jueves, diciembre 02, 2010

Compañeros de lado

El 152 se ha convertido en mi colectivo favorito desde que vivo en Olivos. Por semana lo consumo entre 4 y 6 veces. Es maravilloso que un autobús pueda circular más de 90 cuadras como un subte terrestre que va de zona norte a pleno centro. Está haciendo mucho calor hasta para viajar. Entiendo que es diciembre, que ya es verano prácticamente, pero no es justo tener que padecer a esta altura la cosquilla de las gotas de transpiración que se suicidan desde la axila manchando el borde de la musculosa. Todavía merezco poder caminar sin pasparme las carnitas de la entrepierna. Más aún, todavía no es tiempo de tener que respirar profundo y aguantar el aire porque el señor entrado en carnes que tengo sentado al lado en el 152 se para del asiento largo del fondo donde estamos y su cola, mojada por la transpiración que causa el maldito motor que tenemos funcionando abajo del orto, arroja esa baranda a encierro, a carne pasada, que solo me recuerda ese olvidado objetivo a medio plazo que alguna vez tuve de comprarme un auto.


Ya para el momento en que el rechoncho se sentó a mi lado con su camisa de mangas largas me imaginé que no sería un bonito viaje. El vaivén del transporte me hacía frotar el hombro contra el suyo, todo mojado. Cada dos o tres minutos se pasaba el dedo índice por la frente cual limpia parabrisas chival y lo secaba en la panza, empapando especialmente esa zona de la camisa. Abrí la ventana lo más que pude para desviar mi atención, pero cuando se levantó, una ráfaga de día agitado inevitablemente paralizó mi lado derecho.


Fue entonces con ese asiento libre que la rubia deportista se acercó y se convirtió en mi nueva acompañante de al lado. Mientras se acercaba por el pasillo del colectivo ya era claro que iba a oler mejor que mi anterior amigo. Blonda tipo alemana, pelo lacio y atado firmemente por una gomita negra. Vestida para ir al gimnasio, calzas y musculosa negras, zapatillas blancas y una mini riñonerita en la mano. Los ojos celestes que contrastaban con el vestuario hacían más asombroso lo perfecto del contorno. Eran de muñeca prosti, como esas nuevas que no son Barby y tienen nombre exótico. Parecía haber salido de una mini mansión de Polly Pocket Bitch Sportiva. Con la blonda no había necesidad de rozarnos los hombros, cada una cabía en su espacio, así que me relajé a disfrutar de lo que quedara del viaje con la brisa en la cara, la ventana abiertísima y la noche empezando a aterrizar.


De pronto, en el reflejo de mi vidrio la veo, era indisimulable, estaba mirando fijamente mi bolso. Siempre evitando girar la cabeza hacia ella, intenté recordar si del bolsillo que estaba bajo sus ojos yo tenía dinero o algo que le despertara semejante interés. Comencé a incomodarme, era mucho. Por más detallista que fuera, uno no pasa tanto tiempo viendo un punto estático en el bolso de otra persona… Me armé de coraje y volteé la cabeza para justo ver a su mano alemana de uñas perfectas dirigiéndose al bolsillo cerrado, al cierre que colgaba de mi bolso… y se aferró a un pelo que estaba enganchado. Un pelo largo y ondeado, marrón, un hijo de mi cuero cabelludo. Y tiró y tiró del pobre y arrancó una partecita ante mi atenta mirada. Quedaba otro pedazo y no lograba sostenerlo con la firmeza necesaria para dar el tirón final... y notó que la estaba viendo. Le dije que era mío y lo agarré. Lo saqué de cuajo y lo tiré por la ventana. Volví a mirarla. “Me estaba volviendo loca verlo colgado ahí”, confesó. Nos reímos por unos segundos. Le respondí que a mí me pasaba lo mismo con los hilos que cuelgan de la ropa de la gente, pero no arrebataba a nadie para arrancarlos y saciarme. Mal por mí. Seguimos viaje, ella bajó antes que yo. No tuve más compañeros de costado esa noche.

1 comentario:

CapItanPorretI dijo...

Los compañeros del asiento en el colectivo.. Que historias!.. Son como aves de paso, aunque seguramente abra un relato profundo y telenoveloso entre tantos que deben existir.

Un bEsO!

Die.