jueves, diciembre 16, 2010

Que no abre, que no abre

“Estate a la 1 en la puerta del boliche, Mel”, me dijo Julieta cerca de las ocho de la noche: “Al final la previa se hace en Quilmes, así que nos vemos allá directo, si querés”. Me vi viajando de norte a sur, para luego desembocar en el Centro de nuevo y me desmotivé. Hago previa en casa, tengo Sprite, Martini y un gato naranja para acariciar si pinta el caso.

Eran las 12 de la casi madrugada y yo veía al gato color bordó, parte por el delirio del alcohol tempranero, parte por las ganas de convertirlo en almohadón y tirarme a babear en él. Pero no, es sábado de fiesta y toca Massacre junto a una banda dudosa, la cual espero llegar lo suficientemente tarde como para perderme (claramente llegamos temprano y me la fumé enterita).

Era la 1 y ahí estaba yo con mi vestidito medio negro, medio rosa con botones, mis borcegos y una puntualidad que de tan exacta es nauseabunda. Julieta llegó media hora más tarde con sus amigos y pareja estable. Entramos más rápido que los adolescentes porque teníamos la maravillosa entrada anticipada. Uno puede ser lo rebelde que quiera, pero comprar anticipadamente un ticket es garantía de evasión de fila.

La bebida venía en papelitos con inscripciones del estilo “Vale x 3”, por lo que el flujo etílico se mantuvo estable durante el paso de la noche. Cuestión de capacidad vejigal el tiempo demorado hasta el primer pis. Para ser exactos, habiendo entrado al bolichón alrededor de la 1:50, aguanté 1 hora 25 minutos y a las 3:15 le pedí a Juli que por el amor a la camiseta de la amistad me acompañara a deshabitar los mineros uterinos.

Fuimos al baño, estaba lleno. Julieta se dio cuenta que una puerta estaba trabada, pero que adentro no había nadie vivo ni muerto, el inodoro olía decente y el cubículo hasta tenía luz. Ella se quedó custodiando la entrada a mi meadero mientas yo pillaba parada, en realidad contrayendo las nalgas, semi agachada, embocando el chorro donde debe, sin apoyar nada en la tabla empapada de vaya una a saber qué sustancia salida de qué orificio. Saco una servilleta de la cartera, me siento adulta al haber recordado agarrar esos cuadraditos blancos antes de salir. Arrojo el desecho en el inodoro, me levanto, tiro la cadena y destrabo la puerta. No abre. La puerta no abre. “Se trabó. Julieta, se trabó la puerta”. Que no escucha. “Se atoró, no abre, no abre la puerta, no sé si entendés. ¿Por arriba? No da quebrarme una pierna saliendo por arriba de un baño de boliche, es muy cabeza”.

Fue entonces cuando el Infierno se apoderó de mi juicio. Primero orienté mi hombro hacia la puerta y le di un par de golpes de espalda chiquita. Sin resultado, apelé a las patadas secas. El baño rebotaba y yo imaginaba la congregación humana aguardando mi salida triunfal de un baño todo meado en el que todavía flotaba mi servilleta en el inodoro. Pero la puerta no abría.

Tuve un intento de pasar por debajo de la muy estancada, le heredé mi cartera a Julieta, me empecé a agachar y noté los pelos, lo mojado, lo sucio del piso. Aún hoy, afirmo absolutamente segura que prefiero morir en este cubículo iluminado, tolerar la llegada de un cerrajero en medio del boliche y salir impecable como princesa, antes que deslizarme por un suelo meado, salir empapada en rodillas, manos y antebrazos, ante la vista de las harpías que se aglomeran en el baño.

La desesperación me hizo parar sobre el inodoro nuevamente, colgarme de las paredes y patear cual ninja mutando a Tom Cruise sobre esa puerta roja hija de un trasbordador de prostitutas. Y la muy frígida no abría. Me puse a limpiar la tabla del baño. Me imaginé horas y horas ahí sentada viendo pasar la noche. Me vi abandonada por mi mejor amiga, a quien no podía impedir disfrutar de la velada. Iba a quedarme sola y encerrada en el meadero.

Cuando el llanto ya desbordaba al delineador, una voz distinta a Julieta resonó en mis oídos. Me paré de nuevo en el inodoro, miré por sobre la puerta y mi amiga estaba discutiendo con la encargada del baño. Juli, a quien minutos antes podía verse sosteniendo su cartera, mi cartera, una lata de cerveza en cada mano al grito de "pateá, Meeeel, pateaá", reforzaba mis dichos: “Que no abre, que no abre, que la patea y no abre”. La señora dijo “decile que trabe la puerta, que haga como que cierra”. Me indigné, yo queriendo salir y esta psicópata me dice que trabe la puerta. ¿Más la voy a trabar? ¿No querés que traiga una barricada de enanos en cemento para taparla más? “Mel, hacé como que trabás”; dijo Julieta. Resignada, hice como que trababa y… hola mundo, soy libre.

3 comentarios:

el baron v de veraza dijo...

por fumonas les pasa

Juli dijo...

pfff. no sabes lo q nos divertimos.
me acuerdo y me rio memo!

el_iluso_careta dijo...

el anterior no lo comenté por que me da paja...pero me hacés mear de risa...