miércoles, septiembre 24, 2008

Paraíso Confitado

Apenas llegué al mundo, mi familia todavía no tenía hogar propio, entonces vivíamos con mis abuelos maternos. Ellos ocupaban el primer piso y nosotros tres (mamá, papá y yo), el segundo. La casa tenía una especie de balcón que bordeaba el segundo piso, parecía un pasillo largo techado, pero que daba a un patio sin pasto.
Yo debía tener 1 año en el momento que me regalaron mi mascota de la infancia. Era un conejo gordo con pintitas negras. No me interesaba demasiado entrar en contacto con el animal, simplemente me dedicaba a observarlo correr a lo largo del pasillo. En esos tiempos yo medía algo así como 45 centímetros de alto, no había demasiada diferencia con el conejo. Me daba miedo, no me resultaba adorable. No entendía por qué razón tenía que quererlo. De hecho no recuerdo su muerte, así que jamás debo haber sentido amor por el pobre orejudo.
Sin embargo un día de verano mi madre me sentó en ese balcón-pasillo a jugar con la naturaleza, y yo pude descubrir algo magnífico que estaba sobre el suelo, en forma de hilera. Eran decenas de confites de chocolate, perfectos, brillantes y tentadores. Nada podía ser más gratificante en mi vida. En el instante en que mi madre se alejó de mi persona comencé la ardua tarea de comerlos uno a uno, todos. Los ponía en la boca y los mascaba rápido para llegar a ingerirlos completamente antes de que llegara cualquier familiar a censurar mi glotonería.
La verdad es que no sentía ese gusto a chocolate intenso que tenían los alfajores, pero seguí comiendo los confites hasta que no hubo ni uno solo en el suelo.
Pasaron varios días en los que repetí el mismo menú: mi madre me llevaba al balcón-pasillo a jugar con mi conejo, ella se alejaba y yo comía el chocolate que sorpresivamente siempre estaba en el piso. Mi mente joven asociaba al dulce gratuito con Papá Noel, los Reyes Magos, mi futuro cumpleaños y hasta con mi abuela, a quien yo creía capaz de desafiar las leyes de mi madre y a quien imaginaba arrojando chocolates para que yo los encontrara en mis cortos momentos de libertad.
Una tarde mi madre y mi abuela se reunieron en mi lugar de postre y tomaron dulcemente al conejo en sus manos. Yo recuerdo mirarlas desde abajo, a escasos metros de donde estaban paradas. El diálogo que tuvieron fue algo similar al siguiente:

- ¿Qué pasa con vos conejo?- preguntó mi progenitora
- Es imposible… - se quejaba mi abuela – no puede ser normal…
- Si este animal sigue sin cagar vamos a tener que llevarlo al veterinario- dictaminó mamá.

La tentación fue más fuerte que las ganas de entender la charla que tenían las dos señoras. En un segundo en que creí que ambas estaban distraídas, tomé un nuevo confite de chocolate y lo llevé a la boca: “Mmmm… qué iiiiicoooo”, exclamé en voz alta, sin medir mi tono festivo.
Mi madre miró a mi abuela. Mi abuela miró al cielo. Los 4 ojos y Dios me observaban con asco y ninguna se acercaba a detenerme ni a alentarme. Entonces tomé otro confite y repetí la acción hasta que una de las dos mujeres me preguntó:

- Melisita, ¿vos estás comiendo la caca del conejo, linda?-

Segundos después entendí por qué los confites no tenían ese gusto a chocolate intenso que tenían los alfajores. Después de esa tarde de verano, del conejo no se supo más nada.

jueves, septiembre 11, 2008

El robo imperfecto

Era muy simple. Tenía que ir al supermercado chino sola, sin supervisión masculina y comprar manteca, leche, batatas, pollo y servilletas de papel. Bajé enroscada en mi pullover negro y preocupada por que no se me volara el flequillo que tanto me cuesta amoldar.
Entré al chino y arranqué por el pollo, algo que ya me predispone mal porque no hay nada más incómodo para una mujer con tetas que tener que pedir “dos pechugas”. Es como una invitación a la sonrisa y la mirada tetal, como un autobombo bizarro en el que solo yo participo. Lo hice y colgué la bolsita con ambos pechos de pollo de mi brazo izquierdo.
Tomé la manteca, la leche, una Pepsi con la promoción loca del festival de música solo porque era parte de esa promo y no puedo evitar tener la esperanza de ganar algo destapando una botella, también agarré dos chocolates y llené una bolsa con 5 batatas. Agarré un frasco de café instantáneo de los más chiquitos, lo puse bajo mi brazo porque ya no tenía manos libres y seguí hacia la caja.
Me cobraron tranquilamente y salí a la calle cargada como un container de escarpines. Me sentía orgullosa de mí completando una tarea y encima llevando cosas que estaban fuera de lo planificado. Me había convertido en una gran improvisadora de súper… hasta que me di cuenta de que me había robado (ROBADO) el pote de café.
Estaba parada en la puerta del supermercado. El chino me miraba desde adentro y yo no sabía realmente por qué, pero mi cerebro solo indicaba una cosa: el oriental está vigilando que no me vaya mientras llama al 911.
En mi conciencia solo resonaba este dilema: “¿Vuelvo a entrar y le digo que me equivoqué, que no fue intencional y que me cobre ahora mismo así dejo de sentirme una pelotuda? o ¿robo el frasco definitivamente, cruzo la calle entre taxis con el riesgo de morir y a partir de mañana cambio de súper? Cambiar de súper me daba paja, entonces mi angelito bueno respondió. Volví a entrar al supermercado con la cara color bordó y el pote de café temblando en la mano. Era una ladrona arrepentida, un fiasco triste, un delito inacabado.

- Me llevé esto abajo del brazo sin querer – le dije al chino que no entiende nada más que dos oraciones: “¿Cuánto pesa” y “¿Cuánto sale?”.
- No impota no impota no impota no impota – repetía frenéticamente mientras pasaba el producto por el confirma-precios
- Te juro que fue sin querer, no me di cuenta – continuaba yo, casi llorando
- Ja ja ja – rió el chino, demostrando claramente que no me había creído

Pagué 4 pesos con 50 centavos por mi café instantáneo que ni siquiera es apto para consumo urgente porque viene sin azúcar. Ahora no solo tengo un café que me da diarrea, sino que el chino cree que soy una ladrona sin cojones. Subí a casa sonriendo y al abrir la puerta noté que había olvidado comprar las servilletas de papel. Por tercera vez en 20 minutos volví al súper al que había casi robado. Esta vez la tarea fue terminada con éxito.

jueves, septiembre 04, 2008

Confianza

Jueves a la mañana chateando con mi madre. Café en la mesa. Chocolinas cada 5 segundos.

Mamá: ¿Así que bien el festejo del nuevo aniversario?
Mel: Sí, re bien por suerte
Mamá: Disfrutá el momento, que sea bieeeen bieeeen ANAL
Mel: jajajajajajaja, dale Ma
Mamá: (insistente) .... ¿te podes sentar bien hoy?
Mel: Anal... Dolor. Odio el dolor.
Mamá: ¿En serio?
Mel: ….. (esquivando con incomodidad)
Mamá: Igualmente, es como cagar para adentro... y te cura las hemorroides.
Mel: ........... (en shock)

4 minutos después

Mel: Ma, necesito tu permiso para publicar esto en el blog. Si te molesta no lo hago.
Mamá: Más me molestó el primero que me lo hizo y el olor a mierdita con semen. Que lo sepa el mundo.
Mel: Estás haciendo demasiado mérito Ma. Demasiado.


Definitivamente, está en los genes.