balanza

(Nota publicada en MAVIROCK REVISTA)
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Es miércoles, todavía no me funciona la tele, el calefón me tiene inscripta en un eterno juego de ingenio y me estoy preparando unas empanadas de atún. Es como si de pronto todos los conocimientos culinarios que ignoré por pereza estos últimos años me golpearan la nuca obligándome a tomar provecho de ellos.

Corto medio morrón y media cebolla. Me rebano un poco un dedo y me arde. Lo lavo, le envuelvo en papel de cocina y sigo. Escucho la programación romántica retro de una conocida radio de largo alcance. De paso, estreno descorchador en las fauces de un shiraz-cabernet, le pongo un hielo y me siento realizada.

Me mudé finalmente. Miro los muebles perfectamente dispuestos a mi antojo, los sillones a los que falta tapizar y rellenar (sí, anoto), miro todas las cosas que compré en Carrefour el lunes mientras diluviaba. Me sonrío y sigo apoyando una a una las empanaditas sobre la asadera plateada. También de estreno, claro. Cortesía de mi tarjeta de crédito recién violada furiosamente (Saldo actual: $23).

Fue el primer departamento que vi el que terminé alquilando. El tipo de la inmobiliaria abrió la puerta y automáticamente mi cerebro ubicó como fichas de ruleta, una a una mis pertenencias a lo largo y ancho de los 36 metros cuadrados. Cuatro garantes movilizados de zona sur a zona norte, un ahorro repentino y varios cabos sueltos pegaditos con cera en un instante. Por primera vez en casi 5 lustros, nada puedo reprocharle a la suerte.

Pasa media hora de las nueve de la noche, el viento mueve al árbol que es dueño indiscutido de mi vereda de en frente y varios oficiales de la comisaría del barrio desfilan en automóviles de civil. Justo entonces, cuando el espacio se chupa el ruido ambiente del mundo, un estruendo hace mover la pared de mi cocina. Mi muro hecho de vidrio oficia de oreja y unos gritos trepan por las seis ranuritas de la ventilación. Voz de varón ruge desde lo profundo de un estómago: “Desaparecé., ¿querés?”. Los gritos se acompañan de un berrinche lloroso, de un golpe y otro estruendo. Y de nuevo, tiembla la pared de mi cocina.

Un petizo de unos 13 corretea de lado a lado de su departamento. Lo corre el varón con ojos desencajados, cinto en mano y a los gritos. Se me muere la garganta. Se me cierra la panza. Me callo. “No hacés nada durante todo el puto año, ahora si no te gusta estudiar ¡jodete!”. Planteo acertado. Lo dudoso es el método. Hay olor a susto. Tengo el Campo VIP de la pesadilla del petizo, que se limpia la cara y corre zigzagueando como liebre, como codorniz. Me ahogo en la sangre que le cae de la nariz.

Llora el pibe y corre y rebota de lado a lado. Una viejita se para frente a la casa y me mira. Caigo en cuenta de que la luz de mi living está encendida, yo no tengo cortinas, es de noche y estoy parada frente a mi ventana balcón. Se toma la boca la vieja. Hace como que mira la escena y se cubre la cara. Vuelve a mirarme. Yo no puedo moverme ni para asentir que yo también, sí, señora, yo también lo estoy viendo y no estoy haciendo nada.

Sale el petizo en cuero a la calle, a mi vereda, ahora lo sigue una madre. Otra más que llora en esta noche que de tan linda deja ver las luces del hipódromo a lo lejos, detrás de algunas antenas. El morochito abre un auto, estacionado en diagonal a su casa y se sienta adelante, solo para pasarse atrás y acostarse. La madre le grita, le pide que se baje, que vuelva, que ya está. Le dice que papá guardó el cinto, que ya pasó. Pero el pibe está en una cápsula de 4 trabas, se cruza de brazos y cierra los ojos. Esta noche, al menos esta noche, va a poder dormir.

lunes, marzo 15, 2010

Infumable

8:25 de la mañana - Lunes 15 de marzo, 2010 - Colectivo 314
Reciente madre con incontinencia verbal


“Gasto por mes 800 pesos en leche. Ochocientos. No tengo 800 pesos para gastar en leche. Y van recién seis meses. Seis. Yo no me imagino lo que voy a gastar en un año. Aparte no tengo leche, sino le doy la teta. Yo era tan feliz cuando estaba embarazada, era la embarazada más feliz de todas. Ahora se me cae el pelo. Mirá, pelo por todos lados, es insoportable, se me pega en la ropa, en la cama, pierdo el pelo por cualquier cosa. Eso pasa cuando tenés un hijo. Y no pasaron ni seis meses, viste que te dije seis, bueno, no, ni seis meses pasaron. Y todavía estoy pagando el bautismo. Tres mil pesos. En doce cuotas, claro. Lo voy a matar a Martín porque él me dijo “sí, tenemos la plata, gorda, quedate tranquila”, pero no teníamos toda la plata junta, teníamos menos de la mitad, un re poquitito y viste cómo soy yo. Me emociono en seguida. Y cuando fuimos a ver la decoración de la fiesta de bautismo yo quería hasta ponerle funda a las sillas, me re emociono, es increíble. Fue una fiesta hermosa igual. Mil quinientos pesos en comida y quinientos en gaseosa. Odio la gaseosa, pero había que tener gaseosa. Y ahora viene la fiesta del primer año. Yo no le iba a hacer el festejo, pero todas sus amiguitas están haciéndola y no quiero que sea la única que se quede sin el recuerdo. Igual no es cara. El salón, alquilarlo me sale 300 pesos nada más. En cuotas también o puedo empezar a pagarlo desde ahora. Igual, obvio que mi hermano me hace las invitaciones virtuales, así ahorro en invitaciones y las puedo mandar 6 meses antes para que nadie pueda poner ninguna excusa. Es el 18 de septiembre, agendátelo ya vos también eh… es la mejor época, no es primavera ni invierno, te ponés un saquito y estás bárbara. Ai, ¿vés como se me cae el pelo? Uh, acá nos bajamos. Obvio que tengo que aprovechar a mi hermano que es diseñador, le voy a decir que haga también los carteles y las servilletas del cumple con la cara de la gordita…”

Por esta gente es que me asusta tanto ser madre.

martes, enero 26, 2010

Talón Mojado

La soltería me arrojó de cabeza en la casa de una tía abuela de 78 años, de nombre “Tía Carmen”. Mi cuarto es un espacio al fondo de su casa sobre la calle Pasco, con una puerta, una radio, una tele de 39 canales, un ropero y una mesa con una máquina de coser.
Durante mi ausencia, el lugar de 4 x 3 se transforma en el cuarto de costura de la tía Carmen. Una ventana ubicada sobre la puerta permite el acceso ininterrumpido de arañas, polillas y mosquitos, los cuales acechan desde lo alto, esperando el momento preciso en que me entrego a los placeres de la cama de una plaza, para picotear mi cuello, talones y partes íntimas.

La tía Carmen me plancha, me cocina y me prepara el desayuno. Si mi horario de llegada supera las 2 de la mañana me pregunta si cogí. Si comparto la comida, me pregunta si cojo con quien la comparto.

Dos noches atrás tuve ganas de hacer pis a eso de las 3 de la madrugada. El baño está fuera de mi pieza, cruzando el pasillo y el cuarto de la tía. Para acceder al preciado inodoro debo atravesar el pasillo, una puerta metálica pesada, despertarla, despertar a Colita, la pequinesa que duerme a los pies de su cama, esperar que prenda el velador, shushee a la perra y sentarme a largar el cloro con la culpa de haber perturbado su plácido sueño.

Al principio evité cualquier tipo de bebida después de las 21:30, horario en el cual la tía se acuesta a mirar Tinelli. Esto no funcionó. Me encontré despertando a las 2 de la mañana día tras día, aguantando el pis hasta largar una partecita en la bombacha. Me dolió la vejiga durante días enteros. Pero una noche la situación se me fue de las manos.

Había tomado medio litro de Coca Cola, de postre sandía y me había llevado un vaso con agua a mi cuarto, por las dudas. Como la cena había constado de pizza y anchoas, la sed estaba fija en mi boca como el sarro de mis dientes inferiores. Hice mi regular pis de las 21.20, miré tele hasta las 23.50 y me dispuse a dormir. Pasaron menos de 3 horas cuando me levanté desesperada por evacuar la “porta meo”. Tenía la panza hinchada, las piernas estiradas y aún así, el pis no dejaba de pujar contra mi chula. Decidí que no podría dejar de despertar a mi tía esa noche. Decidí atravesar el pasillo, una puerta metálica pesada, despertarla, despertar a la perra que duerme a los pies de su cama, esperar que prenda el velador y shushee a la perra. Pero un inesperado obstáculo se sucedió en el proceso: la puerta metálica, la siempre abierta puerta metálica, estaba esa noche cerrada.

Me senté en la cama con las rodillas entrelazadas y pensé todos los objetos dentro de los cuales podría mear: El balde tenía dentro ropa y jabón, por lo que quedaba descartado. Cacerolas y bowls me generaban asco: sentí que cada vez que mi tía Carmen cocinara dentro de alguno de ellos, una arcada se suscitaría por mi tráquea hasta mutar en vomitito. Miré con cariño a mi botellita personal de agua, pero la sola idea de mancharme las manos en el intento de emboque del chorrito me dio frío y, nuevamente, objeto descartado. Fue entonces cuando mis ojos se cruzaron con la alcantarilla del patiecito interno…

Apagué todas las luces de la casa y tomé el celular para alumbrar mi camino. Con la vista fija en la puerta metálica, apoyé la espalda contra la pared, quedando en posición de sentada, pero sin silla, como en el aire. El primer chorro de pis salió de mi vejiga como impulsado por una catarata de chinos escapa tifón, mojando enteros mis talones. Intenté por todos los medios contener mis paredes vaginales, intentando hacer menos potente al eterno disparo de meo, pero ya era demasiado tarde. Al caer mi pis en la alcantarilla y hacer contacto con la mugre que allí moraba desde 1952, un olor nauseabundo empezó a teñir el aire. Fue en ese instante y gracias a la pantalla de mi celular, cuando vi las cucarachas saliendo de mi eventual pelela. Trepaban por las rejas de la alcantarilla, todas empapadas por mi meo y corrían despavoridas con rumbo incierto. Una de ellas chocó contra mi talón, lo que ocasionó que saltara, cagada del miedo, y mojara con pis naranja las botamangas de mi pijama gris. Ahora mis talones no eran los únicos con evidencias de la difícil noche.

Segundos más tarde, todo el líquido había desalojado mi vejiga y siendo las 3.07 de la madrugada, me dispuse a dormir en paz. A la mañana, mientras desayunaba café con leche instantáneo con Criollitas y mermelada, mi tía Carmen, mientras prendía un espiral para los setenta y cuatro mil doscientos dos mosquitos que nos acechaban, exclamó: “¡Qué olor! Esta perra de mierda seguro meó en el patio”. Mal o bien, yo también culpé a Colita.

COLUMNA PUBLICADA EN LA EDICIÓN DE ESTE MES DE "MAVIROCK REVISTA"

domingo, enero 17, 2010

Renacer

Mi padre está maldito. Hace poco le robaron su maltrecho Fiat 1 manchado de aerosol y atormentado por el granizo. Cuando el seguro iba a disponer del dinero para compensarlo, encontraron casi entero al auto del infierno, dando origen al único caso en el mundo en el que un Fiat Uno no es desmantelado, desintegrado y reducido en menos de 45 minutos. A los pocos días le robaron el estéreo.


La oportunidad lo arrojó de frente a un corsa blanco vendido por uno de mis primos, nuevo, divino. Con estéreo. Llegamos a la conclusión mística de que al Fiat 1 le había ido tan mal por no haberlo llevado a bendecir a Luján, como a todos los autos familiares previos a ese. Con una semana de anticipación comencé a torturar la mente de mi padre con mensajes de estilo “el domingo vamos a Luján, no rompas mi ilusión”. El sábado me quedé a dormir en tierras quilmeñas, solo para despertarme el domingo a las 11 y partir rumbo a esta gran sede de catolicidad extrema.

Partimos 11 y cuarto. El calor me derretía las suelas de las ojotas, me despegaba el protector diario de la bombacha… aún cuando el aire acondicionado estaba creando estalactitas en las gotas de sudor que le chorreaban a mi padre por la pelada. Decidimos que la FM Hit con todo su pop reggeatonero feliz y amigable para viaje sería una emisora lo suficientemente impactante para emprender la hora de camino. Hicimos varios kilómetros cantando partes de temas mal recordados, hablando banalidades y festejando que por primera vez en años podíamos viajar con aire acondicionado. No podíamos evitar quejarnos por la cantidad de autos que habían decidido tomar esa misma ruta un domingo a la mañana. Ni en las peores predicciones hubiéramos imaginado al camino tan atestado. La visión era la de un rompecabezas de mil piezas desparramadas sin orden sobre el asfalto.

Entonces, sin un segundo de mentalización, el vehículo que venía frente a nosotros se detuvo como pija post inyección de viagra. David Bisbal estaba en la radio cantando ese tema idiota en el que le cuenta a su pareja actual que no para de pensar en su ex. Mi viejo volanteó hacia la derecha y el auto comenzó a girar descontrolado. Durante la primera vuelta recuerdo haber preguntado, desde una inagotable paz mental: “¿Qué está pasando, pa?”. Papá sostenía el volante y los dos nos sosteníamos del asiento. Las decenas de autos que nos secundaban nos esquivaban casi en un acto ensayado con Tom Cruise y todo el elenco de Misión putamente Imposible. El segundo trompo me dejó ver de frente a los acompañantes de los demás autos, llevando sus manos a la boca, sorprendidos de que no estuviéramos de cabeza en la ruta, destripados como codornices en las fauces de un bretón.

Luego de los giros, nos pegamos de espalda contra el guardarraíl y cabeceamos hacia adelante. Nos miramos, estábamos blancos, en silencio. Salimos a ver los daños que el auto se había hecho: eran nulos. Solo un raspón. El tema de David Bisbal había terminado. Le dije a mi padre que si moríamos llevando el auto a bendecir, iba a ir al Cielo a comenzarle un juicio político a Dios por practicarnos terrible paradoja. Pasamos unos minutos sentados al lado de la ruta viendo pasar a la gente. “Analicemos lo que acaba de pasar”, le sugerí a mi viejo, muriendo de risa: “No era el día para morir”.

Veinte minutos después, la Basílica de Luján nos recibió. Mi escepticismo se diluyó como tomates hervidos en colador y en seguida acepté el rosario pulsera que mi papá me regalaba. Compramos santos para toda la familia, colgamos un llavero del Sagrado Corazón en la llave del auto y un pequeño rosarito del espejo. Cuando llegamos a casa abrimos una cerveza, volvimos a mirarnos y sonreímos. Hoy, 17 de enero del año del mundial, mi padre y yo volvimos a nacer.