viernes, abril 27, 2007

El crimen, la suela y el mocoso

Les acerco con todo el amor que me caracteriza, un cuento que envié a un concurso de la Feria del Libro y... obviamente perdió. Sepan que simplemente lo subo presa de la indignación, llena de rencor y con ansias de que muera de dengue el ganador que me quitó mis 10 mil pesos.
Sepan comprender. Con ustedes,

El crimen, la suela y el mocoso

Repta la oruga verde recién desprendida del infierno. Arrastra los resabios de un calor insoportable, con olor a casi despierto, a perfumes baratos y a falta de pasto. Facultad de Medicina recibe al bicho horripilante y abre sus puertas para que las decenas de responsables avancen a sus reclutamientos personales, laborales, escolares. El Subte, disfrazado de línea D, avanza implacable.
La estrategia de ubicarse a esperar en los últimos vagones no da resultado desde que cada pasajero en cada estación opera de la misma forma. Lo que sucede es que yo siento una afinidad con los espacios que colean con la nada, como la última fila del cine o el asiento del fondo del colectivo, simplemente no puedo evitarlo, es como si el trauma del primario de ser la más alta me hubiera estigmatizado de por vida.
Subo entonces y espero el desenlace de los amagues que minuto a minuto cada sentado hace. Se menean hacia adelante y hacia atrás, aprovechando el roce con los de al lado, no sea cosa de bajarse sin haber siquiera recibido una tocadita de culo. Se levantan un poquito, acomodan sus bolsos o carteras y uno, parado frente a los afortunados de orto depositado, sueña con que el creador de falsas expectativas se levante y se baje de una vez por todas.
Cualquier persona está en iguales condiciones de conseguir un asiento. Solo basta con ser observador:

- Beso! Beso! Dale que ya me bajo!- Grita una perra de la generación sentada
- Chau mi amor, te amo, llamame- Hace eco su caballero soba orto que se nota a leguas que solo desea coger esta noche.

La oportunidad se avista, me muevo sigilosamente a lo largo de medio vagón y ahí estoy al momento de la levantada. Miradas de indignación de aquellos que seguían el proceso más de cerca, miradas de orgullo de mis compañeros parados. Gracias a la romántica dama, ya mi culo besa los tiernos asientos del subte.
El objetivo de mi viaje es llegar a Congreso de Tucumàn. Final del recorrido. Ésto tiene la ventaja de que si uno se duerme como un camello, la voz enérgica cual gato diabético del locutor del subte, siempre (siempre) te hará despertar y salir en tiempo y forma.
Mientras la música de los rieles arañando los techos creaban un ambiente hipnótico para los no adictos al MP3, mi vista se fijó en los zapatos de una señora de pelo ondeado y sin vida ni crema de enjuague, que estaba sentada frente a mí en el mismo vagón. Eran una especie de mocasines con perlas de plástico de varios colores que armaban una flor de 5 pétalos de manera algo pobre, por no decir lamentable. Comencé a pensar de qué forma y en este mundo, ésta mujer habría comprado esos zapatos. No eran el estilo de calzado que un amigo, ni siquiera un enemigo regalaría, éstos eran pura y exclusivamente una mala, malìsima decisión personal.
Entre pensamientos, pesadillas y deseos de nunca tener eso en los pies, algo se movió en la morruda pierna de la adulta. Algo tornasolado y marrón había pasado ante mis ojos y aún estaba en el pantalón celeste cielo de otoño. Ella dormía profundamente y no se percataba ni de mi mirada obsesiva, ni de lo que estaba pasando ya casi por su entrepierna. Una cucaracha.
Con los ojos desorbitados intenté sacar fuego por las pupilas, quemar al poco higiénico ser vivo y que la señora de muchos años siguiera durmiendo sin enterarse. Nada pasó. Traté entonces de que cada persona del subte mirara lo que yo veía y alguna se dignara a despertar a esta mujer que para esta altura, ya podía estar muerta o en estado de coma profundo si no sentía cómo el animal prehistórico le transitaba la gamba de pie a cachufla, de ida y de vuelta constantemente y al trote.
De un momento al otro, la cucaracha del horror bajó más de lo esperado. Quizás atraída por los mocasines, quizás en caída libre, o quizás para tentar al destino, a la vieja o a mí. Se metió por debajo de la botamanga, por detrás del tobillo, caminó por el empeine y se posó sobre una de las piedras plásticas del mocasín, moviendo sus antenas y escupiendo mugre subterránea. Si hubiera tenido una bandera, seguramente el animalito la hubiera clavado sobre el vencido pie y acto seguido, hubiera cantado cumbias entrerrianas.
Sin complacerse y aprovechando su buena fortuna, la cuca bajó del pie y avanzó hacia mis zapatillas, sin percatarse de que yo sí estaba despierta y yo sí iba a hacer algo al respecto, por mí, por la vieja y por todos los humanos a los que este bicho catastrófico atacó durante su vida útil. Levanté el pie talle 41 (depende de la horma, puede ser un 39 también) creando una sombra que cubrió entero al pasillo, esperé la distancia precisa y.... ¡¡¡¡¡TOMÀAAAAAAAAAAAAAAA!!!!!!!!
Tripitas, sangre verde y los murmullos acusatorios de un borracho que se sacaba los mocos. Tanto escarbaba que pensé por un momento que lo hacía para ver cuánto espacio tenía dentro de sus fosas nasales, a modo netamente investigativo, pero no. Moco verde que salía, moco verde que era arrojado al piso junto al cadáver polvoriento de mi recién cobrada víctima.
Llegamos a Juramento. Solo quedaba una parada para el final.
- ¿Por qué mató a la cucaracha?- Arrojó el borracho
- Le estaba caminando encima a la señora, ¿no la vio?- Respondí
- ..... Nop.
- Bueno, la maté por eso
- Usted es una asesina- Sentenció con un dedo erecto de punta color amarillo moquito
Con la cabeza en la guillotina y los rulos en shock me recibió Congreso de Tucumán. Así me subí al 60, ansiando ser un mosquito, o un conejo y sintiéndome ni más ni menos que una cucaracha. Marrón, con patitas suaves y peludas, con mitos e historia sobre los hombros, escabulléndome entre pantalones y comiendo de boletos engrasados. Hoy más que nunca deseo que la reencarnación sea puro cuento.

martes, abril 24, 2007

De Once al Purgatorio

La tarde del sàbado pasò por agua hasta a los cadàveres de Tiranosaurios Patagònicos que viven bajo la estaciòn Pasteur. La lluvia constante oscureciò mi baño que funciona sin luz desde hace màs de dos semanas, cuando luego de titilar por varios minutos, la làmpara que tan mal coloquè renunciò a su fatìdico trabajo de calentarse y ponerse amarilla para morir definitivamente y apegarse a su base con tanta potencia que sacarla resulta ser màs complejo que mirar fijamente a Rocìo Marengo sin mirarle las tetas o pensar que se garchò a Marley.
Como cagar o bañarse se convirtiò en una tarea complicada y espiritual en la que una cadena y el olor a sorete post verdura se mezcla insatisfactoriamente con el olor a vela, mi cuarpo generò que quisiera escaparme y nada mejor que salir de compras.
Paseando por Once lleguè a una galerìa donde posa una pollera rosa a la que si pudiera, le harìa una hija chihuahua, pero como el local estaba cerrado, tuve que adentrarme en el tùnel y buscar otro tipo de artìculos no vibratorios. Como a la noche tenìa una maravillosa fiesta, un regalo no podìa faltar. Ràpidamente descubrì una remera que perfectamente cuadraba con mi bùsqueda, la adquirì y ahì comenzò mi problema compulsivo. Un vestido me saludò desde el fondo. Tenìa tiradores, era negro, corto y pensè: "¿Si me compro esto Lucas me dirà que es de trola?". Muy probable... lo llevo entonces.
Con mi vestido y mi regalo, avancè ahora hacia la salida, mis compras estaban hechas, mi tarde caducaba y la lluvia habìa cesado. Hasta que vì las botas. Negras, abultadas, suaves y baratas... mirarlas hacìa recordar a Claudia Ciardone, dejar de mirarlas hacìa pensar cuànto las querìa.
Un muchacho de actitud de "necesitovenderunpardezapatosporfavorhoynovendinadamevanarajaralamierda" me ofreciò con desesperaciòn las botas, me acercò mi talle y fui feliz porque alguien comprendìa que NECESITABA esos zapatos altos y bellos y de novia de Jhon Travolta. Me saquè las zapatillas y antes de disponerme a levantar mi talle 41 al aire para ponerme a presiòn el mejor calzado del mundo, el muchacho me ofreciò... medias finitas.
Lo peor es que las trajo al instante. "Todas las clientas las usan", dijo alegre. Solo pude pensar en hongos. En viejas y en olor a pie de ganso del norte africano de Bali, en bermudas, caminando por el desierto y chupando de su dedo gordo cuanta gota de chivo gotee desde la raya del ojete.
Comprè las botas.
Al salir, una dama de ojos de oso hormiguero (tan boludo lo creìamos... es vengativo... bicho de mierda) comenzò a toser de forma desagradable, gargajeante y ya sin gracia, los paseantes la observaban pensando que su fin llegarìa en cualquier momento. Me acerquè. La hija de puta tuvo una arcada. No sabe que yo tengo un problema con los vòmitos y los casi vòmitos. No sabe que automàticamente sentì la necesidad de eliminar cada partìcula de alimento que me cruzaba el cuerpo sobre su cabellera tosiente, cagarle la espalda y odiarla por arruinarme mi paseo de compras.
Algùn motivo que surgiò de mi conciencia, me llevò a pedir alcohol en la zapaterìa. Le tirè encima a la señora. Le dije que respirara por la nariz, pero la muy yegua no podìa. Morìa ahogada y no podìamos hacer absolutamente nada. Me proyectè besàndole los labios cachufleros para darle aire, me vì desde el cielo yèndome al Purgatorio por no haber podido salvarla, entre nubes grises, Chiche Gelblum y el horòscopo mala onda de Clarìn. Me fui. La abandonè. El temor me abasallò, sus arcadas me cansaron, me hartaron, me desagradaron.
La culpa me abrumò. Llamè al 911. Fue mi primera vez. Esta semana, mi buena obra se encuentra cubierta. Los diarios del domingo no anunciaban la muerte de la vieja, por ende asumo su salvaciòn. Sì señora, gracias a mì.

miércoles, abril 18, 2007

Entre mierda lavada

Sepultada bajo responsabilidades laborales y facultativas, hinchada las bolas de este seudo otoño que nos acecha, me disponìa desde ayer, a esta mañana abocarme a contarles mi experiencia en el Quilmes Rock. Iba a abrirme de cantos para expresar mis emociones màs profundas cuando Steven Tyler subiò destilando vejez oculta y ni hablar de la mojada cachuflera que causò Scott Weiland cuando pisò el escenario con esos pantalones de cuero que la vida misma le regalò a su pequeño ortito. Iba a mencionarles las peripecias en las que debì incurrir para levantar una billetera del suelo, divina, cuadradita, tan dura que daba a pensar que adentro guardaba los millones escondidos de Carlos Saùl o la cabeza de Yabràn, pero no. Al levantarla de entre las pelotas de un muchacho alto que se encargò que vea el recital por la pantalla, avistè lo peor: solo habìa una licencia de manejar y una tarjeta de dèbito que sin en PIN es como sobarle las tetas a un maniquì.
Pero no puedo hablar de estas cosas porque me encuentro algo molesta desde el dìa de ayer cuando a la salida de mis ocupaciones diarias, nuevamente el rinoceronte con problemas de incontinencia fecal decidiò descargar sus litros y litros de semen contaminado sobre mi cuerpo sin paraguas.
Al subir al subte Linea D supe que nunca tendrìa que haber bajado del 60. Vi como se alejaba el colectivo en el mismo momento en que las primeras gotas de lluvia comenzaban a descender. Un humilde caballero me ofreciò su paraguas para cruzar la calle, pero no bastò para evitar sentirme la màs perra de Playboy con mi camisa blanca mojada y los pezones al palo como si hubiera bajado del colectivo con ansias de voltearme a un carnicero tuerto sin forro.
Me sentè al lado de un hombre que estaba mojado como yo. Podìa ser mi abuelo. Al instante un muchacho ciego nos golpeò con el palo como es caracterìstico en los no videntes cuando desean saber si uno està o no en algùn lugar y nos ofeciò una estampita.
Vaya uno a saber què carajo en este mundo me llevò a darle por ella 30 centavos y, como mi "abuelo" habìa adquirido la misma ganga que yo, mi boca esbozò:

- A ver si ahora con esta estampita nos mojamos un poco menos....

El señor sonriò, era el principio del viaje.
Una sirena que penetraba a las vìrgenes del preescolar comenzò a sonar en Juramento y automàticamente supe que la estampita estaba maldita. Minutos màs tarde, en la estaciòn Palermo una ràfaga de agua se precipitò por la ventana DEL SUBTE que, recordemos: ESTA BAJO TIERRA, con una violencia que hizo llorar como un pelotudo al muchacho que escuchaba su MP3 al lado de mi viejo contiguo. El alerta se hizo en el vagòn y mi "abuelo" momentàneo tuvo que decir la frase que nos condenò por el resto del dìa:

- Siempre en Plaza Italia se queda el subte porque cae mucha agua y no puede pasar.

La concha de tu tìa segunda.
Si bien mis ansias de meterle un palazo en el medio de las bolas, llenarlo de sal gruesa y ponerlo en una caja de cartòn eran grandes, no tuve tiempo de odiarlo porque ya podìa escucharse claramente a la voz del horror:

"Señores pasajeros, debido a las intensas lluvias, el servicio de la Lìnea D se encuentra temporamente interrumpido."

Lo ùnico que podìa pensar era en que Jebùs era vengativo. Mi odio a la vida se acentuò al salir a la luz y tener que caminar sobre 60 centìmetros de mierda de ciudadanos de Figueroa Alcorta, descalza, sin crèdito y escasas monedas. La desesperaciòn me llevò a caminar en cìrculo y preguntar cada 2 metros si capital federal estaba para allà o para acà, ante el impedimento de tomar taxis, colectivos o pijas flotantes. Se cortò la luz. Ya no podìa ser peor salvo que tuviera que compartir un taxi con Silvia Suller y sus tetotas. El mundo se encontraba parado y pensè: "Serà este el fin de mis dìas?¿Serà hoy la lluvia que Noè usò para salvar a los animales en su barco felìz? ¿Dònde estarà el barco del puto de Noè? ¿Tendrè que salir a buscar palomas para llevar conmigo al màs allà?"
Asistir a la facultad a entregar mi trabajo de Radicalismo era lo màs lejano a la realidad. Llegar a mi hogar era bastante improbable. Pensè en dormir en el subte, pero cerraron la puerta. Me acerquè a un cyber y me cobraron 1 peso por ver la pantalla del MSN por 7 segundos a ver si algiuen podìa serme de utilidad para encontrar el camino a casa. Me sentì Chatràn, me sentì en pelotas. Me sentè a esperar. Esperè y esperè. Llorè y pataliè sin maquillaje, despeinada e inquerible. Subì al 12 siguiendo el rumor de que llegaba a Corrientes y Riobamba. Volviò a cortarse la luz. Iba a perderme el debate de Gran Hermano, Susana con Moria Casàn y hasta ver bailar a Nina Pelozo... la noche empeoraba y cada vez la raya del culo se me emojaba màs y màs.... y me dì cuenta... lo supe al instante: Buenos Aires me encanta.

viernes, abril 13, 2007

Cuidado: Inflamable

Ya sea en Martínez, en Munro, Caballito o la bella Capital Federal, cuando una persona se acerca a su ambiente laboral en el que tendrá que pasar las 6 o 9 horas siguientes de su vida, sin opción de escapar salvo que el vomito le chorree por la raja de la cachufla o tenga los ojos pegados de la conjuntivitis que le contagió el chino de en frente, lo único que esta persona quiere y necesita para declarar su felicidad o resignación es tomar un puto café.
Cuando la máquina de café no tiene su preciado polvo mágico adentro o, uno no tiene monedas para comprarlo, todo se vuelve negro y tedioso. Si por el contrario, el cafecito está en todo su esplendor, se vive su calor en la boca y su sabor en la lengua con una peculiar felicidad que dura lo que dure el vasito sin enfriarse.
Clave es el momento en que la mezcla del demonio que forma al capuchino o al cortado o al peligroso mocachino llega al estómago. Varios pequeños estruendos se producen creando contracciones como si uno hubiera comido una bocanada de grasa de paloma con mayonesa y acto seguido a los 3 minutos de reloj…. Ganas de cagar.
No estoy hablando de ganas de cagar como las que uno tiene después de darse una comilona de tarta de verdura, sino de las ganas después de un Mc Donald`s o después de una paella bien cargada de caracolitos y conchas de mar saladas y jugosas. En ese momento en que uno corre al baño rezàndole a los 4 Fantásticos y a Vìctor Sueiro que ningún jefe esté meando o ninguna persona esté en el pasillo cerca de la puerta o peinándose frente al espejo sin un carajo que hacer porque uno lo único que desea con toda su alma (no “fuerza” porque en este caso sería delicado), es llegar, bajarse la bombacha más rápido que para coger en un ascensor y arrojar pedos suculentos y estruendosos cargados de cafecito recién procesado.
Días atrás descubrí que la puerta de baño de la empresa donde soy una empleada estable desde hace más de un mes, es demasiado delgada y nunca llega a cerrarse. Lástima darme cuenta ahora después de haber pasado 25 días cagando con público. Ahora siento que todo quien me mira sabe si tuve diarrea esta mañana o no.
La diarrea es un tema complicado. El café suele provocar en muchos mortales una descarga líquida cada 2 horas que complica el hecho de la hidratación porque nunca se llega a comer todo lo que con ímpetu y dedicación se caga y más complica aún el estar sentado las horas restantes o el viaje en el 60 parado de cantos abiertos.
Pienso, pienso y lo único que quisiera es un silenciador de ojete, algo como un embudo que absorba el sonido y lo transforme en canto de gaviotas. Eso quisiera, y un pez que flote en el inodoro y coma lo que uno caga al instante en caso del mal funcionamiento de la conchuda cadena. Luego de esto, la evolución de la Argentina sería cuestión de meses.
Buen fin de semana.

martes, abril 10, 2007

La bolsa tomada

- No entiendo el olor a mierda que hay en la cocina Lucas, te juro. No lo entiendo.
- Es la basura, hoy la sacamos.

Tres dìas màs tarde. Las tres bolsas de residuo gordas, negras, babosas y repletas de mosquitas de humedad cuya funciòn adherente no comprendo, aùn aguardan en el pasillo a ser reconocidas como una "molestia".

- Che boludo, hoy saquemos la basura, ya no se puede entrar a la cocina...
(Nòtese que yo por mis propios medios no puedo iniciar la acciòn limpiadora, necesito apoyo moral)
- Hoy la sacamos, Memo.

Pasò la Pascua, los huevos, el paro del Lunes, el leve trànsito de la Panamericana y las hemorroides de un murcièlago bipolar. Las bolsas seguìan en la cocina.

- A ver si el desodorante que comprè hace algo: Pfffffffffffffffffffffffffffffffffffffffff - (olor a jazmìn que solo se mantuvo estable sin entremezclarse con la muerte alojada en la basura por 7 segundos de los cuales 3 fueron mientras apretaba el pomo) - No puede ser. Algo muerto tiene que haber por algùn lado.

La expediciòn nos llevò al hallazgo de una montañita verde de mierda de gato que copulaba en un rincòn con cientos de especies gestàndose a su alrededor. Horas màs tarde, luego de removerla, el olor seguìa, cada vez màs penetrante.

- Debe estar el gato que cagò muerto atràs de la heladera
- Ay Lucas dejate de joder, no me digas eso...

No estaba.
Frustrada e indignada me sentè con un trapo y el desodorante en mano y ahì vì lo peor. El piso estaba repleto, parecìan pijitas independientes en una orgìa de Pulgarcito: gusanos de la pudredumbre. Blancos, crujientes, resbalosos.... mal paridos.
Las 4 suelas de las zapatillas, las improvisadas aplasta - gusanos armadas con cartòn no alcanzaban para combatirlos. La lavandina mezclada con Pinolux parecìa hacerlos resurgir como esas pìldoras que de chicos tenìamos, esas que eran de esponja y al ponerles ìquido formaban animales deformes, pero cuya apariciòn producìa un efecto màgico cual sexo con Cacho Castaña.
Cansados de pisotear tripas blancas y asqueados de tanta villerez que no iba a dejarnos comer fideos por un mes (aunque esa noche comimos fideos), nos dimos cuenta de otra realidad. Los gusanos no resurgìan, caìan.
Detràs de unas bolsas sobre la mancha de las larvas habìa otra bolsa. Apestaba. Realmente, apestaba. Vimos còmo de ella caìan esas mini pijas por un agujero creado a fuerza de mordiditas, còmo rebotaban y se regocijaban de haber sido descubiertos en su hogar. Llena de ellos. Repleta.
Tiramos la bolsa. Sacamos la basura.
NUNCA MÀS.

miércoles, abril 04, 2007

Amor brasilero

Del agujero del ojete me asoma un cronòmetro con sus titilantes luces pixeladas. Por la mañana me levanto lo màs tarde que puedo, por este motivo es que nada debe demorar, nada puede tomar màs de 20 minutos en suceder hasta que a las 6.50 es hora de partir hacia el subte de Facultad de Medicina. Usualmente me atacan las ansias de tomar Sprite como desayuno, pero la simple demora en el kiosco, con el kiosquero, el vuelto, la pajita, el primer trago… demoro. No puedo darme ese lujo.
Para la vuelta es muy similar. Si bien mi horario de salida depende del de mi ingreso (si entro a las 8 me voy a las 17, si entro a las 9 me voy a las 18), la desesperación por llegar a casa a cagar y tomar jugo suelen ser dominantes en mi espìritu. Ayer, lunes para la mayorìa, salì 17.58 del trabajo porque el 60 que pasa por Panamericana pasa a las 18.12 y como tengo que caminar 7 cuadras porongosas hasta mi destino, debo tener algunos minutos de ventaja. Tomè mi colectivo y me sentè a esperar a que Cabildo llegara al 2900 para asì descender, correr entre los demàs pasajeros que tambièn descendieron y subir con el chivo conchal a flor de piel al ùltimo vagòn del subte posado en Congreso de Tucumán. Generalmente suelo ser afectada por la violencia de las puertas de èste medio, lo que me convierte en objeto de gracia entre los forros que ya con sus culos depositados, observan la odisea que una debe pasar para sentarse lo màs cerca de la puerta que pueda para evitar tocar bolas sudadas de desconocidos luego de una extenuante jornada laboral.
Los conocedores del viaje sabemos que hay un gordo con tetas talle 95, ciego, con pezones de paty, que se sienta bien al fondo y cuando el subte arranca, se para mágicamente y pide dinero para comer, el cual es puesto en su mano luego de tocarle el brazo y esperar a que èl voltee en su caminata a lo largo del vagòn. Es shockeante realmente que un gordo de ese tamaño afirme que hace tiempo que no come. La sensación de los bondadosos que le extienden dinero es: Nunca va a saciarse, nunca.
Apenas me habìa sentado sonò el timbre que anuncia que desde ese momento los que quieran ingresar al vagòn pueden ser aplastados por las puertas y morir sepultados bajo la escalera mecànica sin que nadie lo sepa jamàs.
Momento clave, segundos nos separan de comenzar el recorrido. Suben dos personas y se paran delante mìo. La dama se ve morena, no de Dock Sud, morena de otro paìs, de otro mundo. El caballero, de traje, miope y con una bolsa de cartòn de un tamaño casi impresionante. Prontamente la dama esboza unas palabras en el oìdo del caballero. Sus palabras suenan brasileras. Ahora entiendo todo. El sueño del argentino: hacerle el totò a una limítrofe. Debe ser placentero como si a mì me dijeran que puedo hacerle un enema por el pito a un chileno. Sin dudarlo, cuando guste.
Por alguna razòn que desconozco, el argentino conjugaba todas las palabras en –iño y –esha, lo cual me provocò una ternura que desapareciò cuando la brazuca de mochila sobre los pechos le manoteò el ganso sin disimulo, sin preámbulos y sin compasión por mi mirada que no podìa evitar la minuciosa observación de la escena.
Mientras las caricias peneanas avanzaban, el señor de traje y bolsa comentaba còmo habìa sido su dìa y lo rico que habìa estado su sándwich de jamòn crudo y queso por 4 pesos con 50, como si nada significara lo que estaba sucediendo, como si estuviera acariciando una prótesis pijera de las que venden al final de la VIVA.
Al ver la nula reacción del miope, la extranjera se agachò a levantar un papel del PRO que viajaba pegado al piso y aprovechò la ocasión para mostrarle lo duro que tenìa el orto y lo bien que se acoplaba por sobre el pantalón con las bolas flàcidas (no tengo dudas) del señor, que, ya para esta altura, levantaba caniches con la pija.
Este acto de pornografía casera motivò al hombre a pedirle a la amiga personal de Ronaldo que levantara cada cosa que habìa en el piso para seguir aprovechando las ocasiones. Asì ella levantò varios boletos, un botòn marròn y hasta cosas imperceptibles para la vista del miope y de cualquier ser humano, pero que facilitaban el frote culial.
Con arcadas y un poco de agua chorreándome hasta las rodillas llegué a Facultad de Medicina. La brasilera tomò mi asiento. Anoche soñè con ella. Que viva el miope, su bolsa y su conocimiento culinario.

martes, abril 03, 2007

Enrosques Post Feriado

Intentando superar el shock de ver morir a Maradona a través de los medios digitales me recibió el martes de esta semana corta y llena de pescado caro. Es interesante cómo en estas fechas las mujeres dejan de bañarse aunque estén indispuestas, para así conmemorar el día en que los huevos y el chocolate hacen una mezcla infernal, perfecta para untarse el clítoris y balancearse en una hamaca con hormigas rojas (cada día una nueva palabra con HACHE entra en mi vida).
Nos imaginamos la Pascua y realmente, más allá de los feriados, no veo a ningún candidato a Jefe de Gobierno regalando huevos vestido de liebre vespertina, por eso, al ver la brecha, me envío de una patada en el ojete al medio de Florida y Lavalle a repartir Kinder Sorpresa con una zanahoria entre las tetas. Si con esto no rejunto el resto de los votos de quienes aún no adhirieron a mi propuesta, realmente no sé qué más hacer.
Este primer fin de semana largo de Abril pintó la 9 de Julio. Siempre contamos en Buenos Aires con rècords mundiales vitales para la existencia, esta vez somos poseedores absolutos de la fotografía digital màis grande du mundo. Cuánta emoción, se me moja la entrepierna. Ni bien el cartel vio la luz, ya habían más de 50 criaturas de la Virgen del Orégano intentando sacar una foto panorámica con los celulares de la nueva tecnología, esos que les falta chupar pezones y cocinar locro para ser completamente humanos.
Caminé por Falabella, el paraíso de los adinerados, me ofrecieron tarjetas de crédito de la tienda, ¡qué maravilloso! Es como un micromundo lleno de pelotudeces que media ciudad compró iguales o en distinto color, lo que me haría sentir mejor.
Redescubrí la calle Florida. Esta vez las bandas de ska tienen un lugar central entre medio de la basura arrojada por los extranjeros que no sé por qué razón se violentan con nuestros empleados de Burger King que solo comprenden el Guaraní y un idioma muy similar al castellano, solo que con cruza entre paraguayo y desganado que odia la vida, su trabajo y su familia en un día no laborable.
Encontré magos maravillosos parados en medio de la calle engañando brasileras, mientras pequeños ladrones de bolsillos simulan menear al ritmo de la música cuando en realidad están violándole el bolsillo a los desprevenidos.
Poco falta para votar mis queridos porteños. Macri promete seguridad y más subtes, Telerman promete no poner su cara nunca más en un afiche, el hippie de Filmus asegura descuentos en los peines finos y yo… yo les prometo una Buenos Aires rebozante de bichos bolitas, sin polillas y con baños públicos para masturbarse, así reduciremos las violaciones y volveremos a darle a los bichos casi extintos el lugar que se merecen en nuestro país: ¡NO TE ENROSQUES BOLITA!.