(Columna publicada en la edición Nº 13 de Revista Mavirock)
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Alrededor de ocho meses pasaron sin tener cadena en el baño. La última vez que nos quedamos con el piolín en la mano fue tras colgarnos para eliminar un insistente sorete. A partir de ese día, el balde rojo comenzó a ocupar su propio espacio: al lado del inodoro.
Recibir invitados se transformó en una tarea estresante. El primer momento incómodo era decirle a la misma persona durante más de 6 meses que el balde estaba ahí para ser usado en lugar de la cadena. Esto desencadenaba la pregunta “¿todavía no lo arreglaron?”, que arrastraba la misma respuesta: “Evidentemente, todavía no”.
El balde comenzó a descansar dentro de la bañera, bajo el chorro de la ducha, ubicado ahí de manera estratégica para que el visitante maniobrara el plástico lo menos posible. Varias opciones se presentarían con el paso de los meses para aquellos aventureros que no elegían dejar el muestrario de pis en nuestro baño. Algunos, al encender la ducha o la canilla, volvían con los pantalones empapados por el rebote agual. Otros, al desconocer la locación del balde, escondido tras la cerámica de la bañadera, nos convocaban a nosotros, los dueños de la morada, para mostrarles dónde estaba y cómo llenarlo. Esta última opción se consolidó como la más interesante. Varios de los invitados no esperaban que entráramos con ellos al baño para mostrarles el paso a paso, simplemente buscaban indicaciones, pero yo, ya harta de las mismas instrucciones jamás comprendidas, optaba por seguirlos, entrar y deshacerme del sorete por mis propios medios. Así conocí cómo caga la mayoría de mis amigos y logré hasta el día de hoy distinguir el meo de hombre, el de mujer y el de borracho.
Pero este sistema no fue útil por demasiado tiempo. Pocas semanas después del desprendimiento cadenal, se rompió un caño del calefón que provocaba una caída intermitente de gotas. Al principio esta situación era controlable: cada día ponía un par de trapos de piso bajo la gotera, los exprimía y volvía a ponerlos. De una noche hacia otra, la gotera se convirtió en una pillada de cebra con infección urinaria que creaba lagunas símiles Chascomús en el pasillo de la casa. A mi pesar, debí cambiar la locación del balde: ya no estaría siempre listo para evacuar mierda y orín, ahora estaría bajo el calefón.
Lo práctico de esto era que, de la noche a la mañana, el balde se llenaba, lo que hacía un 80% más simple la extirpación del primer meo del día, ese que apesta a óxido, bicarbonato y granadina, evitando tener que abrir la ducha para lograr este fin.
La segunda noche del balde bajo el calefón, mi cerebro se percató de que el ruido de una gota contra el plástico no iba a dejarlo dormir. Cada gotita del infierno que chocaba contra la superficie provocaba un martillazo dentro de mis pupilas. La decisión se hizo inminente: el balde volvería al lado del inodoro. A partir de esa noche, cada mañana, mis medias se empapaban con el charco generado por la gotera del calefón. Sin contar las veces que uno se metía la diarrea para adentro para no tener que ir en plena madrugada a churratear el baño, a buscar el balde, llenarlo con la ducha y mojarse los pies. Aprendimos a vivir de acuerdo a los dictámenes de la no cadena.
El charco de abajo del calefón comenzó a dibujar de moho los bordes de las baldosas del suelo, los bichos mil pies hicieron familia y aparecían hasta en el picaporte del baño. La vida útil de mis soquetes bajó considerablemente. El mal humor matutino se hizo diario.
Seis meses después de iniciada la pesadilla, el plomero cumplió su promesa de visita. Llegaron dos de estos especialistas. El problema principal ya no era la cadena, sino un caño de atrás de la ducha de la que habíamos abusado, el cual estaba desintegrando las paredes y haciendo explotar la pintura de todos los cuartos contiguos.
En cuestión de horas, el lava cuerpos estaba destruido. Las baldosas aparecían desparramadas como tripas en cualquier espacio disponible. Sin agua ni orden, el plomero se fue, dejando la ducha inutilizable y la cadena igual que siempre. Ahora el problema era doble, no teníamos ni siquiera un líquido para llenar el balde y los garcos inflándose en la palangana del inodoro.
Gracias a
No puedo olvidar mi primera cagada… el balde me observaba desde la bañera, manchado por el cemento con el que había besuqueado las baldosas a la pared. Yo ojeaba la revista del cable y leía los anuncios de calefones y aires acondicionados. Alguien tocaba una batería bastante deprimente a lo lejos. Desenrollé el papel e hice dos bolitas disparejas. Usé la primera y la plegué hasta que de su caricia no saliera más color. Con la segunda bolita me soné los mocos. Después de 8 meses, volví a tirar los papeles al inodoro sin culpa. Me paré y mientras subía la bombacha con el jean, saludé a mis desechos. Casi amago a abrir la ducha para llenar al balde, todavía me acuerdo…
Tomé la cadena con la mano derecha, al tiempo que con la otra arrojaba un chorrito de Lysoform sobre los papeles manchados (demasiado pronto era para tener una pastilla desinfectante), y en ese instante me dejé colgar del piolín metálico. El agua arremetió contra todo, dejando radiante el fondo, algo que no lográbamos desde hacía 243 días. El torbellino duró una década de segundos y se despidió con un rugido que se tomó toda el agua restante. Ya los papeles descansan en alguna cloaca de Once.
Aprovecho este momento, sepan comprender, para avisarle a todos los que me conocen que ya no tengan miedo, que vuelvan a visitarme, ahora sus desechos permanecerán ocultos y no tendrán que hacer físico culturismo para lograr levantar el balde. Dense por enterados, queridos amigos, que ya tenemos cadena en el baño. A cagar como Dios manda.
7 comentarios:
jaaa vos no vivirás en casa no???
SIiii, el que hizo la columna nos conoce, conoce nuestro baño!!!!
Hoy podría hacer un post que se titule " cuando un martillo se convierte en parte del baño"
Iluso: No creo, por las dudas fijate bajo tu cama.
Kolorada: Me alegra saber que no solo mi baño haya sido una vergûenza, jaja.
si fuera alli , estarías tosiendo...jajaja
moho... cien piés... ratas... charcos...
cómo podés aguantar todo eso?
hace unos meses deje de tener acceso casero a internet, por eso mi ausencia por estos lares.
Me hiciste reir Mel, te extraño
Yo nunca cague en tu baño, no conoceras nunca mis soretes!
ajajja
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