viernes, agosto 27, 2010

Solas de Shopping


La soltería es una constante salida de shopping con saldo libre en la VISA. Durante nuestra etapa de noviazgo, circulábamos por el paseo de compras a fin de mes, sin un centavo, mirando todo lo que nunca podríamos comprar. Una vez que las parejas estables caducan, ya no nos contentamos con ver la vidriera, sino que entramos a los locales, preguntamos precio y, en los casos de mayor satisfacción, nos probamos y compramos repetidas veces.
Jueves, día de trampa por excelencia,  un cumpleaños y la necesidad imperante de beber unas copas me orientaron a un after office en el hipódromo de San Isidro. Me clavé las botas, el escote, me depilé por las dudas y fui junto a mis dos amigas solteras a disfrutar de la velada, sin mayores expectativas. Sala llena, pizzetas a 25 pesos y picadas a 45 fueron los elementos sorpresivos de la noche. Antes de siquiera tomar la primera cerveza ya había gastado 60 mangos.
Predecible escenario: Los hombres sosteniendo su bebida con la mano derecha, de manera tal que el anillo de casamiento quedara lo más adentro del bolsillo posible. Las mujeres, de todas las edades y estratos sociales, en plena exposición cual vacas en cintas transportadoras esperando ser ordeñadas.
Junto a mis 2 damas de compañía comenzamos a circular de la barra al patio, del patio al baño, del baño al otro extremo del lugar. Una y otra… y otra vez. Fue entonces cuando Desconocido Número 1 (DN1) se acercó a mi oreja izquierda, me comentó que tenía casi 40 años, que estaba solo y agotando sus últimos cartuchos para encontrar una chica, por esa razón se animaba a hablarme. Interesante técnica de seducción la de DN1. Al hacerle notar que estaba haciéndome sentir su último recurso, huyó despavorido ante la falta de respuestas ocurrentes, excusando que era yo muy joven para él.
Gran parte de la noche la transité escapando de un señor canoso con hombreras, trajeado, a quien llamaremos Desconocido Número 2 (DN2), quien le atribuía al poder del universo y el destino el hecho de que nos cruzáramos en distintos lugares en repetidas ocasiones. Intentaba, por medio de este sistema, obviar el dato puntual de que estábamos compartiendo la misma locación y el mismo camino para ir al baño y tomar aire. Gediento como pocos, intentó arrebatarme un beso y no logró más que babearme un cachete y tocar frenéticamente mi panza.
Ya para las once de la noche, dos horas luego de haber dado el presente en el boliche de piratas, los que no habían conseguido pareja eventual era porque esperaban un horario razonable para ir a pernoctar. Una de mis dos compañeras solteras ya me había abandonado y la otra se había encontrado a su Polvo Fijo (PF) tomando un ron con cola (de las bebidas más desagradables que este milenio ha combinado) junto a un grupo de sus amigotes. Mi amiga soltera a quien llamaremos “La Sola”, no quería estar demasiado encima de su PF para que este no sintiera una intimidación, una intromisión a su salida de machos treintañeros. La Sola esquivaba machos encaradores a diestra y siniestra ya que, pese a lo no estable de su polvo presente, los códigos de respeto mutuo aplicaban al caso. No daba estar enroscándose con un caballero en presencia de este otro. Fue entonces cuando la escena de la catástrofe tuvo su hora de inicio…
Iba La Sola por el medio del boliche cuando, en medio de la multitud, Polvo Fijo, con sus dos metros de altura, pelo rizado y granos volcanosos se apareció ante sus ojos chapándose a una petiza petardo. La Sola, al grito de “los códigos, oh Dios mío, los códigos”, luego de mirar fijamente al traidor por unos segundos, se sentó a lamentarse en una escalera con vista a la pista de los caballitos. Oportuno momento eligió Desconocido Número 3 (DN3) para entrometerse en la escena. Este sujeto había intentado un acercamiento con La Sola minutos atrás, pero ella, reticente, escudada en el respeto a su Polvo Fijo, le había arrojado poco menos que Zelton extra fuerte en las pelotas. Al ver a DN3, La Sola exclamó: “Siempre tuviste razón, los códigos me los meto en el orto”.
La noche llegaba a su fin cuando La Sola, acompañada por Desconocido Número 3 me encontraron en la puerta del boliche de piratas. Ya era la madrugada del viernes cuando el caballero, canoso, millonario, recién separado y estafado por un familiar directo, nos subió a su camioneta blanca y, cual príncipe de fábula encantada, nos alcanzó a mi hogar burlando todos los controles de alcoholemia del paqueto barrio de Olivos. Alcanzado el destino y sentadas en mi living luego de haber eliminado a Polvo Fijo de MSN, Facebook y cualquier plataforma social existente en el planeta, La Sola y yo finalmente lo aceptamos: Ya no buscamos que los caballeros sumen. Simplemente… que no resten.