martes, julio 27, 2010

Fran, no era necesario...

Yo confié en que vos tenías claro el tema de las condiciones de permanencia en este condominio. Claramente, cagarme la bañadera no era una de las cláusulas. Justo sobre la rejillita. Encima de la pequeña rejita plástica blanca, tu soretito marrón claro y oscuro, medio veteado, hecho un espiral perfecto.


Ai, felinito. Hay momentos en que te tomaría del lomito ese que se despega de atrás de tu cuello y te estamparía contra la pared. Te haría explotar. Como cuando me mordés los pies, las manos, los dedos cuando tipeo, te frenetiza ver mis dedos tipear... llegás a un momento adrenalínico tal, que a veces te dejo morderme porque recuerdo que te voy a castrar y tenés que empezar a ser plenamente feliz alcanzando pequeñas cosas.

Es de mi empeine desde donde mayormente logro arrojarte hacia algún sólido que te haga reflexionar. No es normal saborear la sangre del amo que queda en tus uñitas. No entiendo por qué querrías lastimarme a mi, que te doy de comer, que cambio bastante frecuentemente tus piedritas… Autoreflexiono: Podría yo hacerlo mejor con las piedritas. Es que el Glade rojo quita malos olores y como que no hay necesidad de renovarte el baño tan seguido. Sí, ya sé que lo de la bañadera fue una venganza, una manera de expresar tu disconformidad con mi sistema de limpieza actual. Pero, ¿sabés qué? Fumala. No, mejor dicho: Fumamelá.

En este momento me sangra un dedo porque intentaste arrebatarme la mitad de una milanesa de pollo y forcejeamos. Me quedaban dos batatas, necesitaba esa mitad de milanesa. Y me zarpaste una uña en el pellejo del dedo gordo de mi mano izquierda. Volaste contra el sillón. Después te dejé chupar la mayonesa y comer un pedacito de batata, aunque sé que hubieras querido un poco de ese pedazo de pollo empanado.

Pero no era necesario, Fran, para nada necesario, que cagaras la rejillita de la bañadera. Y de la forma en que la cagaste, ocultándola con pelo, pedacitos de servilletas de papel, boletos de colectivo... Igual te quiero, sí. Pero hoy no dormís con mantita.

jueves, julio 01, 2010

Bienvenidas, cortinas

Pasé 4 meses pensando que alguien podía estar masturbándose mientras yo me paseaba por mi living en pijama o haciéndome una tortilla de verdura. No tener cortinas en el ventanal que oficia de pared de mi living era un tema absolutamente evitable, ya que las mismas, color verde, regaladas por mi propia madre, descansaban dentro de un ropero, esperando que me animara a usar una aguejereadora prestada y las instalara.


Llegó el día. Abrí la caja de herramientas facilitada por un caballero amable, saqué la agujereadora, tomé la mecha más pequeña y fui a la ferretería. “Dame 3 tornillos que entren cuando yo haga este agujerito”, dije. El señor se rió. Al explicarle que debía agujerear la pared, colgar dos barrales y sus cortinas, me dijo: “Esa mecha es muy pequeña, llevate una de 6”. Lo primero que pensé fue cómo identificar a “la de 6” dentro de la caja de cuarenta y dos mil mechitas. Me dijo también que llevara 3 “tarugos”. Me salió una carcajada, nunca había visto un tarugo y tenía nombre chistoso. Nadie pareció entender mi gracia. Me dijo que todo eso salía 35 centavos. Yo había llevado 50 pesos para pagar. Entonces le pedí un destornillador, ya acumulo 3 en casa por motivos similares…

Volví al departamento con mi bolsita y, por alguna razón, comencé a atornillar los tornillos en los tarugos, hasta que un rapto de lucidez me arrebató una neurona activa y me dije: “¿Para qué, Mel?”. Los desatornillé y decidí hacer algo más útil, como poner la mecha en la agujereadora. Tardé unos 12 minutos en darme cuenta que debía ponerla dentro del piquito y luego hacer girar una rosquita para que quede ajustada. Lo hice y la enchufé. La levanté con las dos manos y me subí a la silla para hacer el primer agujero. Me sentía como una versión pobre de una Barbie guerrillera. Apreté el gatillo de esa máquina del infierno, apoyé la mecha en la pared, el humo comenzó a salir, el ruido era cada vez más intenso y no pude evitar gritar. Taquicardia. Nervios. Tengo que poder.

Volví a tomar la agujereadora. Me caía sudor por el cuello, por la espalda, sentía el bóxer pijama empapado. Nuevamente apoyé la máquina en la pared y decidí usar mi grito para aplacar el sonido perforador. Grité y grité, hasta el punto del vómito… y perforé por primera vez. De pronto me sentí capaz de matar un Bambi sin un ápice de culpa. Como una Laura Novoa con flequillo, pateé la silla y volví a perforar. Me faltaba el “Nene Carrizo” para terminar mejor la noche, nada más. Mi cara estaba cubierta de polvo de pared y mi ropa tenía trocitos de cemento, pero no me importaba. Al hacer el tercer agujero, todo mi interior se encontró revitalizado.

Tomé entonces los barrales, les puse las arandelas, les colgué las cortinas verdes y los ubiqué sobre el ventanal. Apreté la agujereadora varias veces más, ya sin gritar, confieso. Sentir que una puede penetrar una pared con tan solo la fuerza del dedo índice no tiene comparación.

Lo lamento por mi verdulero, por mis vecinos, por todos los que disfrutaron de mi 90 de busto con espalda chiquita mientras me secaba el cuerpo en el medio del living. Lo lamento en el alma. Prometo no presentar objeción si alguno me toca el timbre para recordar viejos tiempos. Mejor un polvo vivo que una masturbación anónima. Bienvenidas cortinas verdes. Siéntanse cómodas en su casa.