domingo, diciembre 19, 2010

Ups, perdí las llaves

Estaba a una cuadra y media de mi departamento, domingo, 6 de la tarde, después de una noche y medio día lejos de casa cuando me di cuenta que había perdido las llaves. Son difíciles de explicar los pensamientos que se suceden en ese momento sabiendo que la única culpable de la situación fui yo misma. Llevaba una bolsa con los borcegos usados la noche anterior y un bolso de mano rojo a cuadritos, transparente, con un agujero en una de las esquinas inferiores.  Había cuidado no poner la llave cerca del agujerito, recuerdo muy sólidamente haber ubicado el manojo completo encima de un saquito blanco que oficiaba de cubre hueco… pero evidentemente algo salió mal.

El único duplicado que tengo de la llave de la puerta de abajo y la principal del departamento lo guarda mi querido amigo Rodrigo. Varias veces ha tenido que utilizarlas, por ejemplo para verificar que no estuviera muerta después de una tarde de fiebre galopante. Hace unas semanas que mi celular pierde señal en lugares donde normalmente siempre ha tenido. Esta tarde de domingo no iba a ser la excepción. “No hay servicio”, arrojaba un cartelito en la pantalla de mi Nokia 5300 cada vez que presionaba la tecla verde para llamar a mi socorro amistoso.

Caminé con mi bolsa y bolsito por avenida Maipú en busca de un locutorio, dada la inexistencia de teléfonos públicos. Ya eran las 18.15 y todo estaba cerrado. En ese instante comencé a pensar que un cerrajero de emergencia me gatillaría 300 mangos por cagarle la siesta y hacerle romper 2 puertas, después mis vecinos me patearían al gato por la inconveniencia de renovar todas las llaves del edificio de la puerta de abajo. Caminé varias cuadras sin rumbo, esperando que el celular agarrara señal o al menos me cruzara con algún ser vivo que pudiera facilitarme una línea telefónica. Una señora con un niño fueron los primeros. Me dijo que no tenía celular y tampoco conocía cerrajero. Un contacto absolutamente inútil dada las circunstancias. Seguí caminando y un nuevo humano apareció frente a mí. Era un señor pelado de unos 55 años, muy delgado y alto, que estaba a cargo de un estacionamiento. Tenía unos 6 dientes dispuestos a lo largo y ancho de su boca y le sangraba el labio inferior como si se lo hubiera mordido sacando una pielcita.

Repetí mi ritual y le consulté por un locutorio, con mi celular en la mano. Me recomendó un kiosco para cargar crédito, entonces le expliqué que había perdido las llaves, pero tenía un duplicado perdido por el mundo, pero que no tenía señal para llamar al custodio que me lo guardaba y que, considerando la hora y el día, estaba claramente meada por un container de Pinochos practicando pillar por primera vez. Me ofreció un teléfono, pero solo podía llamar a un número fijo. Solo tengo agendado un número no celular y porque su dueña me obligó a hacerlo después de pedírselo 78 veces en una semana. La llamé y le pedí que llamara a mi amigo para verificar que tuviera mi llave Plan B, así festejaba en su espera o comenzaba la búsqueda de un cerrajero oficial. Ante la atenta mirada del señor, corté y me dispuse a esperar la confirmación. “¿Venís de la pileta?”, me preguntó, confirmando que había notado que estaba usando un corpiño de malla debajo de un solerito naranja y blanco a rayitas. Le dije que no, que venía de Caballito, entonces cuestionó qué me había tomado para venir. La charla trivial me estaba fusionando el lóbulo de la oreja al cachete de tan fastidiosa que me ponía, pero le seguí el diálogo hasta que sonó el teléfono. “Atendé”, autorizó. Era Rodrigo. Me dijo que con ésta ya le debía unas cuantas, que creía tener la llave en el trabajo, que no me preocupara que en un ratito me traía el llaverito a la puerta de casa. Le dije que nunca lo había querido tanto (es la primera vez que pierdo la llave de esta casa). Corté y sonreí notoriamente. Le dije gracias al señor, que respondió asegurando que me había dejado usar el teléfono porque era yo “una persona de bien, sino no hubiera aceptado”. Volví a agradecerle, le juré que en la semana le acercaba una docena de facturas. Rodri vino 30 minutos más tarde y esto lo estoy escribiendo desde adentro de mi dos ambientes mientras Fran me chupa la mano. Misión cumplida.

3 comentarios:

Claudia Ortiz dijo...

el señor tenía malas intenciones, Sansotta. Sino, no se hubiese fijado en el corpiño. Todos degenerados

SOL dijo...

Por si en alguna oportunidad te vuelve a pasar algo similar y no viene San Rodrigo al rescate, antes de que el cerrajero destruya la cerradura de la puerta de entrada al edificio, tocale timbre al portero a algún vecino :p

Eduardo dijo...

Me ha encantado tu blog.
Historias mínimas de héroes anónimos pero que resultan gratificantes.
Besos y felicitaciones.

EDUARDO