lunes, noviembre 16, 2009

Mi Primer Beso

Nota publicada originalmente en Mavirock Revista de este mes
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Empecé a ir a Mar de Ajó teniendo 12 años. Era una época funesta de mi vida en la que abundaban las bermudas anchas de algodón con la cara de Ciro Pertusi, zapatillas deportivas y medias de distinto color. Si a esto le sumamos una raya al medio, frizz y ondas peinadas a cepillo, bien esponjosas y sin rebajar, entenderemos por qué lo de la calificación nefasta.

A esa edad, envuelta en una bandera de Boca, un día nublado de playa, me levanté a pedirle agua caliente a los guardavidas (recuerdo que uno se llamaba Cacho, otro Roberto) cuando una voz joven me increpó: “Eh, vos, bostera amarga”. Lo miré y me enamoré. Se llamaba Chrisitan Benito. Tenía los ojos más azules que jamás hubiera visto. Convengamos que con mi apariencia andrajosa no obtenía cumplidos más allá de mi tercera generación parental.
A la fuerza, para lograr que al menos me dirigiera la palabra, nos hicimos amigos. Esto me afectó un poquito cuando él me comentaba de sus experiencias sexuales de viernes, sus compañeras de trabajo peteras y demás especimenes de la naturaleza femenina que ya todas conocemos o todos degustaron.
Llegué al punto de desear tanto pasar al menos un día en Mar de Ajó, que pujaba para aventurarnos a la vacación ante cualquier festejo personal o feriado. Para mis 15 años, ya amando a Christian por casi 3, mi madre me ofreció: “Meli, ¿hacemos una fiesta o un viaje a algún lado?”. Yo elegí irme a Mar de Ajó. Tres meses. En Mar de Ajó.
Me convertí en una amadora en silencio, deseando cada verano que Chris se enamorara de mi versión evolucionada, pero no fue hasta la noche del 5 de enero de 2001, mi cumpleaños de 15 soñado (pizza, un dije de “15” con los colores de Boca, regalo de mi hermano que todavía guardo celosamente), cuando se produjo el milagro.
Yo esperaba sentada en la puerta del departamento, jugando a armar un rompecabezas de Bart Simpson y leyendo a Borges, “Historia Universal de la Infamia”. Mi amado volvía de Coto alrededor de las 00:30 y yo le ofrecía mate y algo de comer sin que él jamás lo pidiese. Como debía pasar por mi frente antes de llegar a su hogar, una cuadra adelante, yo era un paso obligado (casi).
Esa noche me senté en la puerta con mis crines mojadas y un vestidito de algodón color sambayón. La luz de afuera no funcionaba, mi madre y su esposo ya dormían, mi hermano también. La temperatura estaba ideal y me habían dado sidra por mi cumple feliz, así que estaba encantada y rosada.
Christian llegó de pronto en su bicicleta, se sentó a mi lado y se tomó un mate. Recordó entonces, por una sobra de torta que yo le había resguardado, que hoy llegaba a los 15 años y era una noche especial, sin contar que ya era Reyes y la magia estaba pegoteada en la humedad de la noche.
Comiendo torta nos manchamos la boca. Limpiando la boca, me dio mi primer beso. Su barba pinchaba en mi pera, mi nariz rebotaba en su pómulo y su lengua raspaba tanto. Entendí que si cerraba los ojos todo se vería mejor y dejaría de asustarme por sus ojos entreabiertos medio zombis que me miraban en blanco tan de cerca. Fue entonces cuando noté que me estaban sangrando las comisuras de la boca. Se ve que Christian no tenía tanta acción como todos pensábamos. El gusto metálico y su lengua tan exitada me empezaron a dar miedito, pero este fue reemplazado por la primera tocada de orto que de pronto me anticipó en una nalga. No contento, me tomó con una mano entera un cachete del culo. Por el susto, me fui hacia adelante raspándome las rodillas, sangrando notablemente y delirando con que mi madre abriría la ventana y asumiría instantáneamente mi desvirgación anal.
Nada de eso pasó. De pronto Christian se calmó y los besos cesaron. Su lengua se resguardó y mi regalo de 15 había sido alcanzado. Nunca más, desde ese día, Chrisian volvió a insinuarse. Yo tampoco volví a usar bermudas anchas de Ciro.